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Séptimo Día |EL CÉLEBRE CUENTO DE HERNÁN CASCIARI

“El contacto humano se está convirtiendo en un lujo”

La historia del jubilado solitario que tiene como “mejor amiga” a una tablet. Frente a ello, despunta una nueva tendencia contraria a las pantallas y a la digitalización

“El contacto humano se está convirtiendo en un lujo”

Las relaciones y los vínculos en la era de las pantallas están en el foco / Freepik

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

9 de Mayo de 2021 | 03:05
Edición impresa

“La interacción humana es un lujo en la era de las pantallas”, es el título de un artículo de Nellie Bowles, periodista estadounidense reconocida por sus investigaciones sobre el mundo tecnológico. En ese trabajo cuenta la historia de un jubilado de bajos ingresos, Bill Langlois, que tiene una suerte de mascota como mejor amiga, llamada Sox que, en verdad, se trata de una tablet.

Como su mujer trabaja todo el día. Bill se siente solo y entonces conversa con su animal doméstico –él la considera una gata-, que toca sus canciones favoritas y le muestra fotografías de la boda en su pantalla.

“Cuanto más adinerado eres, más gastas para no tener pantallas cerca tuyo”

 

“Langlois sabe que Sox es un aparato, que proviene de una empresa emergente llamada Care Coach. Sabe que la operan trabajadores que están viendo, escuchando y tecleando las respuestas de Sox, que suenan lentas y robóticas. Sin embargo, esa voz constante en su vida le ha devuelto la fe”.

La relación del jubilado solitario con su pantalla resulta desalentadora como posible modelo existencial ya que muestra una realidad privada de aventuras humanas, sólo vivible gracias a la resignación. La narración muestra al jubilado, que está feliz con su máquina y dice: “Me ha devuelto la vida”. Cualquier lector podría estremecerse al medir la cercanía de ese abismo.

Sin embargo, aquí correspondería frenar, ya que desde el final de la llamada era Gutemberg –la presunta muerte de la letra impresa que predijo hace varias décadas el filósofo canadiense Marshall Mc Luham y que desembocó en el big bang del universo digital- no habían aparecido, como ahora pareciera que sí, signos de un posible agotamiento de este boom del universo virtual.

Bowles alude una nueva realidad en los Estados Unidos, a una nueva tendencia cultural: “Los ricos no viven así. Los ricos ahora les temen a las pantallas. Quieren que sus hijos jueguen con bloques de verdad, y las escuelas privadas, libres de tecnología, están prosperando. Los humanos son más costosos, y las personas ricas tienen la voluntad y la capacidad de pagarlos. La interacción humana conspicua —vivir sin celular por un día, renunciar a las redes sociales y no responder a correos electrónicos— se ha vuelto un símbolo de estatus”.

Hay un principio universal para la economía, según el cual todo lo que escasea es costoso. El oro y los diamantes son costosos. Pronto el agua se podrá volver más costosa que las joyas, predicen. Y ahora también andan escaseando las relaciones humanas directas. El látigo de Bowles golpea restallante: “el contacto humano se está volviendo un bien lujoso”, dice.

Este es un cambio veloz, sigue asegurando. “Desde el auge de la computadora personal en la década de los ochenta, tener tecnología en casa y dispositivos que puedas llevar contigo ha sido una señal de poder y dinero. Los primeros que adoptaron estas tecnologías y que tenían suficiente dinero para gastar corrían a las tiendas a obtener los dispositivos más nuevos para presumirlos. La primera Mac de Apple se lanzó en 1984 y costaba alrededor de 2500 dólares (6000 dólares actuales). Ahora la mejor computadora portátil de Chromebook, de acuerdo con el sitio de reseñas Wirecutter, propiedad de The New York Times, cuesta 470 dólares”.

“Antes era importante tener un bíper porque era una señal de que eras una persona importante y ocupada”, dijo Joseph Nunes, presidente del Departamento de Mercadotecnia en la Universidad del Sur de California, quien se especializa en la mercadotecnia de estatus. Actualmente, se vive lo opuesto: “Si de verdad estás en lo alto de la jerarquía, no querrás responderle a todo mundo. Ellos tienen que responderte a ti”.

En las capas altas va quedando menos del esplendor tecnológico de las últimas décadas. A fines del siglo pasado algunos filósofos de renombre, como Luis Recaséns Siches, en su prólogo a la trigésimo primera edición de “Teoría del Estado”, de Francisco Porrúa Pérez, escribía en estos desbordados términos: “Los adelantos en los medios de comunicación, son tan prodigiosos que al instante nos enteramos de lo que ocurre en el mundo entero, los vuelos orbitales, el viaje a la luna, los satélites, la aviación, las computadoras están en continuo avance y nos han hecho perder la capacidad de asombro. Infortunadamente como antes expresé, ese tremendo avance científico ha hecho de este siglo el más sangriento y en el que más se han pisoteado los derechos humanos en la historia del hombre. La bomba atómica y las armas químicas pueden destruir la humanidad en segundos”.

Hernán Casciari / web

Todo corre tan vertiginoso que esas palabras –después de lo que ha hecho internet en el planeta- suenan hasta eglógicas. Mc Luham había asegurado allá por los `60 que un campesino aislado en una inmensa llanura, con sólo una radio portátil en sus oídos adquiría más conocimientos que Aristóteles. Pero hoy son cada vez más los que no piensan así.

Es verdad que los programas digitales proliferaron y no solo para adultos mayores como Bill Langlois. Los chicos a partir de los 4 ó 5 años de edad se convirtieron en devotos de las pantallas. Y hay pantallas para todos, porque internet tiene alcances democráticos, más allá de que la pobreza limita su expansión. Sin embargo, la franja de las clases altas está empezando a resistir: “Cuanto más adinerado eres, más gastas para no tener pantallas cerca tuyo”, dice Bowles.

¿Quién podría dudar acerca de que las pantallas simplifican trámites, que insumen menos costos? Todo el mundo busca digitalizarse. Eso se ve en las calles y en todas partes. Las ciencias, los juegos, los Estados se digitalizaron. Sin embargo, hay un lado oscuro en esa brillante luna. Los resultados globales empiezan a dar en rojo. Muchos gobiernos se refugian en sus castillos digitales para no exhibir quebrantos. Y una parte de la sociedad –es cierto que la más acomodada, pero siempre ocurre que después se suman las otras- está empezando a abrir los ojos.

“Conforme aparecen más pantallas en las vidas de las personas pobres, las pantallas están desapareciendo de las vidas de los ricos”. Milton Pedraza, director ejecutivo del Luxury Institute, aconseja a las empresas respecto de cómo quieren vivir y gastar su dinero las personas más acaudaladas, y lo que ha hallado es que los ricos quieren gastar en todo lo que sea humano. Gastar en lo humano, en lo presencial, alejarse de la engañosa seducción digital. Se teme, además, que la digitalidad pueda ser caldo de cultivo de una humanidad formada por miles de millones de esclavos.

UN PRECURSOR ARGENTINO

En estos días circula por las redes sociales un video en el que Hernán Casciari –escritor y periodista argentino, veterano de varias redacciones y director de la revista Orsai- le narra al público en un salón de actos su célebre cuento “El móvil de Hansel y Gretel”, escrito en 2005. Allí empieza relatando que por las noches le contaba a su pequeña hija el cuento de Hansel y Gretel, que se pierden en el bosque y empieza a anochecer. En ese punto dramático por cierto, su hija lo interrumpió y le dijo: “”No importa. Que lo llamen al papá por el móvil”.

Bill Langlois tiene una suerte de mascota como amiga, que es una tablet

 

“Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción”, reflexionó.

Con mucha gracia, Casciari explica cómo se hubieran caído –antes de nacer- desde la Odisea hasta Pinocho, desde El viejo y el mar hasta Macbeth o El hombre de la esquina rosada. “Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda…”.

Nellie Bowles / web

La mejor literatura se hubiera derrumbado: “Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate. Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria. Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam. Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica…”, dice Casciari, el precursor argentino de la presencialidad, en su implacable y sorprendente antología.

Las citas llegan a su climax acaso más intenso cuando señala que Julieta le hubiera podido enviar un mensaje aclaratorio a Romeo: “M hgo la muerta, pero no stoy muerta, no t preocupes ni hgas idioteces. Bso”.

“Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos”, advierte Casciari. La amante de Romeo envió un mensaje a la humanidad, para que no haga idioteces. Y envió un beso, lamentablemente digital.

 

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