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Séptimo Día |Una presencia magistral en la Ciudad

Martínez Estrada, el más verdadero

Autor de “Radiografía de la pampa” y de otras grandes obras. Su paso por el Colegio Nacional de La Plata. El recuerdo de Favaloro y de otros de sus ex alumnos. Los problemas cíclicos de la Argentina

Martínez Estrada, el más verdadero

Martínez estrada y el frente del colegio nacional de La Plata / Dolores Ripoll / Web

Marcelo Ortale
Marcelo Ortale

10 de Enero de 2021 | 03:52
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“Ustedes y yo tuvimos en aquellos felices días los mismos maestros; yo también era un alumno que, con ustedes, asistía a ese mundo prodigioso.... Creían los de fuera que estábamos estudiando; ¡y nos estábamos formando, corrigiendo, nutriéndonos de alimentos que nos han dado esta salud de la amistad! ¿Cómo olvidarme de ustedes? Todos éramos alumnos, repito, y convivíamos una misma vida en las aulas, el único lugar donde ello era posible”.

Estas palabras de despedida –cuando renunció en 1945, por presiones políticas, a la cátedra de literatura- se las dijo Ezequiel Martínez Estrada a sus alumnos del Colegio Nacional de La Plata, en la carta de agradecimiento que les envió. Pasaron ya muchas décadas desde su desempeño durante veinte años en el Nacional, mucha agua corrió bajo los puentes, pero Martínez Estrada sigue vigente y polémico. Sus ideas tienen seguidores, sus libros, ya clásicos, no dejan de venderse.

Para muchos, es el mayor pensador de la Argentina en el siglo pasado. Las obras que escribió no tienen olvido: Radiografía de la pampa (1933), La cabeza de Goliat (1940), Sarmiento (1946), Los invariantes históricos del Facundo (1947), Muerte y transfiguración de Martín Fierro (1948), El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson (1951) y Cuadrante del Pampero (1956), entre muchos otros lo convirtieron en un referente esencial.

“Si hay ensayo argentino, en una gran medida es porque existen los escritos de Ezequiel Martínez Estrada”, dijo Horacio González de él. Por su parte, Borges, que lo había empezado a admirar como poeta, en un artículo que firmó en el diario Crítica (16 de septiembre de 1933), valoró al pensador: “Martínez Estrada es un escritor de espléndida amargura. Diré más, de la amargura más ardiente y difícil, la que se lleva bien con la pasión y hasta con el cariño. Sus invectivas, a pura enumeración de hechos reales, sin ademanes descompuestos ni interjecciones, son de una eficacia mortal”

A poco de empezar su primer libro de ensayos –Radiografía de la pampa- Martínez Estrada cuenta cómo fue el trasplante del español descubridor en nuestra tierra. En esa síntesis define en pocas líneas el ser –o no ser- nacional y anticipa uno de los dramas ontológicos del país: “Había que abrirse una senda en la soledad y llenar con algo esa llanura destructora de ilusiones”. De a poco los colonizadores españoles recién llegados se fueron convirtiendo en “señores de la nada”. Otra vez, después de Sarmiento, el drama de la “extensión”.

“Es la pampa, es la tierra en la que el hombre está solo como un ser abstracto que hubiera de recomenzar la historia de la especie; o de concluirla”. Agrega que “ante el vacío inexpresivo era inútil pensar en pueblos que conviven una vida de trabajos, en animales domesticados, en huertos, en mercados”, porque el conquistador “no había venido a poblar, ni a quedarse, ni a esperar; sino a exigir, a llevar, a que lo obedecieran. Así perdió toda idea de medida, de orden, de tiempo”.

“Esta tierra, que no contenía metales a flor de suelo ni viejas civilizaciones que destruir, que no poseía ciudades fabulosas, sino puñados de salvajes desnudos, siguió siendo un bien metafísico en la cabeza del hijo del Conquistador”. Ortega y Gasset habrá visto lo mismo en la llanura original, en la pampa: la perplejidad del argentino extraviado en un océano de pasto insolado y al fondo un horizonte que oculta, demora y promete algo todo el tiempo, pero que nunca muestra nada detrás suyo, sino más llanura y una adolescencia sin final.

Según Guillermo David, Martínez Estrada “terminó ocupando un sitio excéntrico en la historia de las letras nacionales, aunque quizás anómalo sea la palabra adecuada. Dicho de otro modo: Martínez Estrada quedó adosado a la casta de los hombres de ideas disconformes, o bien la de los aguafiestas”. Sin embargo, el amor por la patria lo sostuvo, lo salvó del escepticismo y lo obligó a seguir peleando hasta el final.

EN LA PLATA

Martínez Estrada fue feliz en La Plata. Convocado en 1924 por Rafael Arrieta, que también llamó al dominicano Pedro Henriquez Ureña, los tres forjaron junto a otros profesores de excelencia un Colegio Nacional inolvidable. Martínez Estrada dejó en nuestra ciudad huellas indelebles de su paso: “Ellos nos formaron el alma, nos llenaron de ideales y utopías”, diría en conferencia un conmovido René Favaloro, uno de sus alumnos. “Yo idolatré a Martínez Estrada...él escribió una vez: servir a la Patria es vivir con decencia y sencillez. Y cada vez que hablo de Don Exequiel, me emociono”.

Ahora, hace poco tiempo, fue editado nuevamente su ensayo “Radiografía de la pampa”, (Interzona), con un imperdible prólogo de Christian Ferrer, uno de los apologistas más conocedores de Martínez Estrada.

Criticado, vilipendiado por muchos, calificado como una “figura incordiosa”, porque no dejó de decir verdades y muchas de ellas amargas sobre nuestro país, reivindicada su obra por autores y estudiosos como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Noé Jitrik, Horacio González, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Christian Ferrer, Liliana Weinberg, Teresa Alfieri, Adriana Lamoso, Nidia Burgos, Pedro Orgambide, Juan Sebastián Morgado, entre muchos otros, el nombre de Martínez Estrada se impone como ineludible en las letras de América.

Alumnos platenses de Martínez Estrada, de casi veinte camadas, no dejaron de valorarlo en la cátedra y de extrañarlo después. “Formábamos de verdad una familia en el seno de otra familia más numerosa, en el seno de otra familia todavía mayor”, les había dicho dijo Don Ezequiel en su despedida.

“No nos reuníamos por razones de tareas, de horarios, de deberes; era inevitable que así sucediera, pues nuestro compromiso de encontrarnos provenía más bien de que estábamos obligados a convivir la vida del espíritu, en que poco tenían que ver el Colegio y los libros. Eso se había decidido en otra parte. Colegio y libros eran instrumentos circunstanciales y materiales para aquel encuentro del que resultaba una comunión de espíritus que también podía ser llamada clase, estudio o de cualquier otro modo”.

El Archivo de EL DIA ofrece noticias sobre ex alumnos del Colegio Nacional que se reunieron a lo largo de los años y recordaron a sus maestros, como el caso de los bachilleres de 1940 que el 21 de diciembre de 2000 aludieron con gratitud a Martínez Estrada, así como a otros profesores: Gabriel del Mazo, Rafael Grinfeld, Enrique Loedel, Arturo Marasso, Pedro Enriquez Ureña, Rafael Arrieta y Carlos Sánchez Viamonte, entre otros grandes.

A esa reunión asistieron, dice la noticia, los ex alumnos Omar Depaoli, Héctor Boffi Boggero, Jorge Cueto Ossa, Omar Depaoli, Miguel González, Luis Guardarucci, Alejandro Mayosky, Emilio Ringuelet, Leopoldo Waingortin, Roberto Borrel, Manuel Abella, Raúl Bretal, Roberto Campodónico, Guillermo Della Croce, Roberto Marcos, Jorge Menéndez, Washington Muti, Osvaldo Narvaiz, Julio César Poce, Enrique Jaime Rosa, Enrique Weisberg, Roberto César, Jorge Orbea, Miguel Canel, Rodolfo Gurevich, Néstor Herrera, René Laúnda y Roberto Scanferla, en tanto que llegó una carta desde Tucumán de otro de los graduados, Raúl A. Buscaglia.

Otros dos exalumnos de Martínez Estrada -el luego dirigente platense Nicodemo Scenna y Pablo Minellono, padre de la escritora y profesora de letras Marita Minellono- quedaron tan deslumbrados por las enseñanzas de Don Ezequiel, que ya graduados decidieron fundar una biblioteca popular en un barrio entonces humilde de la Ciudad. Les había grabado a fuego el amor por el conocimiento y por los libros .

Había pasado algún tiempo de su graduación como bachilleres. Le escribieron a Martínez Estrada con temor de que no se acordara de ellos, pero el escritor les contestó describiéndolos físicamente, como eran cuando jóvenes. Se acordaba perfectamente. Le dijeron que querían crear una biblioteca. Y él no sólo los avaló sino que les sugirió el nombre de la Biblioteca: debería llamarse Euforión, en homenaje al poeta trágico griego, hijo de Esquilo, también escritor.

Fundada hace más de noventa años por exalumnos del Nacional, la Biblioteca Euforión sigue siendo, ciertamente, un faro de cultura enclavado en el barrio del Mondongo y continúa también, rejuvenecida, alumbrando el intelecto de las nuevas generaciones.

FINAL

¿Qué sucede en un país cuando nadie quiere escuchar una verdad insoportable?, se pregunta Ferrer al final del prólogo de “Radiografía de la pampa”. El mismo responde a ese interrogante capital para la obra –para el legado- de Don Ezequiel, cuando dice: “Martínez Estrada creía que las fallas nacionales serían cíclicas –”invariantes históricas”- hasta el momento en que los compatriotas contemplaran su pasado con los ojos bien abiertos, de par en par, un pasado en el que sólo había guerras civiles, degüello, dispendio de dineros públicos y expolio. Y al fin de cuentas, lo que Martínez Estrada tuvo de agorero, también lo tuvo de verdadero. La Argentina, en tan sólo cien años –los que nos separan de este libro- se destruyó tanto como pudo”.

“Martínez Estrada quedó adosado a la casta de los hombres de ideas disconformes”

Martínez Estrada dejó en nuestra ciudad huellas indelebles de su paso

“Es un escritor de espléndida amargura, de la amargura más ardiente y difícil”

 

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Martínez estrada y el frente del colegio nacional de La Plata / Dolores Ripoll / Web

“Radiografía de la pampa”, de Ezequiel Martínez Estrada

Nicodemo Scenna / EL DIA

René Favaloro / Web

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