La “paradoja Hollande”

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Por Enrique Rubio (*)

Ha sido el presidente más detestado de la V República. Sus decisiones han batido récords de impopularidad. Y sin embargo, no había candidato que encarnase mejor el ideario político del presidente saliente François Hollande que Emmanuel Macron. No se trata sólo de que la línea socioliberal defendida por Macron se inscriba en la impulsada por Hollande en sus cinco años en el Palacio del Elíseo: es que fue su ministro de Economía y arquitecto de varias de sus reformas como estrecho colaborador. Imposible obviar aquí el cúmulo de circunstancias que ayudaron a su triunfo. El alineamiento de planetas fue de tal calibre que decir que Macron es un hombre con buena fortuna sería quedarse corto.

Pero, además de injusto, sería torpe olvidar que si ha ganado las elecciones, ello se debe también a su capacidad para convencer a los franceses de que era, como mínimo, el candidato menos malo. Es decir, justo lo contrario de su otrora jefe, el presidente más denostado. ¿Cómo puede ser que el aspirante que, de alguna manera, mejor representaba el continuismo haya logrado un triunfo contundente en primera y segunda vuelta?

DOS IMAGENES

Esta incógnita tiene 20 millones de respuestas, tantas como el número de franceses que votaron el domingo por Macron, pero muchas parecen apuntar a sus propias personalidades y a su imagen a ojos del electorado. Uno es percibido como un político del sistema, con poco respeto a la palabra dada y débil para imponer sus ideas, y el otro aparece como un hombre que no debe nada a nadie, con afán genuino por reformar el país y el carácter necesario para avanzar con sus proyectos.

La mitología gaullista atribuye al fundador de la V República la definición de la elección presidencial como “el encuentro de un hombre y un pueblo”. Ese carácter personalista de la jefatura del Estado francés quedó expuesta con el paseo en solitario de Macron bajo la Explanada del Louvre para dirigir su primera arenga presidencial a sus seguidores: la escena del hombre solo frente a los retos insuperables está en los orígenes de la historia política de Francia.

Macron tuvo un ojo certero para aprender de los que considera “grandes errores” que lastraron el mandato de Hollande. Por ejemplo, buscará evitar el contacto permanente de su antecesor con periodistas o la exposición pública en temas cotidianos. En suma, Macron lo sintetizó así: “No quiero gobernar, quiero presidir”. Pero, sobre todo, se esmeró en esquivar el gran pecado “hollandista”: las promesas incumplidas y las esperanzas quebradas. Preso de la “paradoja Hollande”, Macron tomará distancia del todavía presidente para evitar que la identificación con él perjudique sus aspiraciones de alcanzar una mayoría parlamentaria en las legislativas de junio próximo.

(*) Columnista de EFE

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