“Yo vuelvo a nacer y vuelvo a ser cocinera”
Edición Impresa | 23 de Mayo de 2024 | 02:53

Cecilia Famá
“Soy una bendecida”, asegura Ale Casale. Lo dice feliz, mientras busca un libro que compró cuando ni había terminado el secundario, en un puesto de revistas. El título; “Haga de su cocina una empresa”. Y vaya si lo hizo: hace casi tres décadas que trabaja de lo que le apasiona. Primero haciendo tortas en su casa, luego poniéndole la firma a su propia empresa de catering, y hoy en día, enseñando. “Desde mi espacio estoy dando clases permanentemente y también tomo algunos pedidos, sobre todo de mis carrot cakes y mis cheesecakes, ya que me los pide todo el mundo”.
“Arranqué un poco tarde el año, porque estuve tres meses en Europa, donde me capacité y también di clases de budines argentinos. Anduve por España e Italia” , resume, haciendo referencia a que los workshop de 2023 comenzarán en junio.
Ya tiene abiertas las inscripciones para el de “Pastelería italiana”, que comenzará el 8 de junio y para el de “Petit Four”, que dará inicio el 29 de junio. Ambos se dictan en el Espacio Casale, de 22 N 180, entre 35 y 26. Las inscripciones se realizan a través del teléfono 221 694-2720 o en sus redes sociales: @alecasalecocina.
“Vamos a aprender a hacer de todo y la parte más rica, al finalizar todas las alumnas se llevan una box con sus creaciones”, cuenta Ale.
UNA PASIÓN DE TODA LA VIDA
Ale se crió en Gorina. Sus padres eran quinteros. Fue desde muy chica que amó cocinar. Su abuela María Juana, que vivía en Los Hornos, cada vez que los visitaba traía un ingrediente mágico: un kilo de harina Blancaflor.
“Yo tenia unos 8 años y ya sabía que iba a ser cocinera. Cuando nos levantábamos a las 5 de la mañana, se horneaba el pan, que ya estaba leudando en unas cajas de madera. Y después del pan, mi abuela sacaba de su cartera enorme la maravillosa Blancaflor y hacia biscottinis. Hasta el día de hoy los sigo haciendo y tuve la alegría de prepararlos en Italia, junto a mi tía, en la casa de donde vino mi abuela”, recuerda Ale, de ese momento único que vivió en Nápoles el año pasado.
“Todos nacemos con una luz. Yo siempre sentí eso al usar el horno de mi familia en Italia, ya siendo una cocinera profesional y estando donde comenzó todo. Donde nació mi abuela”, dice Ale, con los ojos inundados de emoción.
La misma abuela que la recibía todas las tardes, cuando iba al secundario al Colegio San Benjamín. Juntas tomaban el té y probaban cosas ricas. “Yo no podía entender que se podía vivir de ser cocinera; hasta que un día, a mis 16 años, compré un libro en el puesto de diarios y lo conservo hasta el día de hoy. Lo leí detalladamente y me inspiró”, asegura.
“Empecé a hacer los biscottinis con mucho limón, como los hacía mi abuela. Yo empecé a soñar con ser cocinera por esos biscottinis. Terminé la secundaria y me fui a estudiar a la Escuela de Marta Ballina. Arranqué a trabajar vendiendo tortas en mi casa”, cuenta Ale.
Después, comenzó a hacer catering para eventos. “Dejé de trabajar desde casa y tuve mi primera cocina afuera. Abrí mi espacio, la casa de té y pastelería que se llamó La Casa, en la esquina de 54 y 17, y luego tuve dos salones de fiesta, en donde cocinaba para las fiestas del lugar y también para otros eventos”, recuerda.
Ya siendo mamá de Nicolás y Franco, se graduó como Pastelera Profesional en el IAG y luego como Sommelier de Té. “Iba con ellos para todos lados, me re ayudaron siempre”, confiesa.
Más tarde, descubrió su pasión por la docencia: “desde un Sindicato me convocaron para dar una clase sobre Pan Dulce. Yo fui a dar la clase y al ver los ojos de algunas personas, viendo lo felices que eran de poder aprender a hacer algo sin tener demasiadas posibilidades de comprarlo. Que gracias a mi lo estaban pudiendo hacer con sus manos, realmente me llenó de emoción y sentí que tenía que enseñar lo que sabía”.
Otra de las tareas que llevó a cabo en forma profesional fue la capacitación a otros emprendimientos y hasta confeccionó la carta de té y pastelería para algunos restaurantes.
Así, luego de haber comenzado cocinando tortas en su casa y llegar a preparar caterings para casamientos de 350 invitados -contando con un equipo propio de 30 personas- hoy Ale está abocada a dictar sus workshops en su coqueto espacio de barrio Norte. Por supuesto, sigue cocinando. “Recibo muchos pedidos y para mi es un placer que me pidan que les cocine. Eso nunca lo voy a dejar de hacer, pero ahora lo hago a otra escala. Nunca voy a dejar de cocinarles y cocinarme”, finaliza.
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