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Séptimo Día |“ESA PORQUERÍA DE ENFERMEDAD... HASTA LOS QUE NO LA TIENEN PARECEN LLEVARLA EN EL CORAZÓN”

Repunte de ventas en Europa de “La peste”, la novela de Camus

Cuando la ciudad argelina de Orán fue ganada por una plaga, según la narración escrita en 1947. Semejanza del argumento con lo que ocurre con el coronavirus. La conciencia humana frente a toda epidemia

Repunte de ventas en Europa de “La peste”, la novela de Camus

Albert Camus, el autor de “La peste” / Archivo

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

29 de Marzo de 2020 | 05:50
Edición impresa

“La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero”.

“Ante la reacción del viejo Michel, vio más claro lo que su hallazgo tenía de insólito. La presencia de aquella rata muerta le había parecido únicamente extraña, mientras que para el portero constituía un verdadero escándalo. La posición del portero era categórica: en la casa no había ratas. El doctor tuvo que afirmarle que había una en el descansillo del primer piso, aparentemente muerta...”. El portero insistió en que en la casa no había ratas, que alguien la habría traído de afuera, que “se trataba de una broma” ( pero el portero del edificio de Rieux será la primera víctima y morirá a los pocos días).

Así dicen los párrafos iniciales de la novela “La Peste”, de Albert Camus que transcurre en la ciudad argelina de Orán, en un año que el autor menciona como «194.», es decir, en algún momento de la década del cuarenta, cuando Argel se encontraba todavía colonizada por Francia. Aquella rata no era una broma sino el primer indicio de una plaga, a la que le seguirá la epidemia. El personaje principal del libro de Camús, el médico Rieux que luchará contra la peste, se convertirá en un héroe casi involuntario, casi anónimo, ajeno a su propia grandeza humana.

Dos días después de aquel hallazgo los ciudadanos de Orán comenzaron a inquietarse “pues a partir del 18, las fábricas y los almacenes desbordaban, en efecto, de centenares de cadáveres de ratas. En algunos casos fue necesario ultimar a los animales cuya agonía era demasiado larga. Pero desde los barrios extremos hasta el centro de la ciudad, por todos los sitios que el doctor Rieux acababa de atravesar, en todos los lugares donde se reunían nuestros conciudadanos, las ratas esperaban amontonadas en los basureros o alineadas en el arroyo”.

No puede sino causar asombro la vigencia del libro al comparárselo con la actualidad

 

Hoy no son ratas sino virus minúsculos e invisibles, pero igualmente en estos días los diarios de Francia, de Italia, de España y otros países europeos aluden al brusco repunte de ventas que experimentó “La Peste”, de Camus. Cuando empezaba a hablarse del coronavirus, a fines de enero, las ventas de este libro superaron en Francia las 1.700 copias en una semana, según datos de Edistat. Y la editorial Gallimard ha registrado un alza del 40 por ciento respecto a la cantidad vendida en un año. “La Peste” ha sido siempre un libro de venta continuada, de múltiples ediciones -en Francia es de lectura obligatoria en los bachilleratos- pero ahora experimentó un pico, aplanado a partir de la cuarentena y del cierre de librerías en Europa.

En Italia ocurre lo mismo. Según el diario romano ‘La Repubblica’, la obra de Camus creció en los últimos meses en un 180 por ciento de sus ventas en la plataforma Amazon. El lector europeo en busca “La peste” una manera de asomarse al mundo enigmático y terrible que impone toda epidemia. El libro describe la bondad y la maldad humanas excitadas por el flagelo.

Pocos días atrás, La Voz de Galicia, España, señaló que “La peste, de Albert Camus (1913-1960), ha revivido con fuerza de superventas desde enero en Europa, una tendencia que se está haciendo notar también Galicia”.

EL HUMANISMO

En el diario El País, Javier Rodríguez Márquez (7/11/2013) recuerda una actitud de Camús, cuando luego de haber recibido el Nobel de Literatura en 1957, tres días después ofreció una conferencia de prensa en la Universidad de Upsala (Suecia). Allí un estudiante le pidió opinión sobre lo que estaba ocurriendo en Argelia, que entonces luchaba por su independencia, y le preguntó si no le parecía que los rebeldes hacían justicia cuando arrojaban bombas contra los tranvías. Camus meditó unos segundos y le contestó: “Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es justicia, prefiero a mi madre”.

Pese a lo dramático del argumento -él mismo alcanzó a sugerir que La Peste incluía un acercamiento metafórico la expansión del nazismo y al trabajo de la resistencia francesa ante la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial- Camus nunca dejó de luchar y de creer en la alegría, la belleza y verdad de la vida.

La defensa de lo humano. Esa consigna refleja lo esencial de la obra de Camus. Y la peste tiene además otra característica: con sólo dar un paso, la gente puede pasar del extremo egoísmo a la entrega generosa. La distancia es corta entre esos extremos. El gobierno de Orán decide poner a toda la ciudad en cuarentena, sin excepciones. Igual que en estos días, nadie puede salir ni entrar. Sin pensarlo, siquiera, el doctor Rieux -una suerte de santo ateo- empieza a atender a los enfermos, mientras que otros personajes buscan la forma de huir de la ciudad. Pero otros se quedan y colaboran con el médico.

En uno de sus diálogos, el médico Rieux dice lo siguiente: “La peste había quitado a todos la posibilidad de amar e incluso de amistad, pues el amor exige un poco de porvenir y para nosotros no había ya más que instantes”. Sin embargo, para la globalidad del tiempo, están el coraje, la bondad, la honestidad humanas. El médico Rieux o Camus dirán también una de las frases más identificatorias y emblemáticas: “En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

No puede sino causar asombro la vigencia de este libro, al comparárselo con nuestra actualidad, con esta pandemia que dejó anonadados y sin palabras a los sistemas sanitarios del planeta. La plaga y los médicos se convierten en actores de un escenario irracional, en donde reina el absurdo, en el que parece ser que sólo el doctor Rieux y su equipo buscan encontrar un sentido de la vida. Junto a esos actores aparecen la figura de Dios, los valores éticos, la ideología despojada de todo interés material.

La universalidad de la peste, el camino invisible que sigue por el entramado social y los ríos profundos de cada persona, también se encuentran definidos. La que vendrá a ser la última víctima de la peste de Orán dirá estas palabras: “Esa porquería de enfermedad... hasta los que no la tienen parecen llevarla en el corazón”.

EL FINAL

La ciudad de Orán comenzó a llenarse de muertos y los pobladores se acostumbraron a ver pilas de féretros. La administración, muy eficaz -dice Camus- había organizado ceremonias fúnebres conjuntas, para economizar en todo. También la administración “dispuso que los miembros de una familia fueran aislados, uno de otro”.

Los hospitales saturados se convirtieron “en cuarteles de salvamento o de muerte”. La plaga es descripta por Rieux y sus colegas médicos, que libran una batalla absolutamente desigual. Todo se fue agravando. “Los fuegos de la peste ardían con una alegría cada vez más grande en el horno crematorio”.

La Navidad de aquel año de espanto “fue más bien la fiesta del Infierno que la del Evangelio”. Durante las últimas cuarenta exasperantes páginas Camus desarrolla, sin embargo, el lento retorno de la ciudad de Orán hacia la normalidad, cuando la peste empieza a ceder. Algunos enfermos sanan. Los datos empiezan a revelar un descenso de la enfermedad. “A pesar de este brusco e inesperado retroceso de la enfermedad, nuestros conciudadanos no se apresuraron a estar contentos. Se experimentan, de pronto, recidivas y uno de los amigos de Rieux, atacado tardíamente, muere.

Sin embargo empiezan a surgir festejos tímidos en Orán, porque el viento está más fresco y la ciudad toda se ve de pronto límpida, como despojada de la costra gris de la plaga. “Todo el mundo estaba de acuerdo en creer que las comodidades de la vida pasada no se recobrarían en un momento y en que era más fácil destruir que reconstruir. Se imaginaban, en general, que el aprovisionamiento podría mejorarse un poco y que de este modo desaparecería la preocupación más apremiante. Pero, en realidad, bajo esas observaciones anodinas una esperanza insensata se desataba, de tal modo que nuestros conciudadanos no se daban a veces cuenta de ello y afirmaban con precipitación que, en todo caso, la liberación no sería para el día siguiente. Y así fue; la peste no se detuvo al otro día, pero a las claras se empezó a debilitar más de prisa de lo que razonablemente se hubiera podido esperar.

“Los fuegos de la peste ardían con una alegría cada vez más grande en los crematorios”

 

Pero el médico Rieux aprendió su lección y no bajará nunca más la guardia: “Sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos”.

Así dice el último párrafo de la novela: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.

 

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Albert Camus, el autor de “La peste” / Archivo

Camus, de padres franceses, había nacido en Argelia / Archivo

La Peste fue publicada en 1947

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