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Las ciudades juveniles de Julio Cortázar

Banfield, Bolívar y Chivilcoy como fuentes inspiradoras de un escritor que se volvió universal. Su miedo inicial a convertirse en un “pueblero”. Los argumentos y personajes que extrajo para su obra

MARCELO ORTALE

12 de Abril de 2015 | 00:29

Sin Buenos Aires y sin París no podría reconocerse como propia la obra de Julio Cortázar. Esas dos grandes capitales laten en cada uno de sus libros, son su paisaje absoluto. Su novela Rayuela es también el idioma de fusión empleado por un autor que estuvo como exiliado de las dos urbes, sintiendo que vivía en las dos al mismo tiempo. Pero lo cierto es que en la infancia y adolescencia, en su formación y actuación como docente –aunque, sobre todo, en sus vivencias primarias y nostálgicas- hay tres ciudades bonaerenses, sin cuya influencia sería imposible explicar y entender a Cortázar. Ellas son Banfield, Bolívar y Chivilcoy.

No todas serían rosas en las estadías de Cortázar en los pueblos bonaerenses. Aún cuando, sobre todo en Chivilcoy, muchos varones preocupados rumoreaban entonces que “todas las mujeres se enamoran de Cortázar”, él escribió en una carta a María de las Mercedes Arias, fechada en diciembre de 1939, unas palabras muy duras:

“”Yo tengo un miedo que no sé si usted ha sentido alguna vez: el miedo a convertirse en pueblero. ¿No ha advertido —¡cómo no!— la espantosa mediocridad espiritual que caracteriza al habitante standard de cualquier ciudad chica? A veces me sorprendo a mí mismo en pequeños gestos, en mínimas actitudes que delatan una influencia de ese medio; y me aterro. Siento que me rodea el vacío, que cualquier cosa es preferible a caer en ese pozo vegetativo que es un Chivilcoy, un Bolívar... aún aquellos que leen, que tienen inquietudes, que comprenden algo, no pueden huir del clima emponzoñado del ambiente. ¡Y esto es la Argentina!”

Sin embargo, con el correr de los años, su visión se amansó y rescató aspectos positivos de su paso por aquellas ciudades.

BANFIELD

Nacido en Bélgica, llega de niño a Banfield y a los 9 años de edad escribe poemas y su primera novela. Estudia el secundario en la Escuela Normal Mariano Acosta, entonces un colegio pésimo –diría-, pero con dos profesores de lujo: Arturo Marasso y Vicente Fattone. Como rememoración de esos días escribirá más adelante su cuento “La escuela de noche”.

Nunca olvidará a esa ciudad del sur del Conurbano. Ni tampoco la influencia decisiva que sobre él ejerció una familia protectora. Al cumplirse el centenario de su nacimiento, el año pasado, Banfield homenajeó a Cortázar. Los vecinos organizaron diversas actividades literarias y hasta un concurso callejero de rayuela. Recordando a esta ciudad, Cortázar había dicho: “Banfield era para un niño un paraíso, porque mi jardín daba a otro jardín. Era mi reino”.

Su casa estaba en Rodríguez Peña 587 (ya demolida, con una placa que lo recuerda) y a tres cuadras de allí se encuentra la Escuela primaria 10, llamada entonces “Julio Roca”, donde él fue alumno. Hoy la escuela lleva el nombre de “Julio Cortázar”.

En uno de sus últimos cuentos, titulado “Deshoras”, escribió: “Un pueblo, Banfield, con sus calles de tierra y la estación del Ferrocarril Sud, sus baldíos que en verano hervían de langostas multicolores a la hora de la siesta, y que de noche se agazapaba temeroso en torno a los pocos faroles de las esquinas, con una que otra pitada de los vigilantes a caballo y el halo vertiginoso de los insectos voladores en torno al farol”.

Ocurre que en Banfield funciona en la actualidad un grupo de “cronopios” fanáticos de Cortázar. Editan un periódico independiente de cultura “El Banfileño” y son quienes impulsaron el homenaje al escritor que ahora es universal. Lo comanda el arquitecto y escritor Nicolás Fratarelli, quien junto con Javier Mercurio, Aurelio Valdez, Mario Arraraz, Juan Carlos Mercurio, Aníbal Maidana, Liliana Bonel, Gloria Archuschin, Bonfiglio Sylvia y Adriana Badii rescataron a Cortázar para el barrio.

Al recordarlo el año pasado en Clarín, el periodista Juan Carlos Diez dijo que “desde “Continuidad de los parques”, publicado en su antología de cuentos “Final de juego”, hasta en “Bestiario”, donde nombra a la estación de tren, el barrio de la infancia y adolescencia estuvo siempre presente. Aquella etapa trascendental de su vida cautivó a su pluma. No es casual, entonces, que “Casa tomada”, uno de sus cuentos más celebrados, transcurra en la calle Rodríguez Peña”. Sin embargo, aquí están quienes sostienen que “Casa tomada” se escribió en la pensión Varzilio de Chivilcoy.

BOLIVAR

En 1935 obtiene el título de Profesor Normal en Letras e ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras. Aprueba el primer año, pero como en su casa “había muy poco dinero y yo quería ayudar a mi madre”, abandona los estudios para iniciarse en el profesorado. Pero dos años después fue designado profesor en el Colegio Nacional de Bolívar, entonces una pequeña ciudad del centro de la provincia de Buenos Aires.

Un platense ya fallecido, Juan José Garat, oriundo de Bolívar, siempre recordó a aquel profesor de literatura de quien fue alumno en el secundario, tan joven que sólo le llevaba unos seis años de edad. Y Garat contaba que muchos años después, cuando fue a París con su esposa Nelly Fortuny, llevaba la dirección de la casa de Cortázar. Tocó el timbre, se abrió la puerta y el profesor reconoció al alumno de inmediato.

Garat fumaba Particulares y Cortazar los muy franceses Gauloises. Mezclaron humaredas y compartieron mates durante varias horas. Los recuerdos de Cortázar sobre Bolívar eran vívidos.

Ya instalado en París desde mucho tiempo antes, en enero de 1961 les escribió a Adolfo Cancio, Jorge Andrés Bonati, al gordo Muzio y a Portela sus amigos de la época en que vivió en Bolívar:

“Mi madre me ha hecho llegar la tarjeta de felicitación y recuerdo de ustedes. La contesto, Adolfo, en la misma vieja máquina en la que tanto me oíste teclear desde tu pieza en “la Vizcaína” (hotel donde se albergaba).

“No sé qué decirles, he tenido una emoción tan enorme al recibir ese saludo que me llegaba como desde más allá del tiempo (¡veintidós años!) y desde el otro lado del mar. Pronto harán diez años que vivo en Francia, y aunque voy a Buenos Aires cada dos o tres años, la Argentina empieza a borrarse un poco, como la imagen de un muerto muy querido, y al mismo tiempo se afina, se perfecciona, y entonces sólo me van quedando las cosas hermosas que viví allá, primero de niño, después con ustedes en aquél Bolívar de anchas plazas y sobremesas inolvidables…”

CHIVILCOY

Hay muchos recuerdos testimoniales y hasta un documentado libro del periodista e historiador chivilcoyano Gaspar Astarita, que retrata los años en que Cortázar ejerció la docencia en Chivilcoy entre 1939 y 1944. En esta ciudad, en la pensión Varzilio, escribió uno de sus cuentos más inolvidables, “Casa tomada”, entre otros textos.

Se recuerda también algún romance de Cortázar con muchachas de Chivilcoy, algunas de ellas, ahora, orgullosas abuelas. En el pueblo hay discreción retrospectiva. Astarita en su libro muestra a dos Cortázar: uno encerrado en su habitación, haciendo repiquetear su máquina de escribir todo el tiempo. Un joven “atildado” y “retraído” de a ratos, dice. Pero a la vez, otro interesado en dialogar con todos y activo conferencista de temas literarios.

De la pensión Varzilio y de su dueña, dicen los oriundos de Chivilcoy, Cortázar reprodujo modelos que aparecen luego en Rayuela. Sobre la influencia de esa ciudad en su obra se expidió, entre otros críticos, Pedro Luis Barcia.

Y de Chivilcoy también rescató a uno de sus personajes más inolvidables, el “piantado” Don Francisco Musitani, que se había llenado de dinero vendiendo fonógrafos a -los paisanos y que se vestía de verde –él y toda su familia-, andaba en bicicletas pintadas de verde y su casa, ubicada a tres cuadras de la plaza principal, se llamaba La Verdepura, pintada con color, desde luego, verde. Aquel Musitani, dijo el mismo Cortázar, fue también un cronopio de los que podía encontrar en París, en Buenos Aires, en cualquier lugar. Según Astarita, cuando se fue de Chivilcoy, Cortázar también llevaba los originales de “Bestiario”, uno de sus más famosos libros de relatos.

Silvia Santilli, escritora de Chivilcoy, lo recuerda así: “Julio, que tomó como escenario para Casa Tomada, la vivienda de la calle Necochea. Y una tarde al salir de la pensión abandonó la ruta del sol, la frescura de los árboles, el banco placero y comenzó a caminar por la calle Rivadavia para soñar con el argumento de Distante Espejo. Cortázar que un 4 de julio de 1944 dictó su última clase obsequiando bombones a sus alumnos expresando, “elegí bombones porque son dulces como debe serlo la memoria de un amigo”.

“Nos resta decir –agregó Santilli- que aquel hombre despertó admiración, afecto y respeto en el pueblo de Chivilcoy. Lo hizo involuntariamente, fue su modo de transitar los días tan sólo mostrando cómo sentía y veía la vida”.

 

****

 

Julio Cortázar nació en Bruselas, hijo de Julio Cortázar y María Herminia Scott. “Mi nacimiento (en Bruselas) fue un producto del turismo y la diplomacia”, contaría después. Ese mismo año había empezado la Primera Guerra Mundial y la familia Cortázar se refugia en Suiza en 1916, en donde espera el final del conflicto. Dos años después los Cortázar vuelven al país y se instalan en Banfield.

En los tres pueblos bonaerenses en los que vivió –también lo hizo en Mendoza y en la ciudad Buenos Aires- detectó materiales valiosos e imperecederos. En particular, aquellos que le dieron base –el valor de la amistad, la aparición de situaciones surrealistas o extravagantes- a una escritura perfecta, que después se enriqueció con su compromiso absoluto con la suerte de la sociedad. Pero también esas temporadas en la llanura lo ayudaron a encontrar su estilo natural e inimitable. Fue uno de los primeros representantes del llamado boom de la literatura latinoamericana y después se hizo universal. Murió sin olvido el 2 de febrero de 1984 y sus restos descansan en el cementerio parisino de Montparnasse.

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