Mariana Mazú: “La música es sanadora, la gente baja cuando hay música”

Artista y psicóloga, fue nominada a los Gardel por su álbum debut, “La bella indiferencia”, que mezcla tangos y otros ritmos

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La historia de Mariana Mazú une destino y casualidad, que quizás sean dos caras de la misma moneda. Porque la psicóloga y cantora de tango acaba de lanzar su primer álbum, “La bella indiferencia”, y recibido una nominación al Gardel por el trabajo, como el final de un recorrido que comenzó con un encuentro fortuito, en el Hospital Borda, con Hernán “Cucuza” Castiello. Pero a la vez, Mazú es hija de un cantor de tangos, y, cuenta en diálogo con EL DIA, se encontraba en busca de “alimentarme un poco de eso”, de la música, tras el fallecimiento de su padre. Y entonces, se encontró con Cucuza.

¿Cómo es la historia? Mazú relata que tras la muerte de su padre, comenzó a buscar un reencuentro con el tango, y así llegó a El Faro. Sobre el escenario estaba “Cucuza”, que “suele hacer unos shows muy largos”, y al terminar, una noche, “ya todos con el café con leche y las medialunas, se armó una recalada. Y subí a cantar… y ahí empecé a cantar, sentí de vuelta ese llamado”.

Pero esa es solo la primera parte: “Dos o tres semanas después me encontré a Cucuza en el Borda, donde yo trabajaba como residente de psicología de primer año. Y Cucuza me invitó a cantar en un festival solidario”, cuenta la artista. Así es que su carrera musical recibió el impulso que, en su fuero interno, Mazú necesitaba: “Yo estaba muy metida en el sistema de salud, pero sentía ese llamado de la música”, explica.

Y sigue: “Me crié musicalmente: mi papá era cantor, cantaba todo el tiempo, y la música estaba en casa constantemente. Cualquier conflicto, incluso, se resolvía con una guitarra”. Por la casa natal de O’Higgins, cuenta, circulaban muchos músicos del tango, muchas veladas de tangos, pero a los 18 Mazú viajó desde su ciudad a Buenos Aires, para estudiar, y la música, como ocurre a veces, fue tomando un lugar secundario en una vida dedicada al estudio y la supervivencia en una nueva ciudad.

“Pero cuando me recibí de psicóloga, y fallece mi viejo, me encontré con mucha necesidad de tramitar ese duelo a través de la música. Sentí que no me podía seguir haciendo la tonta en relación a querer cantar”, dice. El encuentro con “Cucuza” volvió sólido ese deseo: comenzó a estudiar, formó banda con el hijo de Castiello, Mateo, y comenzó el recorrido que llevó, ocho años más tarde, a “La bella indiferencia”.

Un disco de tango, en un momento donde muchos jóvenes piensan que el tango es cosa de grandes, y que las letras del tango, muchas de ellas de carga misógina, son de otro siglo, de otra era.

“Es una tensión que existe”, reconoce Mazú, “pero hay que combatirla entendiendo qué ocurría en ese momento. Creo que hay que darle espacio a lo nuevo, cantar también los tangos que hablan de lo que le pasa a las mujeres de ahora. En este momento, la escena tanguera tiene un montón de artistas escribiendo sobre cuestiones de actualidad, mujeres feministas escribiendo tangazos”.

E insiste: “El tango tiene obras muy actuales como ‘Tormenta’, que tiene ese enojo de que ‘la gente mala vive mejor que yo’, esa queja hacia Dios. Pero después una escucha ‘Nunca tuvo novio’ o ‘Contramarca’... y se pregunta si tiene ganas de cantar algo de ese estilo. Pero creo que cada obra tiene su momento: está bueno poder aggiornarse a la época donde uno está y desde ahí militar el tango”.

Ahora, “La bella indiferencia” no está hecho de tangos solamente: hay temas de Sabina, Fito, Calamaro, algún ritmo más folclórico. Para Mazú, es “un premio” que mucha gente “se acerque al tango”, ese tango con tanto prejuicio alrededor en el siglo XXI, “a través de un disco que quizás no entra en la idea que uno tiene de tango clásico”. Un disco que no ha podido tocar en vivo, por las restricciones pandémicas, aunque algo mostrará en septiembre, cuando se presente en el marco del ciclo online Tangos en la terraza junto a José Teixidó y Los Totis al baile.

SANACIÖN

A pesar de la variedad de estilos, el disco está nominado al Gardel en la categoría de mejor álbum de tango. Algo que Mazú recibió, cuenta, “con mucha sorpresa: estaba muy metida en el sistema de salud, en el medio de la pandemia, y venía esperando el palo, esperando alguna noticia mala, así que fue muy grato. Fue un estímulo para no parar de crear”.

Y ese crear, opina, es crucial para seguir adelante: “La música me alimenta para estar en la primera línea de esta lucha: si no vuelvo a eso, no puedo salir al otro día a encontrarme otra vez con el dolor ajeno y empatizar con eso”, afirma la licenciada en Psicología.

Es que, cierra Mazú, “la música siempre es sanadora, para mi lo fue desde muy chica: es una de las cosas que me hace ser buena profesional de la salud. Hemos resuelto situaciones de urgencia en el hospital, situaciones violentas, cantando: la gente baja cuando hay música, se expresan las emociones de otra manera. No es algo que haya descubierto ahora, aunque me parece buenísimo que la gente se haya conectado con eso: es un recurso que utilicé en los hospitales donde trabajé, siempre que pude hice un taller de música, y le encontré la vuelta a muchas cosas a través de la musicoterapia, el arte en general. Donde la teoría no me responde, voy a la música”.

 

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