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Toda la semana |DE SUS NERVIOS EN LA CEREMONIA, A LA TRANQUILIDAD DE LA REINA CAMILLA

El rey Carlos III: un “hombre feliz” que hizo historia

El monarca fue ungido con honores y un despliegue que quedará en la memoria de los que vivimos estos tiempos. La recorrida, los gestos, símbolos reales y toda la pompa del evento británico

El rey Carlos III: un “hombre feliz” que hizo historia

El Rey Carlos y la Reina Camilla de Gran Bretaña viajan en el carruaje dorado / AP

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

7 de Mayo de 2023 | 10:30
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Un hombre feliz. Así es como vimos al rey Carlos III quien, por primera vez en sus 74 años, ha brillado con luz propia. “Un poco tarde” dirán los que sobrevaloran la juventud. “Un renacer” dirán los que piensan que ni la edad ni la belleza son indispensables para el éxito.

Fueron exactamente 71 años y dos meses los que Carlos tuvo que esperar para ser coronado como rey. Desde el mismo día en que su abuelo, el rey Jorge VI, falleció e Isabel II fue coronada reina, él se convirtió en un príncipe agazapado a la espera de heredar el trono. Una ocasión que sabía que sería agridulce por ser la consecuencia de un hecho luctuoso: la muerte de su madre. Por eso ayer fue un día tan especial.

El Rey Carlos III de Gran Bretaña y Camilla, la Reina Consorte de Gran Bretaña, comienzan su viaje en el Carruaje / Oli Scarff / AFP

No podemos asegurar que la extinta reina hubiera estado orgullosa de su hijo. Ella que bregó siempre por no demostrar los sentimientos en público se habrá fastidiado desde el más allá al ver que el nuevo rey no intentó disimularlos. El viernes lo comenzó a pura risa con el público que se acercó a saludarlo. Luego, en la recepción en el palacio y con fotógrafos capturando cada momento rió a carcajadas con el príncipe Federico de Dinamarca, piropeó a la princesa Charlene de Mónaco y se lo vio en charla animada con todos y cada uno de los presentes.

Muy diferente fue su cara ayer cuando había llegado el gran día de la ceremonia de la coronación. Su gesto adusto se intercalaba con cansancio, temor y desasosiego. Por momentos también orgullo y, al mirar a su esposa, alegría. Un sube y baja de emociones que lo mostró cercano y vulnerable.

El Rey Carlos III de Gran Bretaña con la Corona de San Eduardo en su cabeza asiste a la Ceremonia dentro de la Abadía / Yui Mok / AFP

Tal como estaba previsto, a las 10 y 20 (hora de Londres) del sábado 6 de mayo comenzó el recorrido de Carlos y Camila desde el palacio de Buckingham hasta la Abadía de Westminster. Llovía a cántaros, algo usual en esas tierras pero que la reina Isabel tenía la suerte de sortear cada vez que organizaba un gran acto al aire libre. No faltaron en las redes los “haters” que aseguraban que Diana, desde el cielo, había orquestado la venganza. Todo es posible pero Carlos y Camila son irrompibles.

Todos fueron vítores para los reyes. Por lo menos en los dos kilómetros que recorrieron. Porque a pocas cuadras de allí, en Trafalgar Square, y bajo el lema “Not my King” se reunieron los jóvenes radicales y antimonárquicos, íntegramente vestidos de amarillo, para bregar por la abolición de la monarquía. El duque de Sussex, no estaba entre ellos aunque a veces pareciera que lo desea. Harry, finalmente, fue sin Meghan y entró a la Abadía con sus primas y pasó sin pena ni gloria su presencia ya que no participó en ningún otro acto.

Difícil la tendrán los antimonárquicos porque Carlos sentó las bases para la continuidad al elegir a su nieto Jorge, de 9 años, como uno de los pajes que, al descender en la Abadía, llevó la cola de su capa de armiño. Sabe ya el pequeño principito que algún día más o menos lejano será él quien sea coronado.

El Arzobispo Justin Welby coloca una versión modificada de la Corona de la Reina María en la cabeza de Camilla / Richard Pohle / AFP

Carlos y Camila llegaron a la puerta occidental para la Abadía de Westminster pero la lluvia y algún problema en el coche de los príncipes de Gales hizo que entraran retrasados por unos minutos. El pasillo empapado hizo que la entrada de Camila no fuera de las más elegantes. Tuvo que recoger su inmaculado vestido blanco hasta la rodilla y sus damas tuvieron que sostener la capa para que ambos llegaran más o menos limpios.

¿Cuántas veces habrá soñado Carlos con ese recorrido desde la puerta hasta el altar de la Abadía? A juzgar por su cara de satisfacción, tampoco habrá estado siempre convencido de lograrlo.

La ceremonia fue tediosa y exagerada para algunos y demasiado light para los que gustan de pompa y circunstancia pero los cambios que introdujo Carlos son muy bienvenidos en estos tiempos en que la concordia es necesaria. La coronación es una ceremonia religiosa porque el rey es el jefe de la iglesia de Inglaterra. Pero no solo anglicanos hay en su reino así que por primera vez hubo presencia de sacerdotes católicos, ortodoxos y un homenaje al pueblo judío. Y el gran momento fue cuando Rishi Sunak, primer ministro que profesa el hinduismo, leyó una parte de la Biblia.

La familia del rey, reunida en la coronación. Algunos más adelante y otros, atrás / Aaron Chown / AP

Luego del juramento llegó la unción, una ceremonia en que Carlos, oculto tras unos biombos y sentado en el trono de la coronación, fue despojado de la ropa ceremonial y bendecido con óleo traído de Jerusalem. Este es el primero de los tres cambios de ropa y de trono que el rey tendría.

El trono de madera pertenece a la Edad Media y es donde se han sentado generaciones de reyes para ser coronados. Pero… como reyes de Inglaterra. ¿Y Escocia? Para que Carlos sea coronado también como rey de Escocia se ha adosado al trono la “piedra de Scone” de 152 quilos que representa a aquel país.

La familia real británica en el balcón del palacio de Buckingham, recibiendo el júbilo del público / AFP

El momento más importante de la ceremonia es la entrega de las regalías. Son objetos sagrados y seculares que simbolizan los valores en que se debe basar el rey para gobernar: las espuelas representan la caballería, las espadas y el cetro significan la justicia temporal y espiritual, la misericordia y el poder real; los brazaletes, la sinceridad y sabiduría, y el anillo la dignidad. El orbe, que significa el poder terrenal, fue en esta ocasión y a pedido del rey, llevado hasta el altar por una enfermera como homenaje a todos los miembros del servicio nacional de salud. Y finalmente, le fue colocada la corona de San Eduardo que da sentido a toda esta ceremonia.

Una fanática real posa para una foto mientras se alineó en la ruta del “Desfile del Rey”, en un tramo de dos kilómetros / Paul Childs / AFP

El momento más emotivo se vivió cuando el príncipe de Gales, le juró lealtad a su padre en nombre de todos “las personas de buena voluntad” tal como dice la liturgia. En este punto y luego de los dos besos y las palabras de su hijo Guillermo vimos como le costaba a Carlos contener las lágrimas.

La gente se para el sobrevuelo de la Coronación en el Mall luego de la ceremonia / Joshua Bratt / AP

Siguió, tal como estaba previsto, la coronación de la reina Camila. Ríos de tinta se escribieron sobre si Camila iba a ser reina o no. Hasta ayer nomás se especulaba con que jamás sería coronada. Camila, haga lo que haga, siempre será la villana de la historia pero, sin ser la más popular de la monarquía, en Inglaterra es respetada y se valora la buena influencia que tiene en Carlos, quien parece feliz y sosegado cuando está con ella. La solución fue perfecta. Su coronación se redujo a escasos minutos, casi como un trámite solemne en el que, además, ella no se sintió para nada cómoda. No pudo ocultar el terror que sintió cuando el arzobispo le colocó la corona ni lo molesta que estaba con ella en la cabeza. Carlos ya estaba agotado y Camila, asustada pero luego de no haber estado cerca de él en toda la ceremonia, cuando se miraron y se unieron para salir juntos de la Abadía, la magia retornó. Sonrisas, tranquilidad y complicidad en sus rostros. Una vez en el carruaje dorado, aquel que los llevó de nuevo, ya coronados, al palacio de Buckingham todas las piezas del rompecabezas volvieron a encajar. Toda una vida esperando este momento.

Desde estas páginas nos unimos a la proclama que con entusiasmo gritaron los asistentes presentes en la Abadía. ¡Viva el rey Carlos III! ¡Larga vida al rey!

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