Ocurrencias: ellas siempre vuelven

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

Las golondrinas partieron hace cuarenta días desde San Juan de Capistrano, en California. Un misterioso mandato las impulsa a repetir un viaje de más de 10 mil kilómetros por un continente donde sobran escopetas y falta comida. Viajan hacia el sol, quieren ponerse al amparo de su magnífico imperio para poder esquivar el frío de un planeta contagiado de miedo y de incertidumbre.

Lo de ellas es pura certeza: llegaron el 24 de noviembre y la mayoría acampó en Goya, Corrientes, un destino preferido. Vinieron desde muy lejos a recordarle al Mundo la mejor de sus lecciones: que al sol no hay que esperarlo, hay que ir a buscarlo. Que nada llega, que todo se alcanza.

El ritual se repite cada año con una puntualidad que ni lo científicos pueden explicar. Son aves migratorias que le enseñan al hombre no sólo la inigualable sensación de libertad, sino también algo más consistente: que sólo podrán arribar a destino si saben marchar juntas y ordenadas. No se sabe de qué manera y por qué repiten este ritual, cómo se orientan, cómo viajan días y días, con vientos y tormentas, sin una jefa que las conduzca, sostenidas por una pura devoción instintiva y siguiendo el rastro de esa primavera que nunca las desilusiona.

Arribaron a una comarca rara, donde la gente está amargada y los políticos festejan

Las golondrinas cruzaron por un continente donde sobran escopetas y falta comida

Lo de esta travesía hacia tierras cálidas es un misterio que, a despecho de todo, borra las estrictas fronteras entre el norte y el sur y nos viene a recordar año tras año que hay que dispararle a esos días cortos, sin flores y sin sol. Más allá de las marchas peleadoras y enojadas de este tiempo, el viaje de estas aves puntuales y silenciosas sólo aspira a recuperar tierras rescatadas del invierno. Su venturoso deambular es una lección. Nos enseñan que lo malo hay que dejarlo atrás, que el sol es la mejor brújula y que no hay que apartarse del camino elegido.

El hombre debe aprovechar la vieja moraleja que nos dejan estas bandadas. Cruzaron por un continente lleno de humaredas y huracanes y dejaron atrás selvas y calores. Atravesaron ciudades y desiertos, sin abandonar ni el ritmo ni la ruta. Vieron los rostros ajados que deja la pandemia y los bolsillos tristes que trae la pobreza. Escucharon música y balazos. Pero ellas siguen sin atender lo que pasa allí abajo, sostenidas por este mandato ancestral que las trae cada noviembre. En su marcha, merodearon por montañas y bosques, planearon sobre plantaciones de coca y de trigo, avistaron de pasada los enormes contrastes de una tierra que produce lo que daña y también lo que cura, donde abundan los asesinos pero también los solidarios. Y siguieron esquivando cazadores y hambrunas, gambeteando inclemencias y depredadores. Llegaron aquí unos días después de las elecciones y se toparon con un pueblo raro, donde la gente está amargada y los políticos festejan. Acamparon entre acordeonas y chamamé, se fueron acomodando y ahora esperan sin impaciencia que los días soleados a traigan la paz y la comida que vinieron a buscar a este paraje inseguro y hambriento. Las primeras que llegaron deberían avisarle a la bandada que en época de escrutinios hay que saber acostumbrarse a la llegada de un tiempo que le sumará muchos picotazos a la arboleda del poder.

Hoy la calle está llena de escopetas y arrebatadores, pero las golondrinas dan el ejemplo. Divulgan una metodología que honra la disciplina y rescata su condición de símbolo colectivo. A cada paso confirman su probada lealtad a un rumbo que nadie discute y que todas acatan. Respetan un itinerario repetido que fue planeado hace cientos de años y que, como sugiere Neruda, revolotea en torno a la unidad, el orden, y la lucha: “Sobre el agua, en el aire/el ave innumerable va volando,/ y construye la unidad con tantas alas (…) Yo me empeñé en mirar hasta perder/ los ojos y no he visto/ sino el orden del vuelo,/ la multitud del ala contra el viento”.

Hay que recordarlo: porque mientras ellas dan un ejemplo de trabajo en equipo y sacrificio, por aquí cerca, esas aves rapaces que nunca faltan y sólo orden sus rencores, hacen nidos y sobrevuelan con sus mañas una historia violenta, pobretona y agrietada, donde la esperanza cambia de nido pero nunca levanta vuelo.

 

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