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Séptimo Día |LA DIFÍCIL CONVIVENCIA CON UN INTELECTUAL. LOS CASOS DE JOSEFINA MANRESA, SIMONE DE BEAUVOIR, ANNAIS NIN, SILVINA OCAMPO Y ZENOBIA CAMPRUBÍ

Las mujeres de los escritores

La Maga, personaje de Cortazar, representa el retrato eterno de la musa inspiradora. Aún se discute quién fue en la vida real. Las mujeres de Neruda

Las mujeres de los escritores

Josefina Manresa

25 de Febrero de 2018 | 08:35
Edición impresa

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

“No es fácil convivir con alguien que lleva una novela dentro. No es fácil lidiar -en techo, mesa y cama; en carne y pensamiento- con el proceso creativo de otro: la frustración, las manías, las horas muertas mirando a la pared. Años enteros buscando la frase perfecta, redondeando el personaje preferido”, escribe la periodista española Lorena Maldonado.

En su artículo “Casadas con el trabajo sucio de los escritores”, relata sobre las aventuras y desventuras de la mujer que convive con un autor literario, algo que se vuelve más complejo cuando ese compañero es famoso.

Velar por su privacidad o impedir a todo trance que se convierta en misántropo, en prófugo del trato social; sostenerlo, llegado el caso, si no cuenta con recursos; cuidar su economía sin avanzar hasta el grado de apoderarse de sus derechos patrimoniales; preservar los originales de obras que se encuentran en suspenso; ejercer la conducción familiar; convertirse así en mujeres orquesta, dispuestas a atender la minucia hogareña y las demandas literarias de su compañero, que les hacen leer los borradores y les piden opiniones metafísicas, es parte de la tarea.

No es fácil convivir con alguien que lleva una novela adentro”

 

Todo eso y mucho más les concierne, como si fuera una exigencia natural, a las parejas de los escritores. Sin descuidar, claro está, el derrotero que las lleve a su propia plenitud profesional, laboral y personal.

La también española, pero poeta, Esther Morillas, escribió un poema que describe a su hombre y sintetiza así la situación planteada: “No me habla en toda la mañana, / pero no está enfadado: / mi novio es escritor, / y cuando lee o escribe o no hace nada / es que está trabajando. / Trabaja todo el día: los escritores son gente contumaz / llena de pensamientos. / Acuérdate de mí, le digo, / cuando lo dejo solo. / Yo sé que piensa en mí sin darse cuenta”.

Semejante grado de comprensión suele no encontrarse cuando es ella la escritora y el hombre el acompañante. Tampoco cuando ambos son escritores –como fueron los ejemplos de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir o de Henry James con la revoltosa Annais Ninn- y ellas no trepidaron en competirle a ellos en fama y reconocimiento. Las trifulcas, sobre todo en la última de estos dos parejas, fueron escandalosas.

Acaso este párrafo de una carta que le envió James a Ninn marca el grado de complejidad intelectual que reinó en esa pareja: “Tú eres la única mujer que tiene un sentido de regocijo, una sabia tolerancia, no más, parece que me rogaras que te traicione. Te amo por eso. Yo no sé qué esperar de ti, pero es algo en la forma de un milagro. Voy a exigir todo de ti, incluso lo imposible, porque me animas a eso. Eres muy fuerte. Incluso me gusta tu engaño, tu perfidia. Me resulta aristocrático”.

No hubo rencillas ruidosas en el caso del matrimonio Silvina Ocampo-Adolfo Bioy Casares, aunque sí una suerte de insonora y constante tensión, al margen de algunas supuestas infidelidades cruzadas. Ella fue, para muchos críticos, la más talentosa de todos los cuentistas argentinos, pero siempre quiso estar un paso atrás de Bioy y así lo hizo. Se eclipsó lo necesario y lo acompañó a crear. En el suplemento Cultura de ABC escribió hace cuatro años Inés Martín Rodrigo que Silvina Ocampo fue “una de las más grandes integrantes de las letras argentinas del siglo XX. Pareja de Adolfo Bioy Casares, vivió a la sombra del autor de «La invención de Morel» durante más de cuarenta años, entregada a ese amor que solo entienden los que de verdad lo sienten”.

JOSEFINA MANRESA

La alicantina Josefina Manresa (1916-1987) fue la esposa del poeta Miguel Hernández, inspiradora del libro “El rayo que no cesa”, uno de los más bellos de la lírica española y de muchos otros de los inolvidables poemas de amor. Con una escasa formación, pero con una voluntad férrea y una templada rectitud , Manresa no sólo acompañó al poeta –un talentoso surgido de la miseria, pastor de cabras en la adolescencia- en su derrotero por las cárceles franquistas, sino que, ya muerto Hernández, preservó durante cuarenta años la mayor parte de su obra.

Lo que hizo esta sencilla mujer, antes que nada, fue ocultar la obra de Hernández de una casi segura aniquilación por parte de las brigadas culturales del franquismo.

En medio de una pobreza que nunca le dio respiro – “mi vida ha estado marcada, como decía Miguel, por el sino de la tragedia y las desdichas”- ya caído el régimen, Manresa donó al Ayuntamiento de Elche la obra original de Hernández, valuada en ese entonces en casi 2 millones de dólares. Recién poco antes de morir el Estado español le otorgó una pensión vitalicia de 50 mil pesetas mensuales.

“Pocos objetos se pueden guardar de Miguel, no tenía nada”, dijo una vez Josefina. “En una memoria que escribió, relató la odisea que supuso conservarlo todo en la durísima posguerra que le tocó vivir: era la viuda de un rojo y los registros de su casa fueron constantes. El legado del poeta de Orihuela llegó a estar escondido dentro de un saco, enterrado en el patio de la casa. “Hasta que llegó la democracia, ni ella ni su hijo pudieron estar tranquilos”, certifica su nuera”, cuenta la periodista Saila Marcos.

Durante años se consideró que la Maga era Aurora Bernárdez, el primer amor de Cortázar

 

Ya en la cárcel, de la que no saldría sino muerto, el aún joven Hernández le hizo llegar este poema a Josefina: “Menos tu vientre, / todo es confuso./ Menos tu vientre,/ todo es futuro, /fugaz, pasado/ baldío, turbio./ Menos tu vientre, /todo es oculto./ Menos tu vientre,/ todo inseguro,/ todo postrero,/ polvo sin mundo./ Menos tu vientre/ todo es oscuro./ Menos tu vientre/ claro y profundo”.

OTRAS COMPAÑERAS

Distinto fue el caso de Zenobia Camprubí, considerada una de las potenciales figuras de la poesía más brillantes de la primera mitad del siglo XX que, sin embargo, decidió acallar su voz para entregarse a la atención cotidiana de su marido, el no menos rutilante poeta y escritor Juan Ramón Jiménez

Jiménez, que obtuvo el Nobel de Literatura en 1956, no pudo recibir el premio por cuanto estaba enfermo y su mujer permanecía en grave estado, victima del cáncer. El le mandó a la Academia un mensaje que se leyó en su nombre: “Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración hicieron, durante cuarenta años, mi trabajo posible”.

“A Juan Ramón no se le puede dejar solo en absoluto. ¡Él es queridísimo aunque me vuelva loca!”, escribía en sus diarios íntimos Zenobia, que también invirtió su talento en hacer las tareas domésticas, escribirle a las mujeres presas y defender a los niños víctimas de la Guerra Civil española.

Haría falta, en cambio, el espacio de un tratado con varios tomos para escribir sobre las famosas nueve mujeres de Pablo Neruda, sus nueve amores, aún cuando la historia gruesa se va quedando con las tres principales, que fueron (enamoramientos aparte) su primera esposa María Antonieta Hagenaar; su segunda, la argentina Delia del Carril y la tercera, Matilde Urrutia, su “musa más importante”, según dice Inés María Cardone. “Hace más de veinte años entrevisté largamente a tres de las mujeres que compartieron la vida de Pablo Neruda. Seguramente las tres que más amó. Fue una suerte, sin duda, porque todas murieron poco después, la última, Matilde Urrutia, en 1987. No podía haber tres mujeres más diferentes y bastaba verlas para darse cuenta de que Neruda se enamoraba por algo mucho más profundo que un color de ojos o la estrechez de una cintura determinada”, dice Cardone.

La investigadora logró hablar, también, con la “cuarta de la lista” de nueve. Se llamaba Albertina Azócar, que tendría entonces unos 80 años, dice. No estaba acostumbrada en absoluto a entrevistas. Sólo sabía, sí, que había sido la musa de Neruda para un poema. Ella trabajaba como vendedora de flores y se enamoraron. Ese poema arrancaba así: “Me gustas cuando callas, porque estás como ausente/ Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca...”

LA MAGA

En la década del 60 amaneció la novela de Julio Cortázar, “Rayuela”, que aún sigue lejos del ocaso y cuyo personaje femenino principal se llama la Maga. Durante muchos años se consideró que la Maga fue Aurora Bernárdez primer gran amor y primera esposa de Cortázar.

Se conjeturó después que la Maga era la traductora Edith Aron, a la que el escritor conoció en París. Se dijo que se habían conocido en los Jardines de Luxemburgo, esa especie de patria verde de Paris donde se exilian los artistas. Cortázar, mientras tanto, ya había escrito: “”¿Encontraría a la Maga? La Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas...”.

Alguien supuso después que la Maga era Alejandra Pizarnik, la poeta tan jovencita frente a un Cortázar experimentado y universal. Se conoció después que Cortázar la quería como una hija y que se desvivió para evitar que la malograda y lúcida Alejandra decidiera en Buenos Aires decir basta y tomarse 50 pastillas de seconal.

La Maga quedó para siempre como un retrato eterno, como una compañía emblemática de todos los escritores. Una musa que ayude a todo escritor, sea varón, sea mujer, en las sacrificadas horas que reclama toda creación.

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