Paul Newman: cien años de los ojos más azules del mundo

El actor, nacido hace un siglo, estaba condenado al éxito por una mirada única. Lo sufrió: toda su vida peleó contra el alcoholismo

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Paul Newman fue más que una estrella: fue un símbolo. Pero él solo quería ser un hombre común. Su mirada profunda como mil mares y ese estoicismo de las estrellas clásicas tenían reservado para él otro destino, y casi contra su voluntad se convirtió en un ícono cultural. Ayer hubiera cumplido 100 años.

Newman nació en Shaker Heights, Ohio, en 1925, y su ascenso a la fama fue curioso: sirvió en la marina en la Segunda Guerra Mundial y utilizó una beca que le daban a los ex combatientes para estudiar actuación. Tuvo varios contratiempos -lo echaron del equipo de fútbol del colegio, no le gustaba estudiar- pero siempre caía parado: “la suerte de Newman”, la llamaba él, que tras ser echado del fútbol recaló en el teatro del colegio, y terminó estudiando y graduándose de Yale.

Su consagración llegó con “El cáliz de plata” (1954), un papel del que más tarde se burlaría, pero que le allanó el camino para colaborar con directores como Robert Wise y Martin Ritt. Sin embargo, fue su interpretación de antihéroes rebeldes en la década de 1960 -Luke Jackson en “Cool Hand Luke” (1967) y Butch Cassidy en “Butch Cassidy and the Sundance Kid” (1969)- lo que consolidó su estatus de icono cultural: a aquellos estimables rebeldes que marcaron la cultura Newman le sumó sus ojos azules y su carisma sin esfuerzo.

Para entonces, ya estaba casado con Joanne Woodward, a quien conoció en 1953, fueron amigos antes de ser amantes: Newman estaba casado, a regañadientes, y tardó años en dejar a su mujer y comprometerse con la talentosa Joanne, que lo hizo sentirse, contaba, sensual. Finalmente se volvieron marido y mujer en 1958 (cuando trabajaron juntos en “El largo y caluroso verano”) hasta su muerte.

Por Argentina

Pero Newman era un coqueto, y el anillo no le impidió coquetear con Pinky, por ejemplo, en una visita al Festival de Mar del Plata, en 1962. Vino a presentar “El buscavidas”, y a Pinky la mandaron a La Feliz, según relató ella, a cubrir el evento pero también a distraerla.

“Yo estaba más rayada que un plumero y Canal 9 tenía una inversión muy grande en mí, estaban desesperados. El gerente venía a mi casa a darme de comer en la boca. El canal me mandó a Mar del Plata para que me distrajera”, contó Pinky.

En aquel viaje, encontró en un almuerzo en el Golf Club a Paul Newman. Se sentó con ellas: la mayor estrella de Hollywood. Charlaron como dos desconocidos que se conocen. Hablaron de cine, de política, de la vida. A partir de entonces, Newman y Pinky fueron juntos a todos los eventos del Festival. La prensa pronto habló de romance. “Era un ser delicioso. Si hubo o no amor, no lo voy a contar porque él significó mucho en mi vida. Fue como mi ángel salvador”, contó Pinky. Claro: había intentado quitarse la vida unas semanas antes, algo que Newman descubrió, según cuenta la leyenda, cuando un auto casi atropella a la periodista. En ese momento, héroe de salido de la pantalla, Paul la tomó del brazo, asió con fuerzas sus muñecas, la empujó y comprendió. Luego, hablaron: ella entendió que él sabía de esa soledad insondable, que aparece de a ratos pero que es profunda como esos ojos.

Estrella reticente

Es que a Newman le costaba la fama. Alcohólico, sus memorias describen lo feo que se volvía el panorama cuando tomaba de más. La pinta, el carisma, eran apenas disfraces, máscaras, para una profunda inseguridad que lo acompañó toda la vida.

Quizás ese impulso, desesperado, autodestructivo, es lo que lo llevó a correr autos de carrera de manera profesional: compitió hasta los 80 años, ganó campeonatos e incluso casi gana las 24 Horas de Le Mans. Las carreras le ofrecían un escape de la fama, un espacio en el que se le juzgaba por su habilidad, no por su estrellato.

Actuaba, pero menos. En los 20 años desde su oscarizada interpretación en “El color del dinero” (1986), trabajó en menos de 15 películas, con algunos partes de varios años. Murió en 2008, cuando para toda una generación se había convertido en un ícono por ser una voz, la de Doc Hudson, en la franquicia de “Cars”. El auto, veterano, también llevaba los ojos azules y una clase sin igual.

 

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