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Séptimo Día |LITERARIAS

Kurt Vonnegut: el genio de la desfachatez

A diez años de la muerte del escritor norteamericano, la editorial La Bestia Equilátera -que ya viene publicando algunos de los títulos fundamentales de su obra- reeditara todos sus trabajos en los que Vonnegut supo unir la ciencia ficción, la sátira y la comedia negra en una prosa de fuerte impronta humanista

Kurt Vonnegut: el genio de la desfachatez

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2 de Julio de 2017 | 10:00
Edición impresa

“La vida no es forma de tratar a un animal”, reza la lápida dibujada sobre el papel. Cierto. Sin embargo, a la vida mucho no le importa de qué forma tratarnos, le tiene sin cuidado. La vida sencillamente es y el resto que se acomode. Así como en el supuesto garabato de líneas precisas de Kurt Vonnegut, su literatura tiene el sinsentido -el sentido del ridículo- como uno de sus denominadores comunes. Vonnegut, nacido en Indianápolis y descendiente de alemanes, en 1945 cayó en manos del ejército alemán en calidad de prisionero de guerra. El relato contenido en las cartas que le envía a su familia en esos tiempos marca el trazo de lo que sería su literatura. Las cartas fueron uno de los gestos que realizó no sólo para sentirse vivo, sino para sentirse fuera de una guerra.

Fueron escritas en movimiento, cuando eran arreados de lugar en lugar y sin posibilidad de recibir una respuesta. “No puedo recibir correspondencia, no escriban”, firmaba el joven Vonnegut. Sólo un acto de escritura.

“La escritura es un acto subversivo, leer también”, menciona su hijo, Mark Vonnegut, en la introducción de Armagedon, libro póstumo publicado a un año de la muerte de Kurt. En las cartas, Kurt dice mucho más de lo que las palabras expresan explícitamente, el sinsentido que comunica se manifiesta en la cadencia, el ritmo, el lugar preciso donde colocar cada palabra. Es así como las frases ofrecen significados profundos, en la ridiculez de existir y, a su vez, en su alegría, amarga, pero alegría al fin.

Vonnegut supo tener una voz propia que vuelve sus escritos tan irreductibles y entrañables como absolutamente reconocibles

En esas cartas habla de los bombardeos, lleva la contabilidad de víctimas fatales que caen a su lado para luego rematar, con una cadencia quirúrgica, con un “pero yo no” (“pero yo sobreviví”).

Vonnegut supo tener una voz propia que vuelve sus escritos tan irreductibles y entrañables como absolutamente reconocibles. “Reescribía y reescribía y reescribía, murmurando todo lo que acababa de decir, haciendo gestos con sus manos. Cambiando el tono y el ritmo de las palabras”, dice su hijo Mark. “Cualquier persona que piense que las bromas o ensayos de Kurt llegaban fácilmente, nunca ha intentado escribir”, continúa.

Trabajó arduamente en establecer esa voz, desplegada en sus textos de forma múltiple y espiralada, como una raíz, como un rizoma.

Vonnegut abordó ese sinsentido a través de un sinnúmero de personajes que eran todo lo contrario de lo que aparentaban. La vagabunda millonaria de Dios lo bendiga, Sr. Rosewater, Howard W. Campbell, el vecino retraído y escritor que terminó siendo un propagandista nazi de Madre Noche, la inquietante alienación existencial de Las sirenas de Titán, por mencionar a vuelo de pájaro y de manera burda algunas de sus obras.

Los recursos no se agotaron en las “vidas ocultas”: Vonnegut presentó en Desayuno de campeones a su alter ego, Kilgore Trout, un escritor de brillantes novelas de ciencia ficción que conseguía que lo publicasen en revistas pornográficas.

Vonnegut también elaboró una voz narrativa que, en forma de latiguillos o remates disruptivos, toma cuerpo y se asimila a un coro griego, abriendo el curso del relato a una dimensión aún más extraña: “Hi, ho”, “Y así todo”, para dar veloces ejemplos.

La experiencia de la segunda guerra mundial caló hondo en Vonnegut, recién trece años después pudo escribir la novela que lo “haría célebre”: Matadero 5, su sexto libro

La experiencia de la segunda guerra mundial caló hondo en Vonnegut, recién trece años después pudo escribir la novela que lo “haría célebre”: Matadero 5, su sexto libro. Tardó trece años porque, según sus palabras, “es muy difícil recordar lo que no tiene sentido”.

Vonnegut nació siete años antes de la Gran Depresión económica de Estados Unidos; desde muy joven entendió que toda seguridad es ilusoria, que le vida es un chiste de mal gusto, quizá por eso buscó incansablemente el remate perfecto para la humorada más absurda: la existencia humana.

A pesar de la caprichosa necesidad (y vale la pena el oxímoron) de la crítica literaria y el negocio editorial, Vonnegut, llamado por muchos –y con razón– el heredero de Twain, es sencillamente inclasificable. Se lo intentó catalogar como escritor de ciencia ficción, de sátira existencial. Sí, pero no. Entonces, se lo llamó “escritor de culto”.

Murió en abril de 2007 y ya son diez años que el mundo es un lugar un poco más sombrío. Por fortuna, entre la Gran Depresión, la guerra y su muerte escribió sin descanso. Los textos, ensayos, cuentos cortos y novelas del escritor estadounidense continúan echando luz sobre las sombras que exponen. La literatura, la buena literatura, posee esa capacidad: no sólo de trascender al autor, también a sus lectores y, si es realmente buena, de trascenderse a sí misma y ganar peso y sobresignificación a lo largo del tiempo.

 

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