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Séptimo Día |TAMBIÉN EL CLIMA INFLUYE SOBRE LAS TENDENCIAS DE LOS LECTORES

Los días vestidos de silencio y amarillo

La literatura y el invierno. Influencia de las estaciones en la inspiración y la obra de los escritores. Textos de Neruda, Manuel Machado y otros. Los escritores rusos. Testimonios de dos platenses: Norma Etcheverry y José Supera

Los días vestidos de silencio y amarillo

Pablo Neruda

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

30 de Junio de 2019 | 08:44
Edición impresa

Otro invierno llegó para nuestro sur. Y los escritores tomarán nota. Como lo hizo Pablo Neruda: “Llega el invierno. Espléndido dictado/ me dan las lentas hojas/ vestidas de silencio y amarillo./ Soy un libro de nieve,/ una espaciosa mano, una pradera,/ un círculo que espera, /pertenezco a la tierra y a su invierno”.

Neruda el viajero, el meridional, el más soleado. Pero el invierno lo corrigió y le dijo que todo debe terminar, para renacer: “Yo supe que la rosa caería/ y el hueso del durazno transitorio/ volvería a dormir y a germinar:/ y me embriagué con la copa del aire/ hasta que todo el mar se hizo nocturno/ y el arrebol se convirtió en ceniza./ La tierra vive ahora/ tranquilizando su interrogatorio/ extendida la piel de su silencio./ Yo vuelvo a ser ahora / el taciturno que llegó de lejos/ envuelto en lluvia fría y en campanas:/ debo a la muerte pura de la tierra/ la voluntad de mis germinaciones”.

Es verdad que las cuatro estaciones del año influyen en el acto de escribir y en el de leer. En este último caso lo hacen, en forma visible, sobre el interés de los lectores. Los libreros platenses casi coinciden en que –salvo en éste 2019, perturbado por la crisis económica- hay, tradicionalmente, cuatro oleadas de lectores: la de marzo-abril (otoño), infuenciada por el comienzo de las clases; la de julio (invierno), que llega de la mano del receso invernal; la de octubre (primavera) que está regida por el día de la madre y la de diciembre (verano) por las vacaciones largas. En los escritores, en cambio –y sobre todo en los países con mucha nieve- el frío pareciera marcar la temporada alta. El frío ayuda a pensar, a ensimismarse, Los más grandes filósofos y ajedrecistas florecen en las tierras frías.

En las noches heladas los escritores encuentran motivos para encontrarse con ellos mismos y empezar la exploración, acompañados por el aire de un calefactor, por el relumbrón de una vieja estufa eléctrica, por el crepitar de un leño en una chimenea o por el fogón de una salamandra. En el caso de esa suerte de monje laico retirado que fue Macedonio Fernández, el decía que en invierno sólo necesitaba el fuego de tres fósforos, encendidos uno detrás de otro, haciendo pantalla con su mano para rebotar el calor hacia su cuerpo.

El cambio, el casto Almafuerte en su casa de 66 recibió –sin saberlo nunca- la generosa y clandestina calefacción que le ofrecieron los empleados de una panadería lindera. Enterados de que el escritor pasaba horas de intenso frío escribiendo, sin contar con recursos para calentar su casa, se pusieron de acuerdo entre ellos y a su entera iniciativa construyeron en la pared que unía ambas propiedades una suerte de primitiva y clandestina “losa radiante”, a partir del horno en el que fabricaban el pan. El dueño de la panadería se enteró de la obra, pero cuando supo a qué se debía avaló la actitud de sus empleados y la losa radiante funcionó muchos inviernos.

De la lejana y helada Rusia llega la memoria de sus grandes escritores

 

RUSOS Y ESPAÑOLES

De Rusia llega la memoria los escritores como Gógol, Pushkin, Chéjov, Turgueniev, Lev Tolstói, Pasternak, cuyas creaciones no sólo universalizaron al “alma rusa”, sino que dejaron indelebles testimonios de cómo influye el clima sobre el destino humano. El viento blanco, las nieves aterradoras, las tormentas, las madrugadas amarillentas, los bosques fríos recorridos por los espíritus malignos del invierno.

El frío como protagonista central. El invierno como escenario de cuentos navideños. La nieve como colchón de una revolución sangrienta, como lóbrego escenario de perpetuos autoritarismos y campos de concentración, la inclemencia climática en cada letra esculpida por manos ateridas y enguantadas. Y el talento siempre encendido por una copa de vodka.

En la literatura de España aparece también el frío inspirador, que sopla desde más allá del Mar del Norte, desde la última Islandia hasta la devastada llanura del Quijote. El hermano de Antonio, ese más desconocido y encantador poeta que fue Manuel Machado, escribió en “Canción de invierno” este soneto alejandrino: “Los días están tristes y la gente se muere,/ y cae la lluvia sucia de las nubes de plomo.../ Y la ciudad no sabe lo que le pasa, como/ el pobre corazón no sabe lo que quiere./ Es el invierno, oscuro túnel, húmedo encierro/ por donde marcha, a tientas, nuestro pobre convoy./ Y nos tiene amarrados a la vida de hoy,/Como un amor que tira de su cadena al perro./ Luto, lluvia, recuerdo. Triste paz y luz pobre./ Cerremos la ventana a este cielo de cobre./ Encendamos la lámpara en los propios altares.../Y tengamos, en estas horas crepusculares,/ una mujer al lado, en el hogar un leño ...,/y un libro que nos lleve desde la prosa al sueño”.

En nuestros límites, pasando las montañas, vivió el poeta chileno Vicente Huidobro. El escribió “Invierno para beberlo” y lo dijo así: “El invierno ha llegado al llamado de alguien/ Y las miradas emigran hacia los calores conocidos/ Esta noche el viento arrastra sus chales de viento/Tejed queridos pájaros míos un techo de cantos sobre las avenidas…”.

“Oíd crepitar –sigue Huidobro- el arco iris mojado/ bajo el peso de los pájaros se ha plegado/ La amargura teme a las intemperies/ Pero nos queda un poco de ceniza del ocaso…”. Y termina su especial invierno: “Seducciones de antesala en grado de aguardiente/ Alejemos en seguida el coche de las nieves/ Bebo lentamente tus miradas de justas calorías/ El salón se hincha con el vapor de las bocas/ Las miradas congeladas cuelgan de la lámpara/ Y hay moscas/ Sobre los suspiros petrificados”.

DOS PLATENSES

Ella, Norma Etcheverry, es poeta. Y él, José Supera, novelista. Los dos son platenses y, para empatar, ella es del León y él del Lobo. Los dos, también, nos hablan del invierno. Y lo redimen (y también condenan) por igual.

Dice Etcheverry que “está claro que el clima determina el estado de ánimo de las personas y, en lo que a mí refiere, como escritora, yo adoro el frío tanto para salir a caminar por ejemplo, como para aislarme y sentarme a escribir”

Ella es autora de varios libros de poema: “Máscaras del tiempo” (1998), “Aspaldiko” (2002), “La ojera de las vanidades y otros poemas” (2009), y “La vida leve” (2014) que ha sido traducido al griego como tesis de Maestría en el contexto del Departamento de Lenguas Extranjeras, en Traducción e Interpretación de la Universidad Jónica, Corfú, Grecia. Con otros escribió “Lo manifiesto y lo latente” (2011), “Anotaciones de Horacio Castillo a su poesía y otras notas amigas”, (2012) y diversas antologías. En 2015 publicó “La isla escrita”, una selección propia de poetas cubanos contemporáneos, que fue presentado en la Feria del Libro de La Habana (2016).

El frío ayuda a pensar y el invierno pareciera marcar la temporada alta de los escritores

 

“El invierno provoca cierto estado de introspección, que hace que una preste más atención a la voz interna, la que reflexiona, la que siente deseos de registrar cosas y sentires. Por otro lado, me parecen más poéticos el fuego y la nieve, que la playa o el sol ardiente que no dejan pensar”.

“El frío y la nieve me recuerdan a los pueblos árticos y la aurora boreal, que tuve la suerte de ver, o las pisadas sobre las tumbas del cementerio de Josefov, en Praga; imágenes absolutamente poéticas vienen a mi memoria con el frío. Machado habla de sendas blancas, Neruda le escribe al invierno, y ni qué decir de tanta literatura rusa donde abundan fríos indecibles; en ese clima extremo escribieron abundantemente enormes autores como Dostoievski, Gógol, Tolstoi, el mismo Chéjov, adorable y nostálgico. Obsérvese los versos “bocado pleno del invierno” o “saludo pleno de la estufa”, de la poeta finlandesa Katariina Vuorinen y nuestro Roberto Arlt definiendo en Los siete locos a Brasil, como “áspero y caliente”; el clima determina, no hay duda, pero si el calor es infernal, el frío tampoco es inocente”.

’Por su parte, Supera saltó al ruedo con su habitual desenfado: “Las estaciones del año para el escritor no son una boludez…Hablo por mí, pero no es lo mismo el verano que el invierno a la hora de escribir. El invierno tiene el encierro, las manos a veces congeladas se calientan en el teclado o se manchan con tinta. El otoño también se presta”.

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