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Séptimo Día |LITERARIAS

Svetlana Alexiévich: el regreso del pasado

Tras dedicarse durante más de treinta años a documentar el fracaso de la antigua Unión Soviética en una obra profundamente humanista premiada con el Nobel de Literatura en 2015, la escritora y periodista bielorrusa asegura que “la utopía comunista retornará a nuestras vidas”

Svetlana Alexiévich: el regreso del pasado

Svetlana Alexiévich: el regreso del pasado

22 de Mayo de 2016 | 00:13

La frase quedó flotando en el aire en el arranque de la conferencia de prensa que Svetlana Alexiévich brindó en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), con motivo de su participación en el festival literario Kosmopolis. Ninguno de sus libros, que ella misma denomina la “Enciclopedia de la Utopía roja” (”La guerra no tiene rostro de mujer”, “Voces de Chernobyl”, “Los muchachos de Zinc” o “El fin del homo sovieticus”) fueron publicados en su país, Bielorrusia, donde Alexiévich es considerada “persona no grata”. A pesar de ello, hace más de tres años que regresó a vivir a Minsk, la capital de la ex república soviética gobernada desde hace más de dos décadas con puño de hierro por Aleksander Lucashenko. Pero no fue el autoritarismo de su país o la deriva opresora de la Rusia de Vladimir Putin lo que le hizo pensar en el retorno del comunismo, sino su experiencia del exilio en países como Suecia, Alemania o Francia.

“No podemos decir que el socialismo sea una idea mala, lo malo fue la versión rusa del comunismo”, remarcó la Nobel, cuyos libros se destacan por haber elevado al periodismo a un nivel de excelencia literaria. “Lenin ya había advertido que sin otro nivel de consciencia la utopía sería un baño de sangre, y así fue”, añadió.

Alexiévich, de 67 años, contó que ella es “de la generación que negaba el comunismo, no por la idea, que era bonita, sino por su realización”. Pero “ni como sociedad ni como entidad económica estamos preparados para ser todos felices, quizás lo estemos de aquí a cien o doscientos años”, agrega.

“Me acuerdo que en los 90 reinaba un romanticismo, la gente decía: se irán los comunistas y vendrá la libertad. Nos sentíamos héroes por luchar contra el monstruo del comunismo, y ahora vivimos con las ratas que salieron de nuestras vidas, nuestra naturaleza y nuestra propia alma”, reflexiona la escritora.

“En cualquier país dictatorial, las personas quedan niveladas y tienen enterrado un monstruo, una persona deformada que no dejan aflorar”. Por lo tanto, “cuando llega la libertad nadie sabe lo que es”, sostiene. Con la caída de la antigua Unión Soviética, “el poder lo tomaron los ladrones, que se repartieron las riquezas del país, y continúan robando”, denunció. “Los que comenzamos la revolución estábamos soñando con un socialismo de cara humana, no estábamos preparados para un mundo cruel”.

“Solo (Mijaíl) Gorbachov empezó hablar de la socialdemocracia. Y salió como salió: los líderes de la Perestroika -proceso de reformas económicas que derivó en la caída de la URSS- fracasaron, el pueblo se sintió engañado, y ahora las nuevas generaciones no quieren vivir en un país humillado. Por eso Putin tiene el reconocimiento y la admiración de la gente que quiere una patria grande”, dijo la periodista.

Aunque la escritora afirma que no teme vivir en Bielorrusia ni enfrentarse a Putin, reconoce el “miedo común de los intelectuales a que regrese el pasado, el fascismo”, como ocurrió en la Alemania de los años 30. Además, recuerda que el sistema soviético inculcó un miedo que persiste, “la idea de que eres indefenso y hay personas que desaparecen o están en prisión”.

Incluso, comentó, existen “nuevos patriotas que creen que Putin es demasiado débil, por perder la guerra con Ucrania o por no haber aterrorizado a los Estados Unidos. Y esto es peligroso, porque en base a la humillación nacional ya sabemos lo que pasó”.

“Rusia siempre necesita una súper idea, un mesías que va a salvar al mundo ruso”, sostiene al cargar sobre Putin, a quien acusa de apelar a los “instintos más básicos de la gente, al odio, a los aspectos más negros del alma humana”.

No obstante aclara que no le gusta oír que “Putin es un demonio”, porque “no es Putin, es un Putin colectivo. En cada ruso existe un Putin. Ha concentrado en su figura las ilusiones de la gente engañada, humillada, frustrada y que no sabe quién tiene la culpa, porque no somos capaces de encontrar la libertad”.

Al referirse a uno de sus libros más conocidos, “La guerra no tiene rostro de mujer”, que dio voz a las mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial, Alexiévich sostuvo que consideraba que era interesante el punto de vista de la mujer porque “los hombres intentan buscar una justificación a la guerra mientras para ellas siempre es un asesinato”.

Cada vez que se habla de la Premio Nobel bielorrusa, lo primero que se destaca es el carácter coral de su obra, que recoge testimonios de personas comunes quienes para la autora constituyen el “verdadero abono de la Historia”. Parafraseando a José Ortega y Gasset cuando decía que “el siglo XX es el de la insurrección de las masas y cada persona tiene derecho a no desaparecer sin rastro”, Alexiévich aboga por abandonar el periodismo banal para abordar temas profundos.

“Lo que hago es un intento de cubrir todo el territorio de nuestra vida, y sin esta forma polifónica sería imposible. Elijo personas de distintas edades, profesiones, situaciones geográficas (...) cada persona no es un documento per se, sólo el conjunto de todos ellos conforma la verdad”, sostiene Alexiévich, quien dice seguir los pasos de Dostoievski y Valam Shalámov.

Tras cumplirse 30 años de la tragedia de Chernobyl, sobre la que publicó precisamente el libro “Voces de Chernobyl”, la escritora se refirió a aquella catástrofe y a la ocurrida en Fukushima, Japón: “Es un símbolo del ser humano que piensa que en el enfrentamiento con la naturaleza puede ganar”.

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