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Opinión |Editorial

La Ciudad merece un aplazo por el estado de las veredas

27 de Septiembre de 2018 | 02:43
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Hace ya demasiado tiempo que los funcionarios municipales, sean de la actual como de las administraciones anteriores, se olvidaron de las veredas de la Ciudad. En realidad, se habla de un problema que no es complejo ni oneroso para la Municipalidad, ya que, simplemente, se trata de poner en marcha un plan integral de reparación de veredas, obligándose a los propietarios a realizar esas obras a su costo, tal como les corresponde en base a las ordenanzas vigentes desde siempre.

Se ha preferido, en cambio, no enfrentar el pretérito y cada vez más grave problema de las veredas rotas o faltantes en todo el distrito. Relacionado a ello, el poder municipal tampoco se preocupa por hallar soluciones a los múltiples trastornos que causan las obras inconclusas que complican la circulación de peatones. Los peatones reclaman inútilmente por la presencia de vallas y otros obstáculos que les impiden desplazarse por las veredas, a partir de obras en construcción que, además, se mantienen sin finalizar durante largo tiempo.

Se sabe que las protestas suelen provenir desde distintos barrios, ya que en la Ciudad se ha permitido que los responsables de la realización de obras particulares tomen toda la vereda, tabicándolas desde la línea de frentes hasta el cordón, y así obligar a que las personas necesiten bajar a la calle y afrontar los peligros que sean para poder continuar con sus recorridos. Muchos hombres y mujeres, mayores o con impedimentos físicos, han desistido ya de circular, pues de hacerlo corren con graves riesgos.

Una nota recientemente publicada en este diario ofreció referencias del pésimo estado que exhiben las veredas de la plazoleta ubicada en 4 y diagonal 79. Los vecinos señalaron que desde hace mucho tiempo faltan baldosas y que resulta cada día más dificultoso transitar por ese lugar.

El problema del pésimo estado de las veredas de La Plata es antiguo y conocido, está a la vista de todos, desmerece la calidad de vida de la población y marca, además, el muy bajo nivel urbanístico de una ciudad que fue ejemplar y de vanguardia, a la hora de exhibir la bondad de sus espacios públicos, sea en lo que se refiere a su mejor funcionalidad como a su limpieza. Lo más grave de la situación reside, sin embargo, en que, a medida que pasan los años, el panorama empeora.

Se conoce perfectamente que muchos de los frentistas -entre ellos podría incluirse a muchos organismos públicos, cuyas veredas suelen lucir tanto o más rotas que las de los frentes a cargo de los particulares- no sólo no cumplen con la obligación de mantenerlas en buen estado, sino que ni siquiera se ocupan de barrerlas y limpiarlas.

El resultado global de esas actitudes -a las que se suman, claro está, las de los empresarios de obras o de comerciantes que las invaden con mercaderías en forma ilegítima- es que buena parte de las veredas de la Ciudad aparecen rotas, sucias, ocupadas o abandonadas. Caminar por ellas exige destrezas atléticas, de las que carecen la mayoría de las personas y, mucho más, las de edad avanzada o las que sufren alguna desigualdad física.

Se ha dicho ya en reiteradas ocasiones que, si se impulsara un plan integral de reparación de veredas, el efecto multiplicador propio de toda obra -en este caso, de muchísimos emprendimientos similares- se reflejaría en beneficios para la actividad económica general. Por otra parte, la Comuna cuenta con la posibilidad de ofrecerle ventajas a los frentistas, en lo concerniente a sistemas de financiación que pueden acordarse en cada caso.

El estado de las veredas de cualquier ciudad constituye, acaso, el testimonio más directo e inmediato del esmero que ponen las administraciones municipales en su mejor cuidado. “Tiene las veredas muy rotas y descuidadas”, suele ser uno de los dictámenes reprobatorios que formulan los observadores. En ese contexto, entonces, debe decirse que La Plata merece un aplazo y que, cuanto antes, debe levantar tan lamentable calificación.

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