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SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)
El miércoles 9 de marzo se inauguró en un nuevo edificio de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires la carrera Ciencia de Datos. El edificio fue especialmente diseñado por el arquitecto Rafael Viñoly y la apertura consistió en una charla titulada “Con datos no alcanza, sin datos no se puede”, a cargo de Sebastián Ceria, empresario y matemático argentino que vive desde hace 35 años en Estados Unidos. Director ejecutivo de la compañía tecnológica Qontigo, Ceria fue antes CEO de Axioma, empresa que fundó en 1998. En la charla pronunciada en el edificio, cuya construcción él promovió, sintetizó de esta manera la que considera importancia esencial de los datos: “Son la nueva riqueza, dado que generan nuevos datos que, a su vez, producen conocimiento”.
El capitalismo de datos no tiene como objetivo ni el conocimiento ni la sabiduría
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De manera simple se puede definir a los datos como la representación de variables cuantitativas o cualitativas que indican un valor que se les asigna a las cosas. Se representan a través de una secuencia de símbolos, números o letras. Se pueden obtener de modo automático y se acumulan mediante programas informáticos, aunque también es posible hacerlo manualmente. Las bases de datos, ese término tan en boga, son conjuntos de datos que se clasifican según categorías y criterios y se almacenan en plataformas digitales que permiten acceder de manera veloz a ellos. Todos los programas y aplicaciones que usamos en nuestros celulares y computadoras recogen datos tanto de lo que ingresa como de lo que sale de ellos. Es posible decir que, más allá del uso que le demos y las razones por los cuales los adquirimos, tienen una función ajena a nuestra voluntad, a nuestro control y a nuestro consentimiento (aunque a menudo se nos hace creer lo contrario). La recolección de datos para luego procesarlos, venderlos y utilizarlos con diferentes fines, que van desde publicitarios y económicos hasta políticos.
Ceria llama “nueva riqueza” a lo que el economista y doctor en relaciones internacionales canadiense Nick Srnicek compara con lo que en su momento significaron las minas de oro o de carbón, así como los pozos petrolíferos, con la consecuente fiebre que cada una de estas fuentes produjo. A diferencia del oro, el carbón y el petróleo, materiales y tangibles, los datos no pueden tocarse, son inmateriales, digitales. Y son el fundamento de lo que Srnicek llama “Capitalismo de plataformas” (título del libro en el que analiza este fenómeno). Y lo que Ceria denomina “conocimiento” reitera una confusión muy extendida. Lo que aportan las plataformas es información. El conocimiento es otra cosa, más compleja y más profunda. Es más fácil acceder a información (al punto que esta hoy abunda, resulta indiscriminada y capaz de producir lo que se conoce como “infoxicación”) que al verdadero conocimiento. Este requiere de una base cultural y de pensamiento crítico.
El capitalismo de datos no tiene como objetivo ni el conocimiento ni, mucho menos, la sabiduría (ninguna forma de capitalismo los tiene), sino la producción y reproducción de ganancias. Rentabilidad. En ese contexto señala Srnicek que “en el siglo veintiuno los datos se han vuelto cada vez más centrales para las empresas y su relación con los trabajadores, clientes y otros capitalistas”. ¿Y de dónde proviene esta “nueva riqueza”? En épocas en que prevalecía la industria manufacturera, desplazada primero por el capitalismo financiero y ahora por el de datos, la materia prima procedía de la tierra y era extraída por trabajadores contratados para la tarea. Los empresarios ponían los medios de producción y el salario y los trabajadores el trabajo, tanto extractivo como transformador. La rentabilidad provenía de la diferencia entre lo pagado por el trabajo y lo obtenido por la venta del producto.
No hay minas o pozos de los cuales extraer datos. Tampoco provienen de labrar la tierra ni de talar bosques. ¿Cuáles son, entonces, las fuentes de la economía digital capitaneada por las grandes (y cada vez más monopólicas) empresas tecnológicas? Son los usuarios de aplicaciones y plataformas. Cada clic, cada búsqueda, cada compra, cada rastreo, cada comunicación, cada “me gusta” efectuado en las pantallas es un dato que los usuarios proporcionamos gratuitamente a estas compañías que hoy son más poderosas que los gobiernos y escapan a casi todas las legislaciones. Cuando creemos entretenernos estamos trabajando para ellas. Y cuando usamos programas y aplicaciones para nuestras propias actividades laborales y profesionales también trabajamos, en paralelo, para las tecnológicas. “La mayoría de los propietarios de las grandes plataformas se niegan a dar a sus usuarios información completa sobre sus modos tecnoeconómicos de funcionamiento”, advierte la investigadora holandesa José Van Dijck (especialista en Estudios Comparativos de Medios en la Universidad de Amsterdam) en su libro “La cultura de la conectividad”. Agrega esta ensayista que los usuarios tienen “un escaso conocimiento de la lógica operativa y económica de las plataformas como para entender de qué manera están ´atrapados´ los jardines vallados del espacio social online”. Lo cierto es que cuanto más activos estamos en las redes y más aplicaciones bajamos, más trabajamos para estas patronales ocultas e inasibles. Se trata, además, de un trabajo sin horario (a menudo dura las veinticuatro horas del día), sin asuetos, sin vacaciones, sin contrato. A pesar de lo que se cree, es el usuario quien ofrece información a las plataformas y no al revés. Cada usuario es proveedor gratuito de datos que se comercializan y que, una vez procesados, le son vendidos a él mismo bajo diferentes formas, la mayoría de las cuales se le ofrecen como aparentemente ventajosas.
“Las corporaciones hacen todo lo posible para que se acepten sus estándares como norma, en tanto las normas definen los hábitos y los usuarios no suelen cuestionar aquello que perciben como normal”, explica Van Dijck. El derecho a la privacidad, el derecho a un espacio público (en este caso el digital) libre de la contaminación de intereses comerciales, el derecho a saber quién controla determinado espacio social, se pierde esta manera. Si bien cada plataforma es distinta, apunta la investigadora holandesa, todas (Google, Facebook, ahora llamada Meta, Amazon, Microsoft, etcétera) comparten principios ideológicos basados en el ocultamiento, la manipulación y la imposición que apuntan a la generación de ganancias cuantiosas y rápidas y a mantener un flujo permanente y creciente de datos.
Lo que aportan las plataformas es información. El conocimiento es otra cosa
De manera que tiene razón Ceria cuando se refiere a los datos como a la nueva riqueza, solo que esa entusiasta afirmación no aclara quienes se benefician de ella. También es cierto que, como él afirma, los datos producen más datos. Pero no proporcionan conocimiento. El historiador israelí Yuval Noah Harari (autor de “Homo Sapiens” y “De animales a dioses”) apunta que conocimiento tecnológico no es, como creen los tecnofanáticos, conocimiento de la historia, la filosofía, la sociedad y la psicología humana. A veces es todo lo contrario.
(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"
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