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El camino del guerrero: artes marciales para el espíritu

Lejos del combate cuerpo a cuerpo, disciplinas orientales como el Kung Fu, el Taekwondo o el Judo generan auto conocimiento

El camino del guerrero: artes marciales para el espíritu

Las artes marciales generan auto conocimiento

26 de Julio de 2020 | 06:15
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Las artes marciales nacieron y se perfeccionaron hace miles de años para poder pelear en las guerras. Pero no sólo se trata de un combate cuerpo a cuerpo con el enemigo externo, sino que también son una muy buena herramienta para superarse a sí mismo. Puede parecer contradictorio que un conjunto de habilidades y técnicas destinadas, en última instancia, al combate, sean al mismo tiempo un camino de evolución personal. Sin embargo, así es.

De ahí que es necesario destacar el perfil espiritual de estas prácticas que en muchos casos se han “deportizado” perdiendo ese valor fundamental.

En la esencia de las artes marciales está el principio de que la mente es la rectora de todo. El cuerpo sólo es capaz de alcanzar ciertas habilidades y poderes si antes se ha trabajado la mente con dedicación. Así mismo, lo que orienta esta práctica es un conjunto de valores asociados al crecimiento y al mantenimiento de la paz interior y exterior.

En las artes marciales, el principal combate se libra contra uno mismo y sus limitaciones. El eje del adiestramiento está en el auto conocimiento y en la superación de todo aquello que limite nuestra potencialidad. Cada nuevo logro es el resultado de un proceso interno que termina dando sus frutos.

PROPIO SENDERO

“Las artes marciales se valoran por los alcances y los beneficios que dan. Nuestra escuela se enfoca en el ser humano que tiene un aspecto físico (90 por ciento de la práctica) emocional, vital y espiritual, y por eso se hace hincapié en la respiración, en la concentración, en buscar una tranquilidad mental que se pueda transpolar a cualquier área de la vida, que no quede sólo en la hora y media de práctica. Buscamos que se cree un ser tranquilo, sano y vital”, explica Hipólito Madar (52), reconocido profesor de Kung Fu, Tai Chi Chuan y Chi Kung.

“Todas las artes marciales originariamente, porque después algunos se pronunciaron como deporte, apuestan al bienestar físico como psíquico. Son prácticas que apuntan a la introspección y no son violentas, al contrario: la idea es proveer a quien la práctica de seguridad, autoestima y ser consciente de que puede defenderse de una agresión sin necesidad de aplicar más violencia”, cuenta Rodolfo Laborda (59), profesor de educación física, docente de esa carrera de la Universidad Nacional de La Plata y profesor de Taekwondo de la ciudad.

Laborda resalta que cada arte marcial tiene su origen, lo que le da cierto carácter en particular. “En el Kung Fu, que es chino, se imitan movimientos de animales; el Judo es japonés, como el Aikido, y fue el primero que se convirtió en deporte; y el Taekwondo es coreano y se basa en movimientos de ataque y de defensa. Todo lo que termine con `do´, alude a un camino, a un sendero que es el desarrollo que la persona va cumpliendo. En ese avance no se disocia lo personal, espiritual y emocional de lo físico o técnico. Es un todo”.

Para Madar, “lo espiritual tiene que ver con realzar las cualidades del ser humano: buscar vivir en equilibrio y tener armonía, que se necesita para la vida diaria. Cuanto más adelantado está un estudiante es más pacífico y más respetuoso de la vida. El sedentarismo se combate con el movimiento y lo emocional también se canaliza en la práctica porque hay cuestiones de auto observación que nos posibilitan cambiar o modificar las actitudes no saludables, cultivar un espíritu de paz. Se ve a las artes marciales como algo físico o de lucha y se desconoce la parte del auto conocimiento, de poder conocer nuestras capacidades, limitaciones, defectos o virtudes”.

“Lo espiritual busca realzar ciertas cualidades del ser humano para tener equilibrio y armonía”

 

Una práctica de Kung Fun tiene su mayor parte de técnica pero al cierre se realizan ejercicios de concentración, respiración y reflexión para volver a la calma y la quietud. “Dejamos que todo fluya poniendo como eje la respiración. La mente no se puede parar pero se pueden bajar los decibeles con la postura, la actitud mental, la disposición y la respiración profunda y consciente. También hay un intercambio de lo vivido y experimentado de cada uno y se hacen devoluciones”, cuenta Hipólito que entiende que se trata de compartir las experiencias.

“Esto tiene que ver con que hay un linaje de transmisión de saberes. Yo tengo alumnos a quienes enseño, pero a la vez soy discípulo. Tengo mi maestra y ella a su vez tienen el suyo. Kung Fu significa `hacer algo bien´, se aplica a todo en la vida, lleva tiempo y esfuerzo, y se hace con aparente facilidad, pero conlleva una experiencia”, agrega.

Y si de experiencia se trata, Laborda se entrena con un sabio: Yong Chae Ku (72), “Uno de los coreanos que vino a Argentina en la década del 70 como emisario de la Federación Mundial de Taekwondo para refundar el deporte y fue el primer técnico de la selección nacional”.

El docente cuenta que por lo general, los practicantes se acercan para sentirse bien y bajar el nivel de estrés. “Intuyen que hay algo más que gimnasia. Van como en búsqueda de herramientas que les permitan conseguir un centro”.

El Aikido es un arte marcial que trabaja sobre las articulaciones del cuerpo con técnicas defensivas que producen bienestar cuando se practican con continuidad. “Son técnicas de control, de movimientos naturales. A diferencia de otras disciplinas duras, es específico en el trabajo de columna vertebral y genera un bienestar al cuerpo. Se trabajan técnicas defensivas, de control, de movimiento naturales, no es una disciplina forzada. Ahí está el bienestar que aporta a lo físico. Y eso físico lleva a estar mejor con el cuerpo, sumado al trabajo de respiración y la no competencia que tiene la disciplina. A diferencia del resto de las artes marciales no tiene competencia. Entonces lo que se hace es evitar la estructura y todos practican con todos. No hay que ganarle a nadie. El aprendizaje es muy propio y el nivel se va elevando con el compañero. Si uno mejora, mejora el otro. Se trata de que el ego no supere la situación, se buscar la evolución de la pareja no la destrucción del otro”, cuenta el sensei Daniel Picciola, de la escuela Aikido Unión Argentina Aikikai.

Según él, “El hecho de tener una constancia, un compromiso con la disciplina, te lleva hasta por ósmosis a aplicar todo eso en la vida, es inevitable que no vayan de la mano y por eso suma mucho a la calidad de vida: te va llevando por un camino que te aleja de los malos hábitos. También lo tienen los deportes esto. Pero la no frustración de no perder una competencia es un plus”, destaca.

Los movimientos de Aikido son naturales del cuerpo y por eso cualquiera puede hacerlos, tenga más o menos fuerza. “Esta disciplina puede adaptarse al cuerpo de cada uno. He practicado otras artes marciales y me aboqué a esta por la creatividad que se le da a quien está practicando. Se genera una apertura de alma que es bárbara porque después de que se marca una pauta y una técnica, cada uno busca cómo aplicarla”, dice Picciola.

Daniel da clases hace 20 años pero también toma las suyas: “soy discípulo, siempre hay alguien superior y es una manera de siempre estar en constante crecimiento. Mi maestro vive en Japón, así que viajo yo o él viene. Tiene 74 años y sigue con la práctica. Está mejor que yo”.

SABER JERARQUIZADO

Realmente no se sabe con exactitud cuál fue el origen de las artes marciales. Al menos desde que existen las comunidades sedentarias, también existe la guerra. Por eso no se conoce el momento exacto en que esa realidad dio origen a la necesidad de desarrollar técnicas, que luego se convirtieron en artes.

Sin embargo, con el correr de os años, estas prácticas no perdieron fuerza, sino todo lo contrario, se jerarquizaron.

El judo es conocido por sus ataques relámpagos y las técnicas de agarre para tumbar al rival, pero en Japón tiene otra aplicación menos conocida: el poder curativo de la llamada ‘terapia de judo’.

A lo largo de su historia, el judo se ha ramificado en dos áreas: el ‘sappo’ o ‘método de matar’, que se convirtió en el deporte olímpico actual, y el ‘kappo’ o ‘método de reanimación’, que derivó hacia el arte de la ‘terapia de judo’.

En el ‘kappo’, los terapeutas tratan de acelerar el mecanismo de curación natural del cuerpo para tratar lesiones que no requieren cirugía ni tratamiento hospitalario.

“Somos especialistas en cosas como los huesos rotos, dislocaciones, contusiones y esguinces”, explica Hiroyuki Mitsuhashi, directivo de la Asociación Japonesa de Terapeutas de Judo.

Más de 73.000 licenciados en ‘kappo’ trabajan en más de 50.000 hospitales en todo Japón. A todos ellos se les requiere experiencia en el judo antes de convertirse en sanitarios con certificado.

“China promueve las artes marciales como parte de un sistema preventivo de la salud,- dice Madar- las reconoce como oficiales y tiene rutinas estándares en escuelas, universidades y plazas. Se las enseña como carreras universitarias, como acá lo es un profesorado de educación física”.

 

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Las artes marciales generan auto conocimiento

En aikido se trabaja en pareja con movimientos defensivos, pero ninguno de los dos gana. Se trabaja en equipo

Hipólito Madar en una clase deTai Chi Chuan

En Japón se realiza la terapia de judo para curar lesiones

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