

Carlos Tomassi (62) comerciante de San Carlos, sufrió más de 30 asaltos que le dejaron secuelas físicas y lo mantienen en permanente estado de alerta: “estas situaciones no lo afectan a uno sólo, sino a toda la familia”, dice. - gonzalo mainoldi
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Ansiedad, trastornos del sueño, ánimos alterados. Platenses relatan cómo cambia la vida tras sufrir un delito violento
Carlos Tomassi (62) comerciante de San Carlos, sufrió más de 30 asaltos que le dejaron secuelas físicas y lo mantienen en permanente estado de alerta: “estas situaciones no lo afectan a uno sólo, sino a toda la familia”, dice. - gonzalo mainoldi
Por omar gimenez
Hay muchas cosas que uno puede esperar de la tarde de un domingo en familia. Ninguna como la que le tocó vivir a Andrea Giusti el último 23 de julio. Ese día, después de almorzar en casa de sus padres, frente a la suya, se refugió en su domicilio junto a su marido y su hija. Los sorprendió un estruendo, una explosión que al principio creyeron que venía del baño. Jamás se hubieran imaginado que ese ruido era el que produjo un extraño entrando en su domicilio a mazazos. A partir de entonces, todo fue pesadilla. “Duró 12 minutos, pero para nosotros fue un siglo”, dice Carlos, el marido de Andrea, antes de describir cómo los dos extraños que violentaron la puerta de su casa los amenazaron con armas, les reclamaron un dinero que no tenían, los ataron, los amordazaron y golpearon a Carlos en el suelo. Para la familia, era el segundo robo violento en poco más de un mes. Los dos ocurridos en casas distintas, ya que el primero había motivado que se mudaran. Ahora vuelven a pensar en mudarse. Pero esta vez a otro país. Aunque eso implique alejarse de la familia y empezar de cero en un lugar distinto, en una cultura diferente.
“Trabajé toda la vida y siempre tuve ganas de hacer cosas. Ahora no. No tengo ganas de nada. Hablo y me quiebro. Uno no dimensiona del todo lo que implica que le entren a la casa, amenacen a su familia y todo quede completamente impunes hasta que le pasa. Nosotros ya no sabemos que hacer. Habíamos redoblado las medidas de seguridad, gastamos mucho en cámaras y rejas. Pero: ¿cómo íbamos a imaginarnos que una persona iba a entrar a mazazos en nuestra casa, tirando abajo la puerta principal, un domingo a plena luz del día?”, se pregunta Carlos, angustiado.
La historia de Andrea Giusti y su familia es una de esas historias que reflejan la estela de dramatismo que deja un asalto. Un largo “día después” que no se limita a 24 horas. Que puede prolongarse por meses o años. Y que provoca cambios profundos en el modo de vida de las víctimas.
En el relato de los afectados por delitos graves y reiterados hay situaciones que se repiten: después de sufrir un robo violento se redoblan la medidas de seguridad, aparecen rituales vinculados a proteger los movimientos del grupo familiar, junto a una mayor desconfianza hacia los extraños, el miedo, las alteraciones del sueño (“Duermo entrecortado, de a ratos, atento a los ruidos”, dice, por caso, Carlos).
Según destacaron especialistas consultados por este diario, ser víctima o aún testigo de un hecho de extrema violencia puede generar distintos trastornos en la vida cotidiana de los afectados.
El más frecuente de ellos es el síndrome de estrés postraumático, una afección que alcanza a hasta el 12% de las personas que fueron víctimas de episodios de este tipo, según datos de referentes platenses de la Red Educacional de la Asociación Mundial de Psiquiatría.
Entre los síntomas principales de esta afección aparecen un permanente estado de alerta, la re-experimentación del hecho traumático -no sólo se lo recuerda sino que se lo revive como si estuviera sucediendo en el aquí y el ahora- la aparición de sueños o pesadillas repetitivas y la evitación del contacto con todo lo que pueda recordar a ese momento.
En algunos casos, las víctimas de delitos graves pueden ver también afectada su vida social, laboral y de relación, indican las mismas fuentes.
Al mismo tiempo, estudios internacionales sugieren que la situación de tensión derivada del estrés crónico puede motivar también problemas físicos, como las afecciones cardíacas (ver aparte).
Y si bien no todos los que pasan por una experiencia de este tipo desarrollan los síntomas del síndrome de estrés postraumático, víctimas de delitos consultadas por este diario coinciden en que la vida tras sufrir un hecho violento no vuelve a ser la misma.
Para algunos se trata solamente de convivir con el miedo, la sensación de inseguridad, el estado de alerta permanente. Otros tienen que sumarle a esa carga el impacto de las secuelas físicas.
Hay quienes subrayan, además, una consecuencia social inesperada: verse afectados por un hecho violento hace que sus entornos se dividan entre quienes se acercan para colaborar y ponerse a disposición y quienes, movidos por el miedo, se alejan de los afectados.
Como Andrea Giusti, también Carlos Tomassi (62), un comerciante del barrio San Carlos, reconoce haber pensado muchas veces en mudarse. A Tomassi, la inseguridad le cambió la vida y hoy arrastra las secuelas físicas y psicológicas de haber sufrido más de 30 robos.
Para algunos se trata de convivir con el miedo, la sensación de inseguridad, el estado de alerta permanente. Otros tienen que sumarle a esa carga el impacto de las secuelas físicas
“El peor de todos fue el 24 de abril de 2006. Ese día me dieron un balazo por el que estuve quince días en coma y pasé por siete operaciones. Después de ese episodio y de otros asaltos, la vida no es la misma ni para mí ni para mi familia, Todos estamos alterados. Mi hijo más chico no quiere ni acercarse al negocio. Y todos vivimos con miedo”, cuenta.
Para Tomassi, las consecuencias físicas de aquel asalto fueron dramáticas. Después de una vida haciendo deporte quedó muy condicionado.
“Apenas puedo caminar una o dos cuadras. Como consecuencia de eso engordé mucho y tengo hipertensión. Y por si eso fuera poco, tantos robos te generan mucha ansiedad a la hora de trabajar, notás que estás todo el tiempo en estado de alerta y desconfiando”, dice.
Para ilustrar esta situación cuenta un episodio doméstico que muestra hasta qué punto repercuten las experiencias extremas vividas en lo cotidiano.
“Un día estaba en casa y uno de mis hijos se acercó y me aproximó un objeto sólido a la nuca. A mi eso me retrotrajo a un asalto y automáticamente quedé paralizado, fuera de mi. Y eso que habían pasado cinco años de aquel ataque”, dice.
Tras sufrir un robo violento se redoblan la medidas de seguridad, aparecen rituales vinculados a proteger los movimientos del grupo familiar, junto a una mayor desconfianza hacia los extraños y las alteraciones del sueño
A Tomassi le pesa que los reiterados asaltos sufridos le hayan afectado la confianza y que le hagan adoptar una actitud alerta ante los desconocidos que entran al negocio después de cada robo.
Después de haber sufrido el asalto más reciente la última semana, Tomassi dice que le preocupa no encontrar soluciones.
“Trabajo en el comercio en la ciudad desde los años ´70 y hasta comienzos de los ´90 nunca había sufrido un sólo robo. Hoy ya sufrí más de 30 y no se me ocurre cuál es la solución para un problema que, para mi, está relacionado con las fallas de la educación. A veces pienso en mudarme, pero irme a otro barrio de la ciudad no cambiaría nada, porque tengo hermanas con comercios en otros barrios y en todos hay inseguridad. Creo que los cambios que se necesitan son profundos y pasan por la educación”, sostiene.
Los platenses que pasaron por estas experiencias relatan también la contracara de los episodios que les tocó vivir, esa que los hace seguir adelante a pesar de la adversidad: el apoyo de amigos, familiares y conocidos que se acercaron a apoyar en el momento más difícil.
Carlos Tomassi (62) comerciante de San Carlos, sufrió más de 30 asaltos que le dejaron secuelas físicas y lo mantienen en permanente estado de alerta: “estas situaciones no lo afectan a uno sólo, sino a toda la familia”, dice. - gonzalo mainoldi
Andrea Giusti: “sufrimos dos robos violentos en poco más de un mes. Después del primer robo nos mudamos y reforzamos la seguridad y sin embargo volvieron a asaltarnos. Así que decidimos mudarnos de nuevo. Pero esta vez a otro país”, - DOLORES RIPOLL
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