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Vivir Bien |HISTORIAS DE LA MONARQUÍA

Malasangre. La hemofilia en los descendientes de la reina Victoria

Nunca pensó la reina Victoria de Inglaterra que en su afán de casar “bien” a sus hijos, trasmitiría la hemofilia a las cortes de Rusia, España y a algunos ducados alemanes.

Malasangre. La hemofilia en los descendientes de la reina Victoria

VIRGINIA BLONDEAU

24 de Febrero de 2019 | 06:47
Edición impresa

Victoria y Alberto formaron un matrimonio prolífico. Nueve hijos que siempre supieron que debían casarse y multiplicarse. Victoria propiciaba bodas y opinaba sobre posibles cónyuges para sus descendientes y, en especial, para sus nietas, que temblaban cuando le presentaban un candidato. Y príncipes de toda Europa pugnaban por casarse con una nieta de Victoria sin sospechar que llevaban en la sangre el “gen defectuoso”.

La hemofilia es un trastorno en la coagulación de la sangre. Las mujeres son portadoras asintomáticas y la pueden trasmitir a sus hijos varones. Dolor en las articulaciones, debilidad y hemorragias imparables son los síntomas.

Leopoldo fue el único hijo de victoria que sufrió de hemofilia y de sus cinco hijas dos fueron portadoras de la enfermedad: Alicia y Beatriz

 

Leopoldo fue el único hijo de Victoria que sufrió la enfermedad. De sus cinco hijas, dos fueron portadoras de la hemofilia: Alicia y Beatriz.

Alicia se casó en 1862 con el príncipe alemán Luis de Hesse. Tuvieron cinco hijos: dos varones sanos, un varón hemofílico y dos hijas que trasmitieron el mal a sus hijos. Una de ellas fue Alejandra, quien en 1894 se casó con Nicolás Romanov, zar de Rusia.

Alejandra y Nicolás muy pronto tuvieron descendencia. Cuatro partos en un lapso de cinco años y todas fueron niñas. Por fin, en 1904, nació Alexei, el heredero. Parecía sano pero cuando Alejandra vio que su ombliguito no cicatrizaba, supo que la hemofilia había llegado a la corte rusa a través de su sangre. Como cualquier madre ante la enfermedad de un hijo, recurrió a lo santo y lo profano por lograr mejoría… Y cuando la medicina tradicional y la oración no bastaron, comenzaron a desfilar por palacio sanadores de toda calaña. Así llegó un monje (trucho, diríamos nosotros) de mirada profunda que juró que él y solo él podía mantener a Alexei con vida. Rasputín era su nombre.

Podría haber sido uno más entre tantos charlatanes pero cuando Rasputín entró por primera vez a la habitación del niño, sus dolores se calmaron y la hemorragia se detuvo. Aún los historiadores más escépticos acuerdan en que, sea por magia o por sugestión, Rasputín ejercía un poder benéfico en el heredero. Los zares y sus hijas lo veneraban. Ninguna decisión se tomaba sin consultar a Rasputín. Y cuanto más lo amaban y necesitaban, más lo odiaba la corte. Nobles y ministros veían con horror como Rasputín influía más que ellos en las decisiones políticas del zar.

“Mi alma no encuentra paz y no me encuentro distendida más que cuando tú, mi maestro, estás sentado a mi lado, cuando te beso las manos y apoyo mi cabeza sobre tu santo hombro. ¡oh, qué liviana me siento entonces y no tengo más que un deseo: dormirme eternamente en tus brazos!”. Así escribía la zarina Alejandra a Rasputín en cartas que se filtraron a la prensa. Sus palabras dieron pie a retorcidas interpretaciones.

Nada hubiera detenido la revolución bolchevique pero la influencia de Rasputín fue decisiva para la caída. Todos los protagonistas de esta historia fueron asesinados: Rasputín por los primos del zar y los Romanov por los revolucionarios. Nada quedó de ellos. Bueno… casi nada: hubo en Rusia dos museos eróticos que se ufanaron de mostrar, conservado en formol, el enorme miembro viril de Rasputín. Algo tan poco probable como los poderes del monje en la cura de la hemofilia.

Beatriz, la más pequeña de las hijas de Victoria, se casó en 1884 con el príncipe Enrique de Battemberg. Tuvo tres hijos varones de los cuales dos fueron hemofílicos. Su hija, la princesa Victoria Eugenia, fue la tristemente responsable de haber introducido la hemofilia en la Familia Real Española.

Alfonso XIII de España -y por ende toda la corte- nunca dejaron de ver en Victoria Eugenia, La esposa inglesa del rey, a la culpable de haber transmitido el gen “defectuoso”

 

Corría la primera década del siglo XIX y el joven Alfonso XIII, rey de España desde su nacimiento, necesitaba una esposa. Y comenzó un recorrido por las cortes europeas buscando una princesa para convertirla en reina. “En cualquier lugar menos en Inglaterra” le advirtió su madre. Pero él, en Londres, se enamoró de Victoria Eugenia y se convenció de que su orgullosa y católica sangre borbona contrarrestaría cualquier gen malicioso anglicano. Pero no fue así. Dos de sus hijos, Alfonso, el mayor, y Gonzalo, el menor, fueron hemofílicos y el destino quiso que otro de sus hijos naciera con una profunda hipoacusia. Alfonso XIII se sintió vulnerable y estafado. Y ya nunca dejó de ver a su esposa como la culpable de haber trasmitido el “gen defectuoso”. Y así también la vio la corte española: la inglesa, la extranjera que no puede dar un heredero sano a nuestro rey.

Una revolución sesgó el futuro de la monarquía en España. Alfonso se exilió en Roma, Victoria Eugenia en Suiza y sus hijos aquí y allá. No sabemos si un heredero fuerte hubiera sido una alternativa para evitar la revolución pero sí sabemos que la historia les dio revancha: un nieto de Juan, tercer hijo de Alfonso XIII y Victoria Eugenia y el único sano, es hoy el rey de España.

Afortunadamente, el avance de la ciencia ha logrado que el paciente hemofílico de hoy pueda llevar una vida normal. Se pueden prevenir y minimizar los síntomas suministrando el factor de coagulación al torrente sanguíneo. La historia no cambiará pero la reina Victoria, que tanto amaba a su familia, puede descansar en paz.

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