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La agenda globalista de Cambiemos

HÉCTOR AGUER (*)

11 de Noviembre de 2018 | 08:22
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El presidente de la Nación, hace muy poco y ante un auditorio internacional, se ha jactado de haber habilitado en nuestro país el debate sobre el aborto. El dificultoso y razonable “stop” impuesto en el Senado de la Nación – por ahora al menos- ha venido a complicar los compromisos adquiridos. En la misma circunstancia, y con un énfasis insólito en sus desabridos discursos, aseguró reiteradamente que en nuestra desdichada Argentina –la calificación, obviamente, procede de mi coleto – rige transversalmente la perspectiva de género. Perspectiva dijo el Sr. Presidente, pero la expresión correcta es “ideología de género”. Se trata, en efecto, de un conjunto de ideas, trabadas arbitrariamente y carentes de rigor filosófico, que configuran el pensamiento de los mandantes del Ingeniero Macri, de quien me tomo el atrevimiento de aventurar que no entiende muy bien de qué se trata. Lo digo con todo respeto de su investidura, y con la intención de ofrecerle una media disculpa.

He escrito al comienzo que el actual gobierno ha abrazado la agenda globalista. Este hecho tiene lejanos antecedentes: podemos remontarnos al período del Presidente Nixon y al célebre informe Kissinger, que proponía las acciones a desarrollar para inducir la disminución de la población en los países en vías de desarrollo. En aquellos años el propósito se ensayó respetando el esquema de género vigente; se reconocía que sólo existen dos sexos: varón y mujer. El empeño consistía en el reparto masivo de anticonceptivos y preservativos y la promoción del aborto. La nueva agenda globalista pretende el mismo fin alterando los roles de género; mejor dicho, reemplazando la bipolaridad sexual expresada indiscutiblemente en la realidad biológica, psicológica y espiritual del ser humano, por un número indeterminado de géneros (más de 100, y siempre en crecimiento), que implica la adopción de diversas perversiones, en especial el onanismo y la sodomía. Perversiones llama a estas conductas Sigmund Freud en su “Introducción al psicoanálisis”, precisamente porque bloquean la transmisión de la vida. Apunto sólo tres referencias bíblicas respecto a ambas conductas antinaturales: Génesis 38,9-10 (origen del nombre onanismo); Génesis, cap. 19 (origen del nombre sodomía-sodomita); 1Corintios 6,9-10 (lista de pecados que, según San Pablo, excluyen del Reino).

Tanto los Estados Unidos, cuanto la Organización de las Naciones Unidas y sus adláteres UNESCO, UNICEF, Fondo de Población de la ONU, Banco Mundial, Organización Mundial de la Salud, Fundaciones varias, entre las que descuellan Soros y Rockefeller, desembolsan ingentes cantidades de dólares para promover la agenda antinatalista y la homosexualidad. En Europa, salvo excepciones como Rusia, Croacia y Hungría, el neomaltusianismo ha debilitado completamente las identidades nacionales.

No es preciso destacarse en lucidez para advertir que la “generosa” concesión de fondos que nuestro país recibe – y que; ¡seamos francos! no sabemos en qué se usarán – está ligada a la adopción precisa de la mencionada agenda. Se trata – y no estoy fantaseando, sobran las pruebas – de que semejante proyecto de dominio planetario debe acabar con la familia, con la soberanía de las naciones y con el cristianismo, especialmente con la Iglesia Católica.

Pero no todos “comen vidrio” en el universo mundo. Resulta esperanzador consignar algunas sanas reacciones, que brotan espontáneas, porque no se puede ignorar la naturaleza o intentar desnaturalizarla, ni habérselas impunemente contra la ley natural y contra Dios. El caso de Rusia es digno de especial admiración: allí no se discrimina ni se persigue a los homosexuales; cualquier persona, a los 18 años puede adoptar el comportamiento sexual que elija, y transmutarse a voluntad; hay actores y deportistas que eligen este descaminado estado de vida, pero el presidente Putin no permite la ideologización de los niños y el proselitismo con ellos, para hipotecar el futuro de la infancia y de la familia. La misma actitud ha adoptado China, que debió sufrir el imperialismo inglés que introdujo – después de dos guerras – el opio que infectó largamente a la población china: no permitirán ahora que intoxiquen a los niños chinos con la educación sexual integral, que es una perversión, precisamente porque intenta imponer la ideología de género.

Casi al finalizar su mandato, el presidente Obama visitó Kenia, el país de los orígenes de su familia. En el discurso de recepción, el presidente africano pidió con insistencia que Estados Unidos deje de presionar a la pequeña nación para adoptar la ideología de género.

Si esta ideología lograra imponerse transversalmente, es decir, no sólo en el ámbito escolar, sino en todas las relaciones sociales, se puede temer, y lo digo con plena conciencia, la desaparición, en pocas décadas, de la Argentina que conocimos, y no solo a causa de la plaga de la pobreza, que aflige a casi un 30 % de la población; nos desazonan numerosos problemas: económicos, sociales, de psicología colectiva, morales y educativos, decadencia de la religiosidad popular (que se intenta disimular con algaradas de santería). Pero el máximo peligro que ahora nos amenaza, es el peligro de desaparecer como nación. Muy sencillamente: una cultura, una nación, no pueden sobrevivir – es una ley física ineluctable – si el índice de población decae del 2.5. En España esa cuota ha descendido al 1.1, mientras que los musulmanes españoles se multiplican al ritmo de 8.1; no haría falta ninguna hecatombe para que, en unas tres décadas, la Madre España – que liquidó a un millón de niños con el aborto en los últimos años – haya desaparecido. Es razonable escarmentar en carne ajena.

¿Qué será del vastísimo territorio argentino si no se produce una reacción del sentido común, del amor a la tierra, veneración y cuidado de la naturaleza creada por Dios, de un nuevo aprecio de la maternidad y la paternidad? ¿Si no nace una pléyade de argentinos, niños y niñas que procedan de familias normales, no de “matrimonios igualitarios”, y que sean educados en el amor a Dios y al prójimo? ¿Si los arrebata la frivolidad pagana estilo PRO, y sus retóricas promesas de “cambiar” (¿en qué sentido, hacia qué meta?) proyecto que, por otra parte, semeja un bote que hace agua por los cuatro costados?

Pero el pueblo argentino merece otra cosa, y la Iglesia debe asumir esa posibilidad esperanzada como madre humilde y decente, absteniéndose de todo manoseo impúdico con los poderosos y convocando con amor efectivo a los pobres, de dinero y de corazón.

*Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

“El pueblo argentino merece otra cosa y la Iglesia debe asumir esa posibilidad”

 

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