
Milei, al hacer sus primera declaraciones tras el triunfo / afp
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Milei, al hacer sus primera declaraciones tras el triunfo / afp
Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
La Argentina inició ayer una re-configuración política de resultado aún impreciso. El ascenso de Javier Milei a la presidencia, un hombre sin historia política, un novato, es el mensaje más descarnado del electorado sobre una demanda de cambio generalizado, acaso de hartazgo, que había quedado parcialmente reflejada en la primera vuelta de octubre, cuando una mayoría social eligió opciones no vinculadas al oficialismo.
La necesidad de “resetear todo” ha sido tan profunda que la mayoría de los votantes, casi 14 millones de almas, optó por un salto a lo desconocido. Arriesgarse con tal de subvertir el orden establecido, que incluye una economía estallada sólo contenida del desborde porque el candidato presidencial del gobierno era el ministro de Economía, innumerables casos de corrupción con dinero público y un desfile de caras desde hace años que se repiten sin cesar.
El loco”, como le dicen a Milei quienes no lo quieren bien, supo leer esa demanda, en especial entre los electores más jóvenes. Los que aún miran hacia adelante y evidentemente no se hacen tantas preguntas sobre el pasado, en un sistema democrático consolidado que está cumpliendo 40 años de la recuperación de su continuidad. Por lo que implica todo balotaje, la reducción a una opción entre dos, habrá que tener en cuenta que el nuevo presidente llega con una buena cantidad de votos que fueron hacia él por resignación, sin fanatismos. Desde ayer no tiene un cheque en blanco. Y Milei debería ser el primero en comprender eso.
Un dato histórico que dejará esta elección es que el verdugo del peronista Sergio Massa fue ese candidato que el oficialismo oxigenó -y hasta ayudó a crecer en forma encubierta- para dividir a la principal alianza opositora, que era la que en principio amenazaba con desalojar al PJ del poder otra vez. Puntualmente, para debilitar a Juntos por el Cambio que hace dos años había conseguido un empujón notable al ganar las elecciones de medio término. La historia es conocida: en una muestra de soberbia incompresible, Juntos desperdició esa situación de fortaleza en una sangrienta pelea intestina que lo sacó del balotaje disputado ayer.
Habrá que concederle a Mauricio Macri parte del crédito por el triunfo de Milei. Su rápida movida post primera vuelta para sellar la alianza entre su sector y La Libertad Avanza, que partió de hecho a Juntos por el Cambio, le insufló densidad política al espacio libertario en el “sprint final” y, sobre todo, le aportó un aceitadísimo mecanismo de fiscalización desde el norte al sur del país que fue decisivo para pintar de violeta casi todo el territorio nacional y para garantizar igualdad de condiciones en la pelea con Unión por la Patria. En la jerga política le dicen “cuidar los votos”. Se descuenta ahora que el macrismo duro integrará el gabinete de Milei, ya se verá cómo. Entre otras razones porque el libertario necesitará hacer un gobierno sin los signos de aislamiento, endogamia y hasta de exclusión del otro que mostró en la mayor parte de la campaña electoral.
Milei, que llegó hasta aquí sin estructura, será un presidente con notable debilidad política inicial, sin un sólo gobernador de su mismo color partidario, con apenas 37 diputados nacionales de un total de 257 y con un Senado que manejará el justicialismo.
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Ese escenario lo obligará a entablar negociaciones políticas todo el tiempo, en especial en el Congreso, si pretende llevar adelante alguna de sus propuestas de campaña, que de tan disruptivas suenan a inaplicables sin un respaldo contundente de lo que Milei llama en forma peyorativa “la Casta”.
Lo de Milei fue un verdadero vendaval en todo el país. Triunfó en casi todas las provincias, menos en Formosa y Santiago del Estero. El centro del país le fue tremendamente favorable. En Córdoba se impuso por más de 48 puntos, en Santa Fe por más de 25, en Entre Rios por unos 23, en San Luis por 36 y en Mendoza por más de 42. Pero lo que fue demoledor para Massa, catastrófico, fue el resultado de la estratégica Buenos Aires: allí Milei hizo una remontada formidable respecto a octubre y el tigrense se impuso por sólo 1,5 %, con casi el 96% de las mesas escrutadas
Así, Massa salió a reconocer la derrota nacional de más de diez puntos porcentuales cerca de las 20 de ayer, antes de que se conocieran los resultados oficiales. Quiso terminar todo rápido y fue claro en decir que, a partir de ahora, la responsabilidad “de dar certezas” la tendrá el nuevo presidente. Como sacándose el foco de encima.
La palabra “responsablidad” (o directamente “culpa”) empezará a sonar bastante cuando Milei tenga que enfrentarse a la terrible bomba neutrónica económica que le deja el ministro/candidato, especialmente agravada desde que se lanzó la campaña electoral y Massa apeló a la generosa billetera estatal para dar buenas noticias y repartir dinero aquí y allá.
Milei recibirá un país sin dólares y por lo tanto sin importaciones, con un tipo de cambio oficial ficticio, con cepo cambiario, con alta inflación, pobreza elevada y una moneda nacional que no vale nada entre otras razones por la emisión descontrolada. Anoche en el mundo político había dudas respecto a que se pudiera hacer una transición ordenada entre el gobierno que se va y el que entra.
Ni el dispendio indiscriminado de recursos públicos (más de 2 puntos del Producto Bruto Interno), ni la campaña sucia contra Milei, ni la estrategia del miedo refutando medidas de un posible gobierno libertario le alcanzaron a Massa para evitar la contundente derrota. Siempre se habló de que iba a ser un balotaje parejo y eso le otorgó más adrenalina a la jornada de ayer. No lo fue.
Con sus socios políticos Alberto Fernández y Cristina Kirchner ausentes de la escena por el supuesto efecto negativo que podían ejercer sobre el electorado, el postulante del peronismo se chocó de frente con una pared construida a partir de materiales como el hartazgo por el presente económico y el permanente cambio de reglas, la inseguridad creciente y un estado de ánimo social en general desesperanzado con la política tradicional, de la que Massa es el exponente más paradigmático. El más “profesional”, como se lo bautizó después del debate presidencial que, por cierto, ganó claramente. Algo que tampoco le terminó sirviendo.
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