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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Padrenuestro

DR. JOSÉ LUIS KAUFMANN (*)

2 de Junio de 2019 | 07:24
Edición impresa

Queridos hermanos y hermanas.

Concluida la Plegaria Eucarística con el solemne y vibrante ‘Amén’ de la Asamblea, siendo todos “como una ofrenda santa, inmaculada e irreprochable… permaneciendo firmes y bien fundados en la fe…” (Col. 1, 22-23), somos invitados por el sacerdote que preside a tener el atrevimiento de pronunciar la oración más eminente que existe.

En efecto, el Padrenuestro, también llamado ‘Oración Dominical’, es una plegaria divina y la más excelente y rica de todas las oraciones cristianas, al mismo tiempo que es la más popular, social y ecuménica. El mismo Señor Jesús la enseñó a sus discípulos como lo revela el Evangelio (cf. Mt. 6, 9-13; Lc 11, 1-4).

En la primera de las mociones posibles, y la más antigua, que ahora el sacerdote dirige a la Asamblea, dice: ‘Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo sus divinas enseñanzas, nos atrevemos a decir’. De modo que repetir unánimes el Padrenuestro es una audacia, una audacia santa y santificadora. Por eso, se ha de hacer esta oración con profunda humildad, sin prisa, degustando cada una de las siete peticiones que incluye.

“El Padrenuestro, también llamado ‘Oración Dominical’, es una plegaria divina y la más excelente y rica de todas las oraciones cristianas”

 

“Toda la Escritura (la Ley, los Profetas y los Salmos) se cumple en Cristo (cf. Lc 22, 44). El Evangelio es esta «Buena Nueva». Su primer anuncio está resumido por san Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor.

La Oración Dominical es la más perfecta de las oraciones… En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad (Santo Tomás de Aquino, S.Th., II-II q. 83, a. 9).” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2763).

Para la Liturgia el rezo del Padrenuestro es un sacramental eficaz. Su inclusión en la Misa posiblemente sea del siglo III. Al principio se ubicó después de la “fracción del pan”. Para evitar que alguna vez pudiera ser suprimido por abreviarse el rito (en tiempo de persecución, por ejemplo), el Papa san Gregorio Magno (590-604) lo ubicó en el lugar actual y lo hizo preceder por una introducción y terminar con el “embolismo”: ‘Líbranos, Señor de todos los males y concédenos la paz en nuestros días…’. La Asamblea aclama entonces: ‘¡Tuyo es el reino, Tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor!’.

“En la Liturgia Eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Plegaria Eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula, por una parte, todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la Comunión sacramental va a anticipar.” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2770).

Ciertamente, no existe en el lenguaje humano ninguna expresión en que se compendie el Evangelio que Jesús anunció a la humanidad, como la palabra que el ser humano dirige a Dios llamándolo Padre, al igual que el mismo Jesús lo hizo. ¡Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos!

La Oración Dominical merece, por lo tanto, toda la atención y respeto cada vez que se pronuncia, sobre todo en el transcurso de la celebración de la Misa. No corresponde que los fieles hagan gesto alguno, ni deben tomarse de las manos ni extenderlas. Solamente se pronuncian con devoto esmero las divinas palabras.

 

(*) Monseñor

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