Un trastorno difícil de detectar

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Por PEDRO RAFAEL GARGOLOFF (*)

Un primer problema es que la sospecha de la presencia del trastorno pedófilo -un trastorno mental- es considerablemente difícil y, más aún, la posibilidad de su detección por el común de la sociedad. Esto se debe a que, por el reconocimiento de su naturaleza delictiva, constituye una conducta extremadamente oculta y reservada, muy precavida y meticulosa para evitar el riesgo de su exposición pública, tanto que el pedófilo la torna invisible hasta para sus seres más íntimos.

El Manual de diagnóstico DSM 5 describe al pedófilo como una persona adulta con recurrentes fantasías, impulsos o conductas sexualmente excitantes e intensas con niños que además ha actuado según esos impulsos o está muy angustiado por tener esas fantasías e impulsos.

Suelen ser hombres, con mayor frecuencia de 30 a 50 años, generalmente casados, algunos con antecedentes de haber sido abusados y sin presentar un perfil definido en cuanto a inclinación sexual. Se manifiestan por un abanico de conductas anormales, que van desde la simple observación a las más infrecuentes conductas sexuales explícitas de abuso físico genital. Compartir imágenes y videos por redes ocultas de internet, usufructuando su potencial anonimato, es otra de las frecuentes derivaciones.

Las víctimas no suelen percibir el abuso, por lo extremadamente cauteloso del comportamiento de los pedófilos, aunque en otros casos éstos también logran sus propósitos mediante complejas manipulaciones, que van de sutiles a muy violentas. Un dato no menor es que son frecuentes las reincidencias.

Si bien son plenamente conscientes de estar cometiendo un delito, al ser descubiertos se justifican argumentando la ausencia de daño directo real para la víctima, presentándo la suya como una conducta natural e inofensiva por la actividad que desempeñan con niños/adolescentes (profesional sanitario, docente, religioso), excusándose incluso en la ausencia de intención de dañar al tercero.

Sin dudas que es un trastorno mental que obliga al estado y a la sociedad a intervenir mediante programas o campañas centradas en la prevención, en un marco de educación colaborativo entre padres, docentes, médicos pediatras y profesionales de la salud mental especializados en niños y adolescentes.

 

(*) Psiquiatra, miembro de la Red Educacional de la Asociación Mundial de Psiquiatría

 

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