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La práctica de consumo en la que las personas se inyectan con restos de otros usuarios, preocupa a la comunidad internacional por su potencial de transmisión de VIH. Qué dicen especialistas
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A primera vista, parece inverosímil: personas que se inyectan sangre ajena para alcanzar un efecto similar al de una droga. Pero el fenómeno —conocido como “bluetoothing”— existe y preocupa. La práctica consiste en que un consumidor de drogas inyectables, luego de aplicarse una sustancia como heroína o metanfetamina, extrae parte de su propia sangre para que otra persona se la inyecte, en busca de un “subidón” más barato. El método, documentado en regiones del Pacífico, África y Asia, ha encendido las alarmas de los organismos internacionales de salud por su capacidad de propagar infecciones como el VIH y la hepatitis con una rapidez devastadora.
El término proviene del nombre de la tecnología inalámbrica —Bluetooth—, que en este caso se usa irónicamente para describir una forma de “transferencia” directa y peligrosa entre cuerpos. Según la directora ejecutiva de la ONG Harm Reduction International, Catherine Cook, “es la manera perfecta de propagar el VIH”. Incluso en dosis mínimas, la sangre compartida puede contener partículas virales suficientes para provocar una infección.
En lugares como Fiyi, el bluetoothing se ha convertido en una de las causas detrás del aumento acelerado de casos de VIH. Entre 2014 y 2024, las nuevas infecciones se multiplicaron por diez, según datos de Onusida, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida. La mitad de las personas diagnosticadas en el país reconocieron haber contraído el virus por compartir agujas, aunque no siempre queda claro si también compartieron sangre. Lo que sí se sabe es que la mayoría son jóvenes de entre 15 y 34 años.
“Estamos viendo morir a jóvenes que se inyectaban drogas y mantenían relaciones sexuales sin protección”, explicó Eamonn Murphy, director regional de ONUSIDA para Asia y el Pacífico. “El bluetoothing es uno de los muchos factores que impulsan este aumento, junto con la falta de acceso a agujas limpias y la precariedad sanitaria”.
El fenómeno suele aparecer en zonas atravesadas por la pobreza, la falta de oportunidades y los controles policiales que encarecen el acceso a drogas. En ese contexto, el intercambio de sangre se vuelve —paradójicamente— una forma desesperada de ahorro. En algunos países, se lo conoce como “flashblooding”, y afecta especialmente a mujeres que viven en condiciones vulnerables.
El informe mundial de Onusida 2025 contextualiza este escenario dentro de una crisis más amplia. Los recortes en la financiación internacional para la prevención y el tratamiento del VIH amenazan con revertir décadas de avances. Según la agencia, la interrupción de programas financiados por Estados Unidos podría causar hasta seis millones de nuevas infecciones y cuatro millones de muertes adicionales entre 2025 y 2029.
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La situación se agrava por leyes punitivas que criminalizan el consumo de drogas o las identidades sexuales diversas, lo que empuja a muchas personas fuera del sistema de salud. “Esto no es solo un déficit de financiación, es una bomba de relojería”, advirtió Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Onusida.
Sin embargo, el informe también resalta ejemplos de resiliencia: Sudáfrica, por ejemplo, financia el 77% de su propia respuesta al sida y planea aumentar el presupuesto sanitario durante los próximos años. Otros siete países africanos alcanzaron las metas 95-95-95 (diagnóstico, tratamiento y supresión viral), demostrando que es posible frenar la epidemia cuando hay recursos, acompañamiento comunitario y políticas sostenidas.
El bluetoothing no es un fenómeno aislado, sino un síntoma de una desigualdad que deja a millones sin acceso a salud ni a prevención. Su existencia revela, con crudeza, las fallas estructurales de un sistema que castiga más de lo que acompaña.
En palabras de Byanyima, el desafío es global: “Cada dólar invertido en la respuesta al VIH no solo salva vidas, también fortalece los sistemas de salud y promueve el desarrollo”. Mientras tanto, el bluetoothing recuerda —en su gesto más extremo— lo que ocurre cuando la desesperación reemplaza al cuidado, y cuando la sangre, fuente de vida, se convierte en un vehículo de riesgo y de dolor compartido.
Incluso en dosis mínimas, la sangre compartida puede contener partículas virales suficientes
Los recortes para la prevención y el tratamiento del VIH amenazan con revertir los avances
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