Prisioneros en el Museo de La Plata

Poco antes de que se inaugurara el Museo de La Plata, un grupo de doce indígenas fueron llevados a vivir allí por su director, el perito Moreno. Crónicas de su breve paso por el centenario edificio del Paseo del Bosque.

Por Nicolás Colombo, para Misterios de la ciudad de La Plata

El cacique tehuelche Modesto Inacayal habitaba hacia mediados del siglo XIX la zona comprendida entre el norte de la provincia de Chubut y el río Limay, junto a una tribu de novecientas personas. En 1879 conoció a Francisco P. Moreno mientras el joeven científico realizaba una expedición por el lago Nahuel Huapi. Cinco años después, el cacique cayó prisionero junto a su familia durante la "campaña del desierto", y fue llevado con otros caciques a trabajar en la Isla Martín García. Al año siguiente el perito Moreno, quien se enteró de dicho suceso, fue a buscarlo a la isla y lo trajo junto a otros aborígenes al Museo de La Plata, que por ese entonces estaba aún en construcción.

Fueron doce los prisioneros que Moreno trajo a vivir al Museo. Durante el día podían transitar libremente el edificio, mientras colaboraban en tareas de construcción y limpieza, pero de noche eran encerrados bajo llave en una de las habitaciones del subsuelo. Se les deba de comer una olla de sopa, y al no poder salir tenían que hacer sus necesidades en un rincón. Cuando alguna comitiva de científicos concurría al Museo, eran obligados a posar desnudos para que se los examinara.

Hacia 1887, cinco de estos aborígenes murieron en menos de un mes: primero falleció Margarita, la hija de 33 años del cacique Foyel. Cuatro días después murió una niña de 4 años (posiblemente la hija de Inacayal), mientras que Inacayal falleció al día siguiente. Una semana después murió su esposa, y al poco tiempo también perdió la vida Tafá, la mayor del grupo. Se decidió preparar los cuerpos para la exhibición en el Museo, por lo cual no se realizaron autopsias ni pudieron investigarse las causas de muerte. Los diarios de la época cuestionaron esta seguidilla de muertes y el hecho de que los restos no óseos fueron enterrados en el Paseo del Bosque, cerca del museo.

Sobre el cacique Inacayal, hubo varias teorías respecto a su muerte: hay quienes hablan de que al verse prisionero y lejos de su tierra, decidió quitarse la vida luego de que muriera su hija. Otros sostienen que fue empujado por las escalinatas del museo al realizar uno de sus rituales; esta teoría se fundamenta en las marcas que presenta su esqueleto, las cuales evidencian algún golpe o caída. La tercer hipótesis dice que se desvaneció tras un ritual, lo cual se sostiene por el relato del naturalista italiano Clemente Onelli, secretario de Moreno: “Ya casi no se movía de su silla de anciano. Y un día, cuando el sol poniente teñía de púrpura el  majestuoso propileo 14 de aquel edifcio engarzado entre los sombríos eucaliptos… sostenido por dos indios, apareció Inacayal allá arriba, en la escalera  monumental: se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, hizo un ademán al sol, otro larguísimo al sur: habló palabras desconocidas y en el crepúsculo,  la sombra agobiada de ese viejo Señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo”.

Al igual que lo ocurrido con sus pares, el cuerpo de Inacayal fue descarnado y puesto en exhibición en el mismo museo donde vivió sus últimos días. Estuvo en una vidriera por más de cincuenta años, hasta que se decidió guardar sus restos en el depósito. Recién en 1994 y tras una serie de reclamos de los pueblos originarios, los restos del cacique Inacayal se restituyeron a la ciudad de Tecka, Chubut. Doce años después, un grupo de antropólogos que investigaba en los depósito del museo, encontró parte del cuero cabelludo, cerebro, una oreja y presumiblemente el corazón disecado de Inacayal. Pasaron seis años más para que el museo restituyera en 2015 dichos restos a la comunidad que los reclamaba.

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