La rebeldía y el deseo

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Por CLAUDIO PORTIGLIA (*)

Si estremece toda muerte más o menos cercana, la muerte de un ícono convierte el estremecimiento en conmoción social. Por horas, por días, a veces por semanas, se multiplican los recuerdos, las eventuales vivencias, las reflexiones, las valoraciones, los mitos. A los muertos se les adjudica virtudes que quizá no tuvieron y, si el muerto es icónico, las presuntas virtudes devienen verdad.

Hoy (ayer) se murió la Coca Sarli y el tema es ineludible. Perteneció a la selecta casta de las megaestrellas y nadie como ella encarnó la rebeldía y el deseo en una época de pacatería heredada y de censura y prohibiciones adquiridas.

Tres generaciones, cuatro, tuvieron a la Coca como símbolo de lo sexual. Y lo sexual, se sabe, es energía motriz de las personas y de los grupos que las personas integran. Es difícil imaginar la Argentina -la América- de la segunda mitad del siglo veinte, con todas sus convulsiones y todas sus reivindicaciones, sin la presencia apetecible y señera de la diva de ‘El trueno entre las hojas’, de ‘Carne’, de ‘Fuego’, de ‘Fiebre’. Isabel Sarli, como ningún otro, simbolizó la rebelión ante lo prohibido y lo pecaminoso y animó lo posible, aunque lo posible, por entonces, pareciera lejano y esquivo.

Tuve un compañero de trabajo, durante mi primera juventud, que sentía devoción por la Coca y que coleccionaba los afiches de todas sus películas. Era un hombre mayor. Fue un maestro de vida para mí -de esos maestros que enseñan exactamente lo que se necesita aprender- y cuando hice mi primer viaje a Bahía Blanca, donde la empresa para la que trabajábamos estrenaba distribuidor, me lo llevé como acompañante.

Yo no conocía Bahía y él había hecho la colimba en la ciudad portuaria cincuenta y pico de años atrás. Allí había dejado una novia. Nos alojamos en el Gran Sur, a media cuadra de la plaza central, y yo lo notaba ansioso por visitar la plaza. Nos dimos una ducha y fuimos. Se ubicó espacialmente como pudo (la Gath y Chaves que tenía como referencia en la memoria ya no existía y Bahía era un conglomerado de edificios en torre) y se dirigió con determinación hacia un banco en el cuadrante que daba al Museo.

- Acá nos veíamos con la pebeta, che pibe -me dijo y se le empañaron los ojos-; mirá si me la encuentro…

Yo me quedé callado. Después caminamos unos metros, hasta la calle comercial, y nos metimos en un cine. Daban dos continuadas de la Coca Sarli. Una era ‘La burrerita de Ypacaraí’; de la otra, no me acuerdo. El Osvald estaba conmovido. Cuando salimos y volvíamos caminando al hotel, pasamos otra vez por delante del banco donde nadie esperaba. Y con la misma niebla que le empañaba los ojos azules, me miró y me dijo:

- ¿Sabés que se parecían...?

 

(*) Escritor

 

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