El Mundial de las grandes emociones

Imposible negar el impacto emocional que tuvo. Más allá de un comienzo muy duro y de una final que no nos deparó el premio mayor, el Mundial de Italia –que se ponía en marcha hace justamente hoy 30 años--, constituye una de las páginas gloriosas del fútbol criollo que seguramente resultará imposible de borrar. No alcanzó ese rótulo por lo destacado del juego, pero sí por la actitud demostrada por el equipo en cada instancia, la forma de sobreponerse ante cada contingencia y el control de las acciones en los momentos precisos que tuvo aquel grupo conducido por Carlos Salvador Bilardo.

Por eso, si bien veníamos de dos grandes conquistas, como la de 1978 en suelo propio y en México 1986, esta espectacular secuencia vivida desde el 8 de junio hasta el 8 de julio de 1990, nos dejó a quienes estuvimos allí y a los que lo siguieron desde Argentina un cúmulo de momentos inolvidables. La resurrección (otra más) de Diego Maradona, las manos mágicas del Goyco en los penales más las magistrales definiciones de Claudio Caniggia, en momentos clave, marcaron el camino de un derrotero histórico.

Diego le dio pelea inicialmente a los problemas que le trajo la uña del dedo gordo del pie derecho que, según explicaba el doctor Madero se habían generado en una “suma de pisotones” durante los amistosos previos a la Copa del Mundo. En las horas previas al debut argentino –en Milán con Camerún--, de eso se hablaba en Trigoria, el campo deportivo de la Roma que sirvió de bunker al equipo de Bilardo durante toda la competencia. De eso y de la ausencia de Caniggia en el debut: fue al banco de los suplentes.

El comienzo fue muy malo, los camerunenses en el “Giuseppe Meazza” milanés se quedaron con el triunfo 1-0 y el Cani entró en el segundo tiempo pero no alcanzó. Como preámbulo a aquel juego inaugural, Maradona fue designado Embajador Deportivo de la Argentina, pasaporte que le entregó en mano el propio presidente Carlos Menem presente en Italia para asistir al partido inicial.

Dolieron las patadas que pegaron los de Camerún y el comienzo. Pero, borrón y cuenta nueva, mucho trabajo en la concentración argentina donde ya no eran tan comentadas las dos Ferrari de Diego –una roja y otra negra--, en el playón de Trigoria, sino como seguiría la película. Lo mejor estaba por venir, aunque en el medio, hubo sufrimiento a montones.

Mientras los italianos ya palpitaban una final con Alemania y planeaban los festejos de una supuesta conquista, Argentina le ganaba a la Unión Soviética y perdía (¿o ganaba?) un arquero. Pumpido, lesionado, le dejó el arco a Sergio Goycochea que había llegado al Mundial sin club y con un futuro lleno de dudas. En ese partido, en el que pasó de todo, hasta hubo una nueva versión de La Mano de Dios que evitó una caída de la valla argentina: “Era gol y tac, metí el manotazo. Y no fue gol. Hipnoticé al árbitro”, comentaba el Diez.

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Después vino el empate con Rumania que nos habilitó a una angustiante clasificación a la segunda ronda. Empezaban a preocupar dos cosas: cómo podríamos afrontar a los rivales más duro y el tobillo izquierdo de Maradona que, víctima de las patadas rumanas, empezaba a inflamarse preocupando a todos.

Florencia fue la siguiente estación del periplo albiceleste. La Argentina apretaba cada vez más los dientes pese a todo. En la bella ciudad florentina se debió sufrir más de la cuenta: contra Yugoslavia hubo penales, se lo atajaron a Diego y el Goyco tuvo que acudir en su rescate. El arquero empezaba a escribir su historia y la albiceleste a palpitar las siguientes batallas.

Y vaya los capítulos que estaban por venir. Turín fue escenario de otro momento que tres décadas después sigue vivo en el recuerdo: después de un primer tiempo para el olvido, los nuestros dejaron a Brasil afuera del Mundial con un gol que tuvo dos actores centrales. Caniggia que la metió después de una maniobra exquisita y Diego que, con su tobillo a cuestas, elaboró una jugada previa típicamente maradoniana que bien podría integrar la galería que encabeza el gol a los ingleses.

Se venía Italia en Nápoles. Más que una semifinal fue toda una final. La previa increíble. Los dueños de casa llegaban invictos al duelo contra Argentina en el San Paolo, con el arquero Zenga sin goles en contra y los festejos preparados. “Napolitanos recuerden que para el resto de los italianos ustedes no forman parte de Italia” había tirado Diego para “calentar el ambiente” en las horas previas. Un partido aparte.

Cuando la escena paso a estar representada por el verdadero partido, empezó ganando Italia pero Caniggia, de cabeza, puso el empate más festejado. El Goyco se encargó del resto deteniendo el penal decisivo. El “Siamo Fuori della Copa” del relator italiano dio la vuelta al mundo y sonó a música celestial en Argentina.

De esa forma la definición “soñada” por los locales contra Alemania quedó hecha pedazos en medio de la enorme expectativa que empezó a forjarse en torno a la finalísima. Ausente Cani –por una tarjeta aplicada contra los italianos--, en el Olímpico de Roma se consumó una discutida victoria alemana con penales –uno a favor y otro en contra—que hasta el día de hoy se siguen discutiendo.