Una belleza eterna y desafiante

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

Fue, más que una estrella glamorosa, un mito cinematográfico, un icono generacional, una actriz dueña de una sexualidad inocente y desafiante. Su libertad y su aire provocativo la instalaron como la síntesis de una mujer futura, inasible y libre, con un aspecto que hacia escuela y creaba modas, y cuyo desenfado preanunciaba la lucha empecinada de ellas por abrirse camino.

Su estilo de mujer niña, su boca incomparable y su aire de muchacha difícil, necesitaron de un descubridor. Roger Vadim la reinventó en “Y Dios creó a la mujer” (1956). El fue también su manager, su mejor vendedor y su esposo, el alfarero que la impuso como sex symbol y que potenció esa personalidad imprevisible, que flotaba entre la ingenuidad y la desfachatez.

Tuvo una vida desordenada. Fue intensa y peleadora, jamás soñó con hacer escuela y descreyó del amor a fuerza de amontonar disturbios y probar amantes. Alguna vez cargó contra todos los hombres y en los 70 decidió en soledad retirarse del vestíbulo de la fama antes que el tiempo arruinara su colosal estampa de muchacha al viento. Cansada de sus amoríos, dejó las cámaras y los escándalos para adherir al elenco de las solitarias. Harta de ser deseada, decidió sólo exponerse a la mirada inocente de los animales. Prefirió refugiarse en un aislamiento que la ponía lejos hasta de los de homenajes. Copió el libreto de tantas estrellas que no quisieron verse envejecer. Sabía, como dijo el poeta, “que la belleza es alegría para siempre” y no dejó que al menos en las pantallas sus arrugas aparecieran. Tempranamente le dio la espalda al cine y a la fama, dejó de estar, renunció a un estrellato bien ganado y firmó contrato con la dejadez y el olvido para apoderarse del último papel de reparto. Sintió que marcharse y encerrarse era la mejor manera de asegurarle subsistencia eterna a esa monarca sexy que logró lo que quiso y fue una cautivadora brisa fresca, siempre irresistible, extremista y peligrosa. No dependía de nadie ni de nada y exhibía provocativamente una libertad que recorría cada centímetro de ese cuerpo perturbador.

B.B. en su ocaso podría haber revivido la escena callejera que vivió Greta Garbo en su ocaso: Si alguien le hubiese preguntado a una andrajosa B.B. “¿Usted no es Brigitte Bardot? Ella podía haber respondido como la Garbo: “Fui”.

 

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