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¿Quién no quisiera vivir como un rey pero sin perder los derechos a elección y debate que da la democracia? Los conceptos relacionados con la realeza están idealizados, y sin embargo son las aspiraciones de muchos
La multitud en Londres durante la boda de William y Kate
VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU
Podría ser éste un fundamento aspiracional de la sociedad en que vivimos. Porque, aunque no soñamos “solo” con ser reinas y reyes, príncipes o princesas, en nuestro lenguaje coloquial estas palabras nos inspiran e, incluso, se convierten en calificativos y evocativos que enaltecen a la persona a la que están dirigidos. Y no por eso nos consideramos monárquicos. Es, simplemente, porque a pesar de nuestro convencido republicanismo, los castillos, las tiaras, las reinas y los príncipes azules nos remontan a sitios mucho más placenteros que la Casa de Gobierno.
Pensamos (y hasta comentamos al pie de estas mismas páginas) que los reyes son parásitos y anacrónicos pero, en simultáneo, en Facebook, ponemos una foto de nuestra niña y nos referimos a ella como “nuestra princesa”. Y si nos vamos de boda, nunca le decimos a nuestra amiga, divinamente maquillada y vestida, “Estás hecha una ministra”. Elegimos, sin dudarlo, la palabra “reina”. El lenguaje no es inocente sino que expresa las contradicciones entre realidad y aspiraciones.
Disney también hizo lo suyo porque aunque ha creado infinidad de personajes, las princesas ganan por goleada. Poco queda de aquella Blancanieves sumisa que solo podía renacer con el amor de un príncipe. Ariel, Bella y Pocahontas ya comenzaron a tomar sus propias decisiones, y Tiana y Rapunzel marcaron el camino para que Elsa y Ana, de Frozen, terminaran descontracturando el concepto de princesas. Ahora son libres, empoderadas, sin necesidad de un salvador con corona pero nunca cambiaron de “profesión”.
Y no solo Disney… la ciencia ficción, la mirada hacia el futuro, también las incluye. En Star Wars ella era senadora, diplomática y jefa de estado pero todos las recordamos como la princesa Leia Organa, como si ese único título simbolizara todo lo que están bien.
La revista española ¡HOLA!, especialista en cubrir la vida de los “royals” llega a 120 países
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Y más allá de los sueños, el interés por las monarquías está muy lejos de decaer. Y no solo en los países monárquicos. La revista española ¡HOLA!, especialista en cubrir la vida de los “royals” entre otras celebridades, llega a 120 países. A casi todos excepto a Francia donde reina sin sombra la publicación más completa sobre la vida y obra de las familias reales. Point de vue se llama y lleva 75 años en el trono, en un país que es la cuna del republicanismo moderno. En fin… tanta Revolución Francesa para nada, pensarán algunos.
Justamente Point de vue, en su último número, se ha cuestionado por qué los integrantes de las familias reales causan tanto interés entre el público. La psiquiatra Béatrice Laffy-Beaufils responde que existe un proceso de identificación y proyección. Y volvemos otra vez a lo aspiracional: ellos son personajes hermosos, ricos, elegantes y sus vidas están en contraposición con nuestras desilusiones. Son, además, seres que trascienden, tienen una historia detrás y serán recordados y analizados aunque ya no estén entre nosotros. Nos fascinan, según Laffy-Beaufils, sus muertes trágicas, como la de Diana. Y nos consuela saber que ellos también sufren.
Aunque en la nota el tema solo se insinúa, no podemos dejar de mencionar la brecha que tantas alegrías y disgustos nos da. Hoy la discusión es entre los defensores acérrimos de Harry y Meghan y quienes los consideran unos traidores a la reina y a todos los reyes desde Ricardo Corazón de León. Ni tanto ni tan poco, pero basta darse una vuelta por las redes sociales y observar la tapa de casi todas las revistas del corazón del mundo para entender que el tema ha acaparado la atención de multitudes. Es más, el argumento principal que esgrime la pareja para justificar su huida tiene que ver con su popularidad. Como si ellos tuvieran las mismas contradicciones que nosotros: quieren ser populares, queridos, admirados porque son ricos, elegantes, lindos y, sobre todo, nobles. Pero en el día a día quieren ser republicanos. No vaya a ser que la culpa de todo el conflicto nos la echen a nosotros por querer seguir con interés sus vidas.
La brecha no es nueva. Hay dianistas y camilistas, duelos de estilo entre Letizia y Máxima y polémicas de un fanatismo que asusta.
Pero cuando la popularidad de estos personajes cobra realmente dimensión es en las bodas. A las grandes bodas de estado sí que nos sentimos invitados. Por empezar, en las ciudades donde se desarrollan, los fanáticos pernoctan días en la calle para conservar un buen lugar desde donde ver a la novia entrar a la iglesia. Y en los que estamos lejos, el interés no es menor. Recordemos que la boda del príncipe William con Kate Middleton, en 2011, albergó a 1.900 invitados pero fueron 5 mil londinenses los que acamparon en las inmediaciones de la Abadía de Westminster y fue seguida por televisión y redes por casi 2 mil millones de personas en todo el mundo.
Palacios y castillos dan la opción de alquilarlos para fiestas o realizar visitas guiadas
Seguir a la realeza a través de los medios es fascinante pero mucho más atractivo es vivirlo. Y la industria turística lo sabe. Por empezar, hagamos un ejercicio de memoria y veremos que las enormes embarcaciones en las que podemos recorrer los mares del mundo, suelen tener nombres de reinas y princesas o evocan, de alguna manera, el mundo royal. Si observamos, veremos también que la corona, en sus diferentes interpretaciones, es uno de los símbolos más usados como logotipo en la industria del lujo y del placer.
Vivir como reyes es la consigna. Y así es como cada vez más palacios y castillos nos brindan la oportunidad de alquilarlos para una fiesta, de contratar una habitación para unas vacaciones o, aunque sea y por una módica suma, realizar una visita guiada por las instalaciones. Y le sumamos a esto la industria del suvenir: miles y miles de remeras e imanes con la cara de Felipe y Letizia, tazas que son réplicas de las que la reina Isabel II usa para tomar el té a diario (imposible comprobarlo) y hasta joyas que imitan a las verdaderas que han lucido durante siglos las damas de las casas reales.
Jugar a ser princesas, esperar al príncipe azul, vivir como un rey o vestir como una reina son solo deseo, expresiones, ilusiones. Muy válidas, claro. Pero al final del camino lo verdaderamente importante es ser feliz con lo que se es.
La portada de la revista Point de vue
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