Un club dividido, en descenso y sin Diego

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Por NICOLÁS NARDINI

nnardini@eldia.com

Para los socios y los hinchas de Gimnasia la ida de Diego Armando Maradona ha sido un duro golpe. Otro más para quienes de manera estoica sostienen a la institución aún en los momentos más aciagos en el plano deportivo. El alejamiento del ídolo producirá un efecto devastador en lo anímico, por lo que irradia su figura, por el magnetismo sin igual que su sola presencia genera. En lo deportivo, es difícil cuantificar el nivel de la pérdida, pues sus números no fueron positivos, más allá de que parecía que el equipo venía en levantada. También habrá que apuntarle en el haber la promoción de juveniles que, de seguir en el promisorio nivel que vienen mostrando, se convertirán en los principales activos futbolísticos.

¿La contracara? Al Diez se le hacía imposible cumplir con todas sus obligaciones. Una, dos o hasta tres veces por semana delegaba sus funciones en sus ayudantes. Parece mucha ventaja para un equipo que está hundido en los promedios y necesita sacarle rédito a cada práctica.

Pero Maradona, por doloroso que suene para los hinchas, ya es historia en Gimnasia. En la institución, todos sus actores tendrán que hacer un acto de reflexión respecto de los motivos que llevaron al Lobo a este momento.

Es evidente que en Gimnasia no se ha sabido tomar debida nota de cómo se manejó las institución en los mejores años deportivos de su historia. No es casual que en los mandatos comprendidos entre 1992 y 1998 (en ese lapso Gimnasia jugó copas internacionales, fue campeón de la Copa Centenario y se mantuvo siempre en el lote de los mejores del fútbol argentino) no haya habido elecciones en el club. En el marco de la unidad que supo gestar Héctor Delmar tras imponerse a Jorge Antonucci en las urnas, en una campaña de la vieja escuela, marcado por el respeto y el señorío, el Lobo cosechó sus mejores años en el plano deportivo. Se trataba de un club con debate de ideas, pero respetuoso del otro, cohesionado. Jamás se alejó de calle 4 el debate con el fervor que caracteriza a los gimnasistas, pero la conducción tuvo el don de encauzar esa pasión hacia una sinergía que engrandeció al club, apaciguando los ánimos cuando era necesario por el bien común.

El gran quiebre se produjo en la campaña presidencial de 1998, en la que se impuso el contador Domínguez. Aquella fue una campaña política cruenta, plagada de chicanas y golpes bajos. Se vieron las peores miserias y hasta se llegó a promocionar en un céntrico hotel porteño, mediante una conferencia de prensa, el juicio que dos intermediarios de fútbol le habían hecho al club. Sí, leyó bien, socios de Gimnasia -en la campaña política del vale todo- publicitaron vivamente un juicio contra Gimnasia con tal de ganar algunos votos.

Allí comenzó la división de la familia gimnasista. En adelante, la fragmentación de la masa social tripera fue en un constante crecimiento y los desaciertos a todo nivel concluyeron en la pérdida de categoría del equipo tras 26 años ininterrumpidos en Primera.

El ciclo puede repetirse en poco tiempo, si la campaña actual no logra un brusco giro más temprano que tarde.

Lo que no ha cambiado en los últimos 20 años ha sido la fragmentación de la masa societaria y sus representantes como actores políticos. El fracaso de la unidad no fue el que se produjo a las apuradas, de manera totalmente desprolija, en las últimas horas para retener a como diera lugar a Maradona. En verdad, el fracaso del consenso que jamás se cristalizó pasó por no haber encontrado por lo menos unos seis meses atrás el espacio y el tiempo necesarios para darle forma a un gran acuerdo general al ver al primer equipo en un peligroso tobogán.

En estas horas, Robustelli y Cowen están ante la chance de demostrar que en Gimnasia puede darse un proceso electoral sin golpes bajos ni chicanas, saltanto las divisiones que disgregaron a Gimnasia.

 

 

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