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Séptimo Día |LA LITERATURA BAJO LA MIRADA DE SUS CREADORES

Las dos batallas: crítica y traducción

Leer, pensar y desentrañar un texto no es un acto exclusivo de los críticos sino, muchas veces, de los propios autores que integran el corpus literario. Aquí, un repaso por las prácticas culturales entre naciones subalternas y dominantes

Las dos batallas: crítica y traducción

Borges ha insistido en la importancia de que un escritor argentino se apropie sin reparos del legado de las literaturas extranjeras de todos los tiempos / web

ADRIÁN FERRERO

3 de Febrero de 2019 | 08:47
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Considero primordiales dos prácticas culturales por parte de los creadores argentinos: la traducción y la crítica sobre literatura extranjera. Doy por descontada una sólida formación en nuestra literatura nacional, también imprescindible. Pero me referiré en este artículo a las dos primeras.

Borges ha insistido en la importancia de que un escritor argentino se apropie sin reparos del legado de las literaturas extranjeras de todos los tiempos. Lo hizo tanto con las de Occidente como con las de Oriente. Una de esas formas fue traduciendo, entre otros, a William Faulkner, Virginia Woolf, Franz Kafka, Walt Whitman y Herman Melville. Julio Cortázar hizo lo propio con Poe, Marguerite Yourcenar y John Keats. Silvina Ocampo con Emily Dickinson. José Bianco, con Henry James, Simone de Beauvoir y Jean Genet, además de ser un reconocido profesional en ese oficio en muchos otros casos. Rodolfo Walsh con una serie de novelas negras norteamericanas sobre todo y los cuentos de la Antología del cuento extraño (1956) que también seleccionó y anotó. Para no ir a ejemplos más recientes de autores en actividad que también son destacados traductores como María Negroni, Marcelo Cohen, César Aira, Alan Pauls o Eduardo Berti.

De esa crítica quedará un testimonio: un texto crítico. Un ensayo. Puede que un libro.

 

Estos ejemplos revelan que grandes creadores argentinos también mediante la práctica cultural de la traducción literaria se han apoderado legítimamente de un legado ajeno y de un modo u otro lo han interpretado (porque en eso consiste, entre otras cosas, traducir: en leer en una cierta clave una literatura extranjera, en la propia), además de hacerlo circular por el campo intelectual argentino e incluso por el mundo hispano parlante, lo cual a su vez trae aparejadas una serie de rebotes y repercusiones en la recepción que no son en lo absoluto inofensivos.

Y para ir al caso concreto de la crítica literaria ejercida por estos autores, entre otros, cabría agregar varios matices importantes. No todos de los que mencioné la ejercieron. Pero sí muchos de ellos. Y me gustaría detenerme en este punto porque lo considero otra práctica literaria decisiva dentro del marco más amplio e inclusivo de las operaciones culturales en el seno de una literatura nacional.

Dejo por fuera de este artículo a la crítica literaria realizada por periodistas culturales y los académicos que no son escritores no por descalificarlos sino porque no es estrictamente funcional a las hipótesis de trabajo del presente artículo. Me concentraré entonces en la que realizan los creadores de cualquiera de los géneros literarios. En efecto, se trata de un tipo de práctica cultural especializada según la cual un argentino interpreta una obra o, más ampliamente, una poética de un autor o autora extranjeros (en ocasiones incluso en su idioma nativo). Y que lo hagan resulta, me parece, un gesto como mínimo desafiante hacia la cultura literaria de la cual son oriundos esos autores que funcionan como corpus para ejercer la crítica. Por otra parte, conocer su lectura será una forma, en primer lugar, de conocer y reconocer desde procedimientos formales hasta contenidos y temas de textos que pueden llegar a ser o bien más tradicionales o bien innovadores. Con la posibilidad de reflexionar a fondo sobre ellos y renovar poéticas nacionales. Lo que resulta más desafiante aún. Porque ante todo esa batalla por la interpretación es una batalla cultural y es también una batalla que puede dar por resultado innovadoras formas creativas. En las que un productor cultural de una determinada Nación portador de una cierta ideología además de una cierta formación (que puede o no ser académica en ciertos casos) se arroga el derecho de disputar, munido de la propia, de contender con otras lecturas extranjeras, incluso las canónicas, lo que acentúa tanto más la contienda. Lecturas nacionales versus lecturas extranjeras entablan entonces un diálogo belicoso que puede llegar hasta a ser polémico. Y que en verdad consiste en una batalla por el poder de decir y por el poder de interpretar. De esa crítica quedará un testimonio: un texto crítico. Un ensayo o un artículo. Puede que también un libro.

Asimismo, desde la mirada extranjera, que un argentino se arrogue la potestad de leer su cultura literaria estimo puede causar no digamos escándalo pero sí por lo menos un cierto recelo. Me refiero en especial a si son particularmente lúcidas al punto de resultar superadoras de las más reconocidas por parte de quienes son consideradas las autoridades más eruditas y destacadas en esa disciplina. Y en este punto me gustaría regresar nuevamente a la lista de autores del comienzo. Se trata de autores cuyos proyectos creadores son o fueron diferentes pero altamente calificados. De distintas vertientes y generaciones. Algunos trabajan en la actualidad en ambas prácticas culturales con mayor o menor intensidad. Pero lo cierto es que hay una mirada recordemos ya desde el grupo Sur de pensar a la traducción como una forma de irradiación cultural. Ignoro si en el marco de ese grupo la traducción fue concebida por alguien en algún momento en términos de contienda o apropiación. Me inclino a pensar, en virtud de su tradición liberal, que la pensaron como una forma de democratización de las literaturas extranjeras, por las que tendían a sentir devoción cultural.

Hacer crítica es también darle y atribuirle sentidos nuevos o diferentes a un texto

 

No obstante, como vemos, se puede hacer de ella otra lectura: bajo la suerte de una pulseada. En estos términos leo la práctica cultural de la traducción. No como un apacible ejercicio lineal, profesional y editorial sino como una arena conflictiva en la que se miden quienes interpretan.

Y si la traducción consistía en una cierta clase de batalla no lo es menos la crítica literaria argentina. Hacer crítica es arrebatar mediante una operación también creativa a un corpus crítico extranjero determinadas obras o poéticas a través de otras lecturas y atribuirles sentidos nuevos o diferentes. De incorporarlas a otra cultura literaria bajo la forma en todo caso de relecturas. Y si pertenece a un país subalterno la operación estará tanto más literariamente politizada. Si la traducción operaba como una batalla entre dos culturas para poner en correlación dos lenguas, una dominante y otra subalterna (por lo general), desde esta otra perspectiva, la crítica literaria hace lo propio. Consiste en tener acceso y proceder a un análisis meduloso de los mecanismos constructivos, los contenidos, técnicas, la Historia literaria de una cultura literaria ajena y apropiársela. También ponerlos en coloquio con nuestra literatura. Ambas son formas de intervención cultural incluso de una cierta violencia semiótica. Pienso en estos términos tradición, traducción y crítica literarias sobre literaturas extranjeras: como operaciones complejas y desapacibles entre culturas dominantes y subalternas. “¿O es que acaso un argentino tiene algo nuevo que agregar sobre Shakespeare?”, bien podría interpelarnos con orgullo nacionalista un escritor británico devoto y conservador.

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