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Turismo |ARCHIPIÉLAGO DE OCEANÍA

Nueva Caledonia, un destino para los que buscan tranquilidad

Puede ocurrir que el visitante que se dirige por la mañana a una de las hermosas bahías tenga toda una playa para él

Nueva Caledonia, un destino para los que buscan tranquilidad

Los paisajes que se pueden disfrutar en el atolón de Ouvéa, Nueva Caledonia / Christoph Sator / dpa

NUMEA

2 de Diciembre de 2018 | 07:59
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Al final del día, la Luna se convierte en un croissant. En el cielo nocturno sobre el Pacífico, efectivamente tiene el aspecto de esta pieza de repostería en forma de cuernito. Pero casi ningún lugar en el planeta está más lejos de una panadería parisina que este archipiélago de Oceanía, Nueva Caledonia: en línea recta son 18.000 kilómetros.

Sin embargo, el archipiélago de 280.000 habitantes pertenece desde hace 165 años a Francia, una situación que tampoco ahora va a cambiar. En un referéndum celebrado a principios de noviembre, el 57 por ciento de la población votó en contra de la independencia. Entre la población aborigen de las islas, los canacos, la decepción es enorme. Ellos ya habían inventado un nuevo nombre para Nueva Caledonia: Kanaky, que significa “país de hombres”.

Nueva Caledonia es uno de los pocos destinos idílicos que se han salvado de la invasión de turistas. En 2017, solo 100.000 turistas visitaron las islas. Fuera de la capital, Numea, hay muy pocos hoteles grandes, por lo que puede ocurrir que el visitante que se dirige por la mañana a una de las bahías tenga toda una playa para sí solo. En otras zonas del archipiélago, como las sabanas, la selva tropical o la costa escarpada, el paisaje es aún más solitario.

La escasa presencia de turistas tiene sus motivos. Para los franceses y otros europeos, Nueva Caledonia está demasiado lejos. Y para los australianos, que son los vecinos más próximos, aunque la distancia entre los dos países es de unos 2.000 kilómetros, el idioma es un obstáculo. Además, Nueva Caledonia, donde todavía se paga con francos, no es nada barata.

En las colinas de la capital, Numea, situada en la isla más grande, Grande Terre, se encuentran las mansiones de los ricos. En una de las pendientes está el centro cultural de Nueva Caledonia, el Centre Tjibaou, un edificio rodeado de espacios verdes que fue diseñado por el arquitecto estrella italiano Renzo Piano. Para mucha gente, el Centre es el edificio más bonito en todo el Pacífico Sur.

Junto al centro cultural hay un pequeño aeropuerto desde donde salen aviones de hélice rumbo a las islas más pequeñas, donde la cultura de los canacos es aún más viva, donde las playas son aún más largas y donde el agua es aún más azul. En 2008, los arrecifes de Nueva Caledonia fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Con una superficie de 1,3 millones de kilómetros cuadrados, el Parc naturel de la mer de Corail es una de las zonas marinas protegidas más grandes del mundo.

Ouvéa es quizás la isla más bonita. Solo tiene una extensión de 35 kilómetros y en algunos puntos una anchura de ni siquiera 40 metros. La isla parece ser una sola playa de arena interminable y casi virgen. Solo en Pont de Mouli, un puente en el camino a una laguna, vemos a un par de turistas bañándose en el mar.

Desde el puente se pueden ver rayas y tortugas nadando en el agua y también observar los contornos de tiburones de aleta blanca y tiburones bebé. Según un conteo oficial, aquí hay 48 especies diferentes de tiburón, que al parecer son todos inofensivos para el ser humano.

En Ouvéa viven 4.300 personas. Casi todos son canacos, a quienes no les gusta mucho compartir su isla con turistas. Koma Waikataes es una de los pocos canacos que viven del turismo. La mujer, de 66 años, regenta un restaurante que ofrece la cocina isleña. Hay pescado asado y también bounga, una especialidad local hecha con pollo, boniato y plátanos.

En Ouvéa solo hay dos hoteles. Normalmente, los turistas extranjeros se alojan en cabañas redondas de paja que pertenecen a particulares. Esos alojamientos se llaman “Accueil en Tribu” (Acogida por la tribu). Efectivamente, aquí la vida aún está organizada de forma tribal. El huésped que esté bien informado debe llevar consigo como donación un “manou”, un pedazo de tela en el que está envuelto un billete de pequeña denominación.

 

 

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