La ligó Halloween: el Kremlin le declaró la guerra
Edición Impresa | 5 de Noviembre de 2025 | 01:15
En Rusia, hasta las calabazas pueden ser consideradas subversivas. Lo que en casi todo el mundo es una excusa para reírse del miedo, en Moscú y San Petersburgo se transformó en un asunto de seguridad nacional. Halloween, con sus calaveras y su espíritu de juego, se convirtió en el nuevo enemigo interno del Kremlin.
El episodio más reciente ocurrió en San Petersburgo, cuando un grupo de jóvenes organizó el Nekro Comic Con, un festival que mezclaba cosplay, manga japonés y terror gótico. Matvey, un estudiante de informática de 19 años, se preparaba para asistir disfrazado de su héroe favorito, One Punch Man. Pero la fiesta nunca llegó a celebrarse: fue clausurada poco después de empezar, los organizadores fueron detenidos y uno de ellos, Aleksei Samsonov, enfrenta ahora la deportación.
La policía irrumpió con sirenas, confiscó equipos y desalojó el predio. Los funcionarios calificaron el evento de “satanista”. Los medios estatales lo presentaron como una victoria moral sobre las “influencias oscuras del Occidente”. Y el Kremlin, desde sus despachos, no tardó en capitalizar la historia.
LA GUERRA CULTURAL DEL KREMLIN
La ofensiva no es casual. Desde que comenzó la invasión a Ucrania, Vladimir Putin busca reforzar una identidad nacional “pura”, libre de lo que su entorno denomina “degeneración extranjera”.
En ese contexto, las celebraciones importadas —como Halloween o el Día de San Valentín— se volvieron terreno de batalla ideológica.
“De alguna manera, Halloween se ha convertido en un símbolo de la influencia occidental en nuestra juventud”, explicó Alexander Verkhovsky, director del Centro SOVA, una organización que estudia la relación entre religión y sociedad en Rusia.
Para el Kremlin, el enemigo no solo está en los campos de batalla de Ucrania, sino también en los clubes, en las universidades y hasta en las fiestas temáticas.
Las autoridades han intensificado las restricciones culturales: escuelas y universidades prohibieron los disfraces, las decoraciones y hasta las calabazas talladas. Los estudiantes de la Facultad de Periodismo de la Universidad Estatal de Moscú recibieron una advertencia formal: “Queda terminantemente prohibido ingresar al campus con vestimenta alusiva a Halloween”.
IGLESIA, ESTADO Y EL FANTASMA DEL “SATANISMO GLOBAL”
Para la Iglesia Ortodoxa Rusa, la guerra cultural es parte de la guerra política.
El patriarca Kirill, cabeza de la institución y aliado directo de Putin, sostiene que el país enfrenta una “batalla espiritual” contra un supuesto “satanismo global” que habría contaminado a Occidente y a Ucrania.
En julio, Kirill pidió la prohibición del “movimiento satánico internacional”, y semanas después, el Tribunal Supremo ruso lo declaró una organización “extremista”, del mismo modo en que había ilegalizado en 2023 al llamado “movimiento LGBT internacional”. Ninguno de los dos existe realmente, pero ambos sirven como enemigos convenientes.
“Es una narrativa que mezcla religión y política: ellos son el mal, nosotros la pureza”, explicó Verkhovsky.
La demonización de Halloween encaja a la perfección en ese relato. Y la represión cultural funciona como una advertencia a la juventud: el entretenimiento puede ser peligroso si proviene de afuera.
LA RESISTENCIA DEL DISFRAZ
Pese a las amenazas, Halloween no desaparece de Rusia. Durante el último fin de semana, bares, discotecas y cafés de San Petersburgo se llenaron de gente disfrazada de demonios, brujas y vampiros. Las redes sociales se inundaron de fotos, memes y calabazas iluminadas.
“Para nosotros es solo diversión”, dice Matvey. “Mis amigos bromean diciendo que los rusos no necesitamos Halloween. Nuestra vida ya es lo bastante aterradora”.
La antropóloga Aleksandra Arkhipova, experta en cultura popular, anticipa que el próximo objetivo del Kremlin será el Día de San Valentín, otra fecha “demasiado extranjera” para la agenda nacionalista.
La batalla contra Halloween no trata de fantasmas ni demonios. Es una disputa por el control del relato, por definir qué es “ser ruso” en un país que busca cerrarse al mundo.
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