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La Ciudad |Una escenografía de Billares, naipes, partidos de fútbol y la tele clavada en los canales “burreros”

La ñata contra el vidrio de los viejos bares de barrio platenses, una costumbre que resiste

En varios rincones de la Ciudad, pequeños boliches mantienen viva la magia de la ginebra matutina, el ritual vermucero y el hábito del vinito nocturno. El sitio ideal para ahogar penas o encontrar un oído amigo

La ñata contra el vidrio de los viejos bares de barrio platenses, una costumbre que resiste

el sifón de soda, el vinito y el TV clavado en un canal “burrero”. la postal del bar de 7 entre 68 y 69 durante el último viernes santo / Gonzalo calvelo

CECILIA FAMÁcfama@eldia.com

2 de Abril de 2018 | 01:58
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“Toda la noche voy a estar / sentado en la barra del bar / quiero tomar un trago más / los viejos tiempos volverán”. Nostalgia y esperanza. Los bares de barrio supieron ser durante muchas décadas los lugares indicados para ahogar penas, encontrar la discreción de un oído amigo, apurar una ginebra temprano antes del trabajo invernal, o cerrar un día agotador. Y si bien muchos han sucumbido en los últimos años, los hay que permanecen inmunes al paso del tiempo, o se han reinventado, o han resurgido. Una copa, un estaño, el saludo con un gesto mínimo a los parroquianos de siempre, ofician allí como contraseñas de pertenencia e identidad; una vía de acceso a esos viejos tiempos que al ser recordados vuelven a ser presente, y combustible vital para muchos jóvenes de ayer.

En 25 entre 60 y 61 está “El Dilema”. Llamado así desde hace dos años, históricamente fue conocido como “Malayunta”. Fundado en 1953, es de los pocos bares de barrio que han mantenido su esencia desde la inauguración.

Situado junto a un taller mecánico, a metros de plaza Brandsen, abre de lunes a lunes, de 9 a 22. Si bien desde hace un par de temporadas tiene nuevos dueños, por la mañana y hasta el mediodía se puede encontrar allí a Luis Perri, histórico cantinero del lugar, y parte de su historia viva. Él es quien sirve los primeros tragos del día y se queda hasta el almuerzo, cuando Patricia -que en rigor se llama Carmen Rodríguez dos Santos- empieza a sacar los primeros platos.

“Este es un bar-minuta, no es un boliche”, despeja dudas Ana, una habitué. Artesana ella, es una vecina de la zona que pasa todas las tardes por su cervecita antes de volver a casa. “Conozco a todos acá, si no, no vendría”, aclara mientras saluda a quienes acaban de ingresar, dueños del bar del club Talleres del Provincial, de 133 y 50. Es Viernes Santo, a las 20.30. “El Dilema” despacha vermouth, vinos, cervezas. Nadie juega en el pool, “porque es un día tranquilo”.

Los sábados son más movidos: se enciende la parrilla. A veces hay lechón, otras asado y chorizo. Eso, al mediodía. Por la noche, arrancan las guitarreadas. Después de las 22 se bajan las persianas, “porque hay que cuidar el ambiente”, pero la barra sigue activa, las voces y la guitarra también. El único límite, que se respeta a rajatabla es el “hasta mañana” del cantinero.

Juan Cabanay y Patricia compraron el fondo de comercio hace dos años y medio. Venían de otro bar, en 529 entre 25 y 26, donde no les renovaron contrato. Entonces desembarcaron con “El Dilema” -así se llamaba el anterior y le trasladaron el nombre a éste- en el sur del casco platense. “Nos sigue mucha gente de allá, que ahora se viene a este barrio. La clientela es gente de por acá, amigos y transeúntes que pasan, ven abierto, y se sienten a almorzar o a tomar algo”, cuenta Juan. Detrás de él, los estantes lucen botellas de licores Hesperidina y Mariposa, caña Legui, aperitivo Cynar, ginebra Llave, Gancia, Cinzano, Fernet Branca y otros elixires favoritos de los comensales.

“Tratamos de hacer que el lugar sea lo más familiar posible, que la gente pueda venir con los chicos a comer algo; tenemos una clientela sana. Quizás se facture menos de esta manera, pero lo ganamos en tranquilidad”, afirma Juan, comentando que ellos se hacen cargo de todo: los proveedores, la atención y la cocina, manejadas por Patricia, que “tiene mano para todo”. Es cierto: prepara desde minutas a pastas, pasando por guisos, preparaciones con vizcacha y lengua al escabeche. La clientela está embelesada: “todo es un manjar”.

“Lo que más se toma es vino –incluso de caja- y vermouth con la comida” -revela Juan-: “pero está volviendo la gente que a la mañana pasa por una ginebrita y sigue camino al trabajo. Acá viene gente laburante, que cae al mediodía a comer un sándwich y capaz se queda toda la tarde, o el que sale de la obra a comer algo y vuelve enseguida. La tardecita es la hora de los que vienen por un vinito, una medida de whisky. Mi vida son los bares, anduve toda la vida de bares y boliches. Ahora tenemos el nuestro y lo cuidamos mucho. Acá festejamos nuestros cumpleaños, invitamos a amigos...”.

“Cuando hago un lechón, el sábado, aviso y tengo siete u ocho voluntarios para colaborar. Cuidamos mucho que sea un lugar de familia y amigos”, dice este vecino de Las Quintas, hincha de River, que no dudó en poner todos los escudos y posters posibles de su club en las vitrinas y paredes del lugar.

RESURGIR

Guillermo Rincón empezó a ir al “Escalduna” allá en el ‘76, cuando tenía 11 años. Iba un rato, a la tarde, a acompañar a su viejo que jugaba al billar con los amigos. El bar se convirtió en su club, su lugar de reunión, y hoy es su segunda casa.

“Este fue un bar desde 1964, cuando lo abrieron unos hermanos españoles, hasta el 2003, cuando se vendió y pasó a ser una casa de comidas. Pero en 2013 se puso de nuevo en venta... y lo compré; siempre quise que volviera a ser un bar. Quería devolvérmelo y devolvérselo a la gente del barrio”, cuenta Guillermo, quien hizo un alto en su partida de pool para repasar la historia de su boliche, ahora llamado “Gasolero 2”.

En la casa hay un empleado, y detrás de la barra está su hijo Sebastián, quien atiende el bar varios días a la semana. “Sí, está mi pibe, viene al bar desde chico, cómo cuando ese pibe era yo”, asiente Guillermo, mientras enciende un Benson & Hedges. Y convida, como lo marcan los códigos. “Quedan pocos bares” admite: “es que realmente se vive otro clima. Yo venía de chico con mi viejo, y a mediados de los ‘70, o para el Mundial del ‘78, ya era mi lugar de encuentro con mis amigos, para jugar al billar o tomar una cervecita. Eran otros tiempos: abría a las 5 de la mañana y cerraba a la 1 o a las 2... Y a veces, ni cerraba: la gente amanecía acá. Ahora, con la inseguridad que hay, no podés. Se abre a las 8 y a las 22 ya estamos bajando la cortina”.

“La mayoría de la gente que viene es mayor. Tempranito, servimos muchas ginebras o cañas Legui... Y después en el almuerzo, vermouth con picadas. Los sábados prendo la parrilla y ya todos saben que hay asado”.

Tomar y picar algo. Charlar con los vecinos. Mirar las carreras de caballos por la tele. Compartir un truco o una partida de tute o mus. Entre envidos y quiero retrucos se pasa la tarde en el “Gasolero 2”, de 7 entre 68 y 69. El “Gasolero 1” está en 70 y 118, era de un amigo de Guillermo que ya no está. Pero el lugar sigue en pie, también con su pool como protagonista del salón, los banderines de los clubes, las mesitas llenas de vecinos levantando sus vasos de aperitivo cuando la tarde le hace una reverencia a la noche que se acerca.

Guillermo es transportista nocturno de diarios. Luego descansa un rato, y ya se mete en su bar. “Vivo de las dos cosas”, asegura. Pero el “Gasolero” es más su segunda casa que un trabajo: allí revive su infancia, su juventud, y comparte con los vecinos del barrio las tardes de tragos y billar. Como si el tiempo se hubiera detenido, sigue recorriendo los mismos pasos que separan su casa natal –y actual- de aquel lugar pleno de mística que de chiquilín miraba... de adentro.

40 AÑOS DE HISTORIA

También hay bodegones que mantienen un perfil bajo pero son bien conocidos por los habitúes de estas propuestas. Al este del casco histórico, en un barrio de pensiones, empedrados y antiguas casonas que año tras año dejan paso a torres de departamentos, hay uno que abrió sus puertas en 1977, y está abierto desde entonces de lunes a lunes.

Parte de la historia de ese lugar emblemático es María, la cocinera de la noche, quien ya lleva 16 años trabajando allí. María llega todos los días desde Los Hornos, para preparar lasagnas, canelones, pastel de papas y los guisos que son la debilidad de los parroquianos que visitan a diario la fonda, que conserva su distribución original y sus tradicionales adornos: botellas de antaño, un museíto con radios de todas las épocas, un teléfono público colgando de una de las paredes, el piano, trofeos de fútbol, espejos, macetas y todo el decorado típico de un lugar que viene acumulando historia y recuerdos desde hace décadas.

“Durante mucho tiempo, cuando yo arranqué, éste era un lugar al que venían a comer los estudiantes de la universidad... pero a la noche, siempre venían los amigos del dueño. Yo les decía ‘el geriátrico’, porque eran todos mayores, a diferencia de nuestra clientela habitual. Ahí se armaban unas noches preciosas, que arrancaban con partidas de truco, pero seguían con tangos, guitarra, acordeones. Alguno se animaba al piano. Son recuerdos imborrables”, cuenta María.

El sector que señala la cocinera, sigue aún reservado para los clientes de siempre. “Le decimos ‘el VIP’, porque es para amigos de la casa”, dice. “De vez en cuando alguien agarra el piano... el otro día un cliente se sentó y se tocó una cumbia”, cuenta, demostrando cómo la clientela se renueva.

El vermouth con soda acompaña a diario la especialidad de la casa: una pizza especial con roquefort, rodajas de tomate, huevos fritos, morrón y aceitunas. Apenas se desplome el mercurio en los termómetros, arrancará la época de guisos y vinos; las preferencias se mueven al compás del clima, pero no abandonan este clásico de la ciudad, con sus manteles de hule, sus vasos de vidrio grueso y su barra siempre dispuesta a atender a quienes se acerquen a esta esquina que es patrimonio arquitectónico de la ciudad y patrimonio cultural de todo un barrio.

 

 

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La fachada de “El delirio”, en 25 entre 60 y 61

Guillermo al lado del pool que es protagonista de “El gasolero 2”, su querido su bar / g. calvelo

El interior de “El gasolero 1”, de 70 y 118. Dos rincones platenses que mantienen su espíritu / Gonzalo calvelo

el sifón de soda, el vinito y el TV clavado en un canal “burrero”. la postal del bar de 7 entre 68 y 69 durante el último viernes santo / Gonzalo calvelo

Roberto barrios, con su whisky y su cigarrillo/calvelo

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