Tensiones y desafíos con las iglesias de EE UU, Alemania y Francia
Edición Impresa | 28 de Abril de 2025 | 01:35

Desde su elección en 2013, el papa Francisco enfrentó una relación marcada por la tensión con sectores importantes de la Iglesia en Estados Unidos, Francia y Alemania, aunque no fueron los únicos. Su visión pastoral, centrada en los pobres, los márgenes y la justicia social, contrastó con fuerzas internas que reclamaban un modelo más tradicional o, paradójicamente, aún más reformista.
En Estados Unidos, las resistencias surgieron desde el primer momento. Proveniente de dos papados conservadores, la llegada de Francisco -primer pontífice latinoamericano y jesuita- fue vista por un sector de la Iglesia estadounidense como un cambio radical y amenazante. El rechazo no solo vino de obispos y cardenales, sino también de influyentes laicos, medios de comunicación y organizaciones como el Instituto Napa o EWTN. Estos sectores acusaron a Francisco de “marxismo” por su crítica al capitalismo y su énfasis en combatir la “cultura del descarte”. El propio pontífice reconoció: “En Estados Unidos la cosa no es fácil: hay una actitud reaccionaria muy fuerte, organizada”.
A pesar de su negativa a ser etiquetado como marxista, sus declaraciones -como “el dinero es el estiércol del diablo”- y su apuesta por una Iglesia más austera, encontraron eco crítico en medios conservadores y figuras como Rush Limbaugh y Stephen Moore. La tensión no se limitó al plano ideológico: Francisco también desplazó a figuras ultraconservadoras como el arzobispo Charles Chaput, y enfrentó la oposición de sectores que, hoy, buscan influir en el próximo cónclave.
LEJOS DE PARÍS
En Francia, la relación fue igualmente distante. Aunque visitó varias ciudades, Francisco nunca priorizó un viaje a París ni asistió a la reapertura de Notre-Dame, rechazando la invitación de Emmanuel Macron. El Papa percibía a la Iglesia francesa como demasiado burguesa, centrada en debates identitarios y alejada de las periferias humanas. También pesó la incomprensión hacia el laicismo francés y el disgusto de la Santa Sede ante el informe sobre abusos sexuales en la Iglesia gala, que hablaba de un problema “sistémico”.
El desafío alemán fue aún mayor. Allí, bajo la presión de los laicos y un episcopado progresista, se impulsó el “Camino Sinodal”, que debatió temas como el sacerdocio femenino, el celibato opcional y la bendición de parejas homosexuales. La masiva adhesión a estas propuestas dejó al Vaticano en una encrucijada. Francisco intentó equilibrar apertura y unidad, pero el proceso evidenció una Iglesia globalmente fragmentada, con un norte progresista y un sur conservador.
Atrapado entre sectores que lo acusaban de ser demasiado tibio o demasiado audaz, Francisco pasó su pontificado navegando entre fuerzas contrapuestas. Su muerte deja un escenario polarizado, donde poderosos sectores ultraconservadores, especialmente en Estados Unidos, ya trazan estrategias para moldear el futuro de la Iglesia, no solo en la elección del próximo papa, sino en su rumbo para el siglo XXI.
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