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Muchos se aburren, se estresan o se enojan y rompen todo. Suelen generarse conflictos en los consorcios. Para miles de platenses, se trata de una convivencia que obliga a ajustar la rutina y a adiestrar a sus mascotas
Por JULIA VARELA
Cuando Zamba llegó a la vida de Rosario, era una pelota negra de cuatro patas que cabía en una mano. Una tarde de invierno la abandonaron en la puerta de una casa y Rosario se la llevó a dormir a la suya. Era cosa de una sola noche pero se encariñó y ya hace un año que no puede dejarla sola.
Rosario vive en el 8° B de un edificio moderno: un dos ambientes con balcón y ascensor plateado, con los vidrios limpios y colores claros. Según las reglas del consorcio, no está permitido tener animales. Al principio nadie sospechaba que Zamba vivía ahí, pero después de un año la perra se puso enorme y ahora, cuando salta con las cuatro patas, puede tocar el picaporte de la puerta del edificio.
“Mi vida cambió 100% desde que tengo a Zamba. No creí que fuera a ser ahí, porque tampoco creí que ella fuera a ser tan grande”, dice su dueña. “Va a ser chiquita”, había dicho la veterinaria cuando la vio por primera vez, la mañana después de que Rosario la encontró. Ahora, Zamba es una perra que pesa 15 kilos y si no sale a correr todos los días, va y vuelve al galope por el pasillo que une la habitación con el living del octavo.
Rosario tuvo que hablar con una adiestradora de perros para que le enseñara algunas ideas: “Los vecinos se quejaron con el administrador, decían que era muy molesta”, cuenta. “Ella me enseñó a hacer que se calme antes de salir a pasear y a que use sólo un lugar de la casa como su cucha. También sé cómo retarla y cómo hacer para que no ladre tanto adentro”, cuenta.
“Vayamos a tomar mate a otro lado, la casa de Rosario es un patio”, dijo una vez una amiga y ella se enojó. Porque cuando Rosario saca a pasear a Zamba, la perra se revuelca en los charcos de agua de Plaza Paz. Entonces, embarrada y con algún palo para morder en el camino, Zamba vuelve al 8°B y se sube a la cama de una plaza que hace las veces del único sillón del departamento. Esa es su cucha; por eso las amigas dicen que Rosario no tiene un living, sino un patio lleno de ramitas.
“Lo mejor es tener la plaza cerca, eso me salvó de no enloquecer y de que no enloquezca ella. De hecho, la saco dos veces por día, a la mañana y a la noche y ella hace sus necesidades afuera”, cuenta.
Falco, Genia, Vicente, Theo y Olivia son parte del grupo de perros que salen a pasear todos los días, después de las siete de la tarde a Plaza Passo, cuando sus dueños vuelven de trabajar. Como los perros se llevan bien y les gusta encontrarse, los adultos organizaron Los Perrícolas, el grupo de whatsapp por donde coordinan los encuentros. A través de Los Perrícolas, comparten la vida cotidiana de sus mascotas, pero también se juntan a tomar mate, comen algo rico y charlan de las cosas cotidianas.
“¡Pensé que no iban a venir hoy! Pero cuando me asomé por la ventana y vi correr a Olivia, vinimos”, dice Laura, la dueña de Genia, una perra que en marzo dejó el campo abierto de Sicardi y empezó a vivir en un edificio.
“Sí, está fresco, pero desde las 5 que Olivia empieza a insistir con que salgamos. Se me sube arriba de la falda, empieza a ladrar, ya sabe qué pasa más tarde”. Genia es una perra que vivía en una obra en construcción. Era de unos albañiles de Sicardi y se mudaba cada vez que ellos terminaban una casa. Un día los albañiles se fueron y la perra se quedó sola vagando por el barrio. Como Laura construía su casa cerca y cada tanto le daba de comer, Genia y ella se hicieron amigas. El problema era que ella vivía en el centro y no podía visitarla seguido: “Al principio viajaba todos los días a la mañana antes de ir a trabajar, para darle de comer. Después buscamos un departamento donde pudiera estar y nos la trajimos al centro”, cuenta Laura mientras tira una pelota de tenis.
“Este mes vamos a castrar a Olivia, ya es una decisión tomada-, dice Javier, que es docente y junto con Karina forma parte del Centro Cultural Alborada.
-¿A dónde la vas a llevar? Este mes a nosotros nos superaron los gastos-, cuenta la dueña de Vicente.
-En la facultad de Veterinaria está el Hospital, y los chicos trabajan muy bien-, agrega.
Hay Perrícolas en diferentes plazas. “Nosotros estuvimos con el grupo de Plaza Italia, con los de Plaza Azcuénaga, y sabemos que hay también en Plaza Islas Malvinas pero a Olivia le gustó más este grupo, y nos quedamos acá”, cuenta Javier. A través de los celulares coordinan para sacar a pasear a sus mascotas a la misma hora. Así los perros tienen amigos de paseo, y los dueños, un rato para charlar.
“Hay muchas consultas por casos de agresividad, ya sea hacia el ser humano o hacia los perros con que conviven. También hay muchos casos de ansiedad por separación: cuando los animales se quedan solos en la casa y hacen destrozos, ladran o aúllan.
María Virginia Ragou es médica veterinaria especializada en etología y dice que lo suyo es una disciplina dentro de la Medicina veterinaria. “Se trata del estudio, la prevención y el tratamiento de los problemas de conducta de los animales domésticos. A partir de un examen de comportamiento y un diagnóstico, se hace un tratamiento. Se trata de hacer una terapia conductual y, si es necesaria, una terapia farmacológica para los animales que tienen problemas más severos”, sostiene Ragou.
Antes la etología sólo estudiaba casos, Pero hace pocos años empezó a aplicarse a casos concretos para ayudar a modificar prácticas de los animales. “Incorporar esta disciplina a la medicina veterinaria y tomar a los problemas de conducta como si fuera cualquier otra patología, es algo más nuevo”, dice la médica.
Los casos más comunes que ella trata son de animales que viven en la ciudad. “Hay muchas consultas por casos de agresividad, ya sea hacia el ser humano o hacia los perros con que conviven. También hay muchos casos de ansiedad por separación: cuando los animales se quedan solos en la casa y hacen destrozos, ladran o aúllan. También se consulta por las fobias a estruendos o tormentas. Las conductas compulsivas, como la persecución de la cola y las ansiedades”, sostiene.
Para que un perro la pase bien en un departamento, hay que pensar en cómo elegimos al animal de compañía. “Antes de adoptarlo, hay que analizar cuáles son las condiciones con las que contamos. Por un lado está el espacio que tenemos pero también es importante saber cómo está formada esa familia, si es una persona sola, si es una pareja, o un matrimonio con chicos chiquitos. Otro factor fundamental es el tiempo del que dispone esa persona para el animal. No es lo mismo una alguien que puede sacarlo a pasear tres veces, que una pareja joven que no está en todo el día y que no se puede ocupar del animal”, compara Virginia Ragou.
Virginia dice que no es tanto el espacio, sino cuánto tiempo le van a dedicar los dueños a jugar con él, socializarlo, sacarlo a pasear o hacerle mimos.
“Zamba se comió una ojota de cada par de mis cinco pares de ojotas”, dice Rosario y también cuenta que cuando salen a pasear, a su perra le gusta lamer la grasa que se cae de la parrilla del puestito de la plaza. Como es amiga de los parrilleros, cada tanto le hacen un regalo.
“Mis padres siempre me decían que evalúe si no tenía más cosas negativas que positivas tener un perro. Las cosas negativas las podés contabilizar, pero lo positivo no. Y ahí está la diferencia. Ella me da amor todos los días, entonces no me importa tener que limpiar cosas después. No es que puedo decir: me rompió una zapatilla y me dio un gramo de amor, entonces compensa”.
Sacar a pasear a los animales y jugar con ellos es fundamental: “Si le ponemos límites claros y les ofrecemos veinte minutos diarios de juego durante los primeros cuatro meses de su vida, el lazo entre el propietario y el animal se va a afianzar, y la mascota va a reconocer a su dueños como los jefes de la manada”.
Camila baña a Talita adentro de la bañera. Es una cocker de dos años, se come las toallas, los repasadores, todas las medias y tiene una debilidad especial por el queso y las plantas. “Hay algunas que la dejan muy tranquila y entonces aprovecho para cortarle las rastas”, revela su dueña.
Talita cuenta con pocos amigos en el barrio porque les tiene mucho miedo a otros perros. Para Virginia Ragou, esa perra podría tener algún tipo de fobia porque no la socializaron desde pequeña. Pero hace unos días, Camila la sacó a pasear, conoció a Quito, un perro vecino y jugaron todo el paseo. “Como se había hecho de noche y Quito no quería volver a su casa, llamé a su dueño al teléfono que el perro tenía en la chapita. Me dijo que vivía a la vuelta de mi casa y que en media hora lo podía ir a buscar. Así que entré a Quito y jugó con Talita en el living. Vino a visitarla un amigo del barrio”, cuenta Camila y se ríe.
“También tiene un amigo que se llama Lorenzo, que vive enfrente, y unos enemigos, que son una pandilla de perros callejeros de la vuelta de casa”, cuenta Camila. Zamba también tiene amigos: en la plaza conoció a Roberto. “De muchos perros me sé los nombres, aunque no los de los dueños. Y también hay un par de perros de la calle, que paran en 13 y 61, que son sus amigos y a ella le encanta jugar con ellos”, cuenta Rosario.
Camila vive en el barrio Meridiano V, en un departamento que comparte con dos chicas más, Fernanda y Quimey. En el patio de 2 metros por dos metros están las bicicletas, la parrilla, el lavarropas, la ropa tendida y la caca de Talita: ella no hace sus necesidades en el parque.
Talita no es tan activa como Zamba. Tiene dos años, le gusta dormir todo el día y está acostumbrada a los ritmos de su dueña. “Creo que es muy importante que los perros se acostumbren a quedarse solos en la casa”, dice Camila. Como ella estudia y trabaja, hay días que llega muy tarde a la noche.
En La Plata hay cada vez más edificios. El último informe que publicó el Centro de Investigaciones Geográficas de la UNLP es de 2011 dice que el 72 por ciento de las casas para vivir son “viviendas multifamiliares”, o sea, departamentos, y que se construyen 1.062 por año. Entonces, cada quien vive allí como puede: con perros, gatos o sin ellos.
“En unos meses tengo que mudarme, y empecé a buscar departamento. Nadie quiere alquilarme con la perra, aunque saben que es chiquita y no hace ruido”, dice Andrés y no sabe a dónde va a vivir porque no quiere separarse de Rita.
En un principio, todos podemos tener un animal doméstico como mascota. El problema surge cuando esa mascota hace mucho ruido o molesta a los vecinos. El artículo 6 de la ley 13.512 de Propiedad Horizontal dice: “Queda prohibido a cada propietario u ocupante de los departamentos o pisos perturbar con ruidos o de cualquier otra manera la tranquilidad de los vecinos”.
Entonces hay que revisar si el departamento en cuestión se rige por la Ley 13.512. Además, en el caso de los alquileres, la posibilidad de tener o no un animal depende del reglamento de copropiedad. Los inquilinos deben leerlo antes de poder mudarse. Si en el contrato no dice nada, entonces no está prohibido.
En el 2003, en Buenos Aires, el Consorcio de Propietarios de un edificio de Palermo demandó a Ramón Beltrán, que vivía en el piso 11 porque tenía un labrador color arena que se llamaba Tarzán. El Consorcio se basaba en el reglamento interno del edificio, que decía que estaba prohibido tener animales en los departamentos. La familia de Tarzán no quería abandonarlo, ni tampoco quería mudarse. Al principio intentaron por la vía del diálogo, pero hubo reuniones de consorcio, cartas documento y cuando la situación se puso muy tensa, llegaron a un juicio. El Consorcio demandó a Beltrán por no cumplir el reglamento del lugar donde vivía.
Después de dos años de litigio, el juez Carlos Frontera le dio la razón al dueño del labrador porque la demanda estaba basada en un reglamento cualquiera y no en el de copropiedad ni en una escritura pública. A los vecinos nucleados en el Consorcio no les importó y apelaron la medida. Cuando el caso llegó a la Cámara Civil, Tarzán volvió a ganar: los jueces dijeron que la primera sentencia era real y la ratificaron. Pero además hicieron una advertencia sobre lo abusivas que pueden ser este tipo de cláusulas contra los animales en los edificios.
En la contestación a la demanda, Nicolás Orlando, el abogado de Tarzán dijo que sus dueños tenían derecho a la propiedad y además “derecho al afecto”.
Anabella es adiestradora de perros y dice que antes de adoptar a una mascota, cualquiera que sea, la gente tiene que poder darle un techo, comida, armar un plan completo de vacunación, y fundamentalmente tiempo. “Ese último factor es el más importante. Los perros están acostumbrados a caminar durante muchas horas, y lo traen en su genética. Nosotros vamos a llevar a un animal con esas características a vivir en un departamento, y tenemos que generar esa actividad física”, sostiene. Entonces, ante todo, hay que hacer que el animal gaste energía.
Sacar a pasear a los animales y jugar con ellos es fundamental: “Si le ponemos límites claros y les ofrecemos veinte minutos diarios de juego durante los primeros cuatro meses de su vida, el lazo entre el propietario y el animal se va a afianzar, y la mascota va a reconocer a su dueños como los jefes de la manada”.
Anabella dice que cuando nos vamos de las casas y los perros lloran, es porque no le hemos puesto suficientes límites y les hemos dado un lugar preferencial en la manada, en vez de un rol subordinado.
En La Plata hay más de 40 grupos que buscan tránsito a perros y gatos: gente que se encarga de rescatar animales abandonados en la calle y buscarles una familia que les pueda dar comida y afecto. “¿Cómo es tu casa? ¿Estás afuera mucho tiempo? ¿Vivís solo? ¿Tu departamento tiene patio o balcón?”, preguntan cada vez que se acerca un potencial dueño. Tal vez algunas preguntas suenen raras pero según varios veterinarios, los animales necesitan tanto cuidado como los niños y es necesario garantizarles sus condiciones de vida.
Y sí, dar cobijo a un perro en un dos ambientes tiene sus costos. Parece una locura asumirlos pero, después de conocer estas historias, no se puede negar que en la relación costo-beneficio la aguja se inclina, ampliamente, en favor del amor.
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