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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

No es suerte todo lo que parece

No es suerte todo lo que parece

“Yo creo mucho en la suerte, y observo que cuanto más trabajo más suerte tengo”. Thomas Jefferson (1746-1823)

18 de Febrero de 2018 | 08:42
Edición impresa

Por SERGIO SINAY
sergiosinay@gmail.com

¿Se puede convocar a la suerte? ¿Acude ella a nuestros llamados? Si nos guiáramos por las variadas cábalas que se observan entre los protagonistas del mundo deportivo y del espectáculo, entre estudiantes que van a dar un examen, entre personas que van a una cita laboral, entre quienes están por cerrar un negocio, entre los que acuden a un primer encuentro con alguien con quien esperan concretar una relación amorosa, o entre políticos y candidatos en días de elecciones, habría que decir que la suerte está con el oído atento. ¿Pero acude? Muchos repiten sus cábalas y rituales y siguen entregándose a esos dados del destino una y otra vez, aunque nunca salga su número.

Thomas Jefferson (1746-1823), principal inspirador de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y tercer presidente de ese país, escribió lo siguiente: “Yo creo mucho en la suerte, y observo que cuanto más trabajo más suerte tengo”. Una frase con la que le quitaba a la suerte su halo mágico y misterioso y la proponía como el resultado de un proceso y un esfuerzo. Sin embargo, no es un argumento que los escépticos acepten de buena gana. Muchos de ellos están convencidos de que hay gente que trabaja y se esfuerza y no sale de sus penurias, mientras otros holgazanean y son premiados por el azar. De ahí el viejo refrán según el cual unos nacen con estrella y otros nacen estrellados.

Perro ocurre que suerte y azar no son la misma cosa. Al menos según el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb, célebre creador de la categoría de “cisne negro”, la que define a aquellos acontecimientos altamente improbables o directamente impensables, que, sin embargo, ocurren. Taleb, un especialista en fenómenos aleatorios (los que no figuran en ningún cálculo) dedicó su libro “¿Existe la suerte?” al estudio de esta cuestión. El ensayista no tiene, al menos desde un principio, una respuesta asertiva y única a la pregunta conque titula su libro. Puede haber ocurrido, dice, que hace cientos de años un hombre viera que empezaba a llover en el mismo momento en que él se rascaba la nariz, y que, desde entonces, se haya convencido de que rascarse la nariz trae suerte, sobre todo en épocas de sequía. Conque esta creencia se difundiera entre los suyos, ya tendríamos una cábala y una convicción sobre la suerte.

Hay formas más refinadas, según este autor. Por ejemplo, un político puede estar convencido de que él, durante su gestión, creó miles de fuentes de trabajo, al contrario de lo que ocurrió con su antecesor. Pero quizás eso se debió a que una serie de hechos ajenos a él y a su voluntad produjeron condiciones con las que el anterior gobernante no contó a pesar de tener mejores ideas e iniciativas. Es muy común, escribe Taleb, que se llame habilidad a la suerte o que se denomine determinismo al azar. Así, se ven causas determinantes en hechos azarosos e inexplicables y a partir de ahí se termina por elaborar complejas teorías. Al no aceptar la existencia del azar, porque los seres humanos se resisten a vivir con la incertidumbre y con lo misterioso, se dan curiosos significados a cualquier cosa y se llega a todo tipo de interpretaciones que suelen tomarse como fundamentadas. Ocurre mucho en la economía, cuyos cultores viven elaborando hipótesis extrañísimas en el afán de demostrar que hechos pasados e inesperados eran previsibles y fueron anunciados. En esta discutida ciencia (suponiendo que lo sea), el azar no deja de meter la cola.

CONFUSIONES SURTIDAS

Como Jefferson, también Taleb cree que el éxito moderado es producto de la habilidad y del trabajo, mientras que el éxito fugaz sí se debe a la suerte. Lo que vale, entonces, es mantener la conducta. Quizás esta misma convicción llevaba a un seleccionador del fútbol local, que por cábala no nombraremos aquí, a decir que a sus jugadores jamás les deseaba suerte antes de entrar a la cancha. Solo les auguraba éxito porque, afirmaba, el que tiene talento no necesita de la suerte.

Jugando con estas ideas, Taleb elaboró una “Tabla de confusiones”. Se confunde habilidad con suerte, dice allí, azar con determinismo, probabilidad con certeza, creencia con conocimiento, teoría con realidad, previsión con profecía, ruido con señal, contingente con necesario. No se trata de confusiones menores, porque basándose en ellas se toman decisiones familiares, personales, políticas, económicas, deportivas, etcétera, que suelen afectar no solo a la vida de quien decide sino a muchas otras. Es muy común, sostiene el pensador libanés, que a un idiota con suerte se lo considere como inversor habilidoso y que, como consecuencia, se hable de su “método” (inexistente, por supuesto), que se escriban libros sobre él, que se convierta en best-seller su biografía (generalmente una vida plana y sin atractivos) y que, en fin, aquel golpe de suerte no se repita entre quienes aspiran desesperadamente a emularlo.

El gran historiador y prolífico escritor de ciencia-ficción Isaac Asimov (1920-1992), a quien se debe la apasionante saga que incluye las novelas “Fundación”, “Segunda fundación” e “Imperio”, se refería a estas cuestiones de un modo sintético: “La suerte favorece sólo a la mente preparada”. El mismo tiempo que algunos dedican a preparar cábalas y rituales, consultar oráculos y atiborrar de oraciones a santos que están ocupados en otras cosas y que acaso no tengan tiempo para tanta demanda, otros lo invierten en desarrollar recursos interiores y externos y a preparar las condiciones para aquello que aspiran a lograr. El trabajo sin suerte resulta más dificultoso, pero la suerte sin trabajo no suele ser más que una ilusión pasajera.

CARA O CECA

En su libro, Taleb incluye un ejemplo interesante. Supongamos que 5000 personas apuestan que una moneda arrojada al aire caerá del lado “cara”, y otras 5000 auguran que lo hará del lado ceca. Los perdedores salen del juego. Tras la prueba, de las 10.000 personas iniciales quedarán 5.000. Se vuelve a arrojar y otra vez la mitad apuesta por una posibilidad y la mitad restante por la otra. Quedarán 2.500. El juego sigue y en el paso siguiente quedarán 1.250. Luego 625, después 313, más tarde 157, posteriormente 79, y así. Al final se alabará la intuición, la habilidad y la inteligencia de quienes “supieron apostar” hasta llegar triunfadores al final. Pero fue siempre suerte, porque, como asegura, un viejo dicho popular “Incluso un reloj roto acierta dos veces por día”.

Quien apuesta a la suerte suele apostar a una única posibilidad. Abundan quienes disimulan esta conducta con teorías que, dice Taleb, solo pueden considerarse como charlatanerías por muy atractivo que sea su envase. Ocurre en todas las actividades. Por supuesto, la suerte existe y sus mecanismos son misteriosos. La razón tiene sus límites, pero no por eso hay que dejarla de lado para entregarse a ilusiones esotéricas. Cicerón, filósofo y político de la antigua Roma, a quien se considera el mejor orador de todos los tiempos, aconsejaba guiarse por la probabilidad (aquello que podría ocurrir y puede probarse), antes que por las certezas (que suelen ser la cobertura de las creencias ciegas). Y si la suerte acompaña, mejor.

 

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