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La educación siempre postergada

La educación siempre postergada

La educación debiera preocupar a toda la sociedad

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

5 de Marzo de 2023 | 09:21
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Aunque la educación en su verdadera esencia no es algo que preocupe a quien debiera (gobiernos, autoridades educativas, incluso muchos padres y madres), quizás el comienzo de las clases resulte una buena excusa para, de todas maneras, reflexionar sobre la cuestión. Esta no debiera ser preocupación solo de quienes tienen hijos en edad escolar, sino de la sociedad en su conjunto, dado que en las conductas, las relaciones interpersonales, los logros, los hábitos, los propósitos comunes y los valores que la comunidad exhibe en su vida cotidiana se puede detectar el estado de su educación.

El lingüista, filósofo y activista social estadounidense Noam Chomsky, autor de obras destacadas, como “Estructuras sintácticas”, “Arquitectura del lenguaje” o “La responsabilidad de los intelectuales”, entre muchas otras, supo señalar que “educar no debe parecerse a llenar una botella con agua, sino más bien a ayudar a una flor a crecer a su manera”. Menuda tarea, que convierte a docentes y padres en agricultores. ¿Por qué a padres? Porque si la educación es un proceso consistente en contribuir a que la semilla (es decir, cada persona, cada niño) pueda parir el árbol que ya está en ella desde el inicio de su vida, eso significaría que tal proceso se inicia en el hogar. Decía Jean-Jacques Rousseau, filósofo de la Ilustración y uno de los inspiradores de la Revolución Francesa, que si desde su nacimiento los chicos comprendieran todo y supieran razonar, no habría necesidad de educarlos. Pero sabemos que no es así, por lo tanto la educación es una responsabilidad de los adultos, cada uno desde una función diferente.

UNA SOCIEDAD ESENCIAL

Cuando un chico ingresa al proceso educativo formal (jardín de infantes, escuela primaria, colegio secundario y, en el mejor de los casos, universidad) ya trae al menos cuatro años de educación en el sentido integral de la palabra. De los adultos significativos con los que convive en el ámbito hogareño ha empezado a mamar modelos de vinculación, de valores, de conversación, de lenguaje. Ha visto cómo se tratan las personas entre sí, cómo se hablan, cómo hacen sus tareas y, algo fundamental, ha experimentado un modo de ser tratado, que luego trasladará al trato que, a lo largo de su vida, brinde a los demás. Aunque no se lo suela considerar así eso es educación. Por algún motivo, cuando nos encontramos con una persona a la que por sus actitudes y su lenguaje consideramos como “mal educada” no nos preguntamos a qué escuela habrá asistido, sino de qué hogar proviene. Como si en el inconsciente colectivo estuviera enraizada la noción de que la educación, como hecho holístico (un todo que es mayor que la suma de sus partes) se inicia en la cuna.

De esta manera la escuela recibe un tallo que requerirá ahora de su labor específica para continuar el camino hacia el florecimiento. De ahí que la sociedad escuela-hogar sea esencial en el proceso educativo. Y que su ruptura deje a los chicos a la deriva y a la sociedad en penumbras respecto de su propio futuro. El psicoanalista italiano Massimo Recalcati (autor de “La hora de clase”, extraordinario libro sobre la vivencia educativa, que él analiza como educador y como alumno) define como “Escuela Edipo” a aquella institución tradicional en la que se destacaba la fuerte autoridad simbólica del docente, que contaba con el apoyo incondicional de los padres, y como “Escuela Narciso”, a la que, bajo la influencia de nuevas ideas pedagógicas, pone el acento en lo que él llama la satisfacción del alumno, en no frustrarlo ni contradecirlo. Esta actitud prende ante todo en los hogares (con padres “amigos”, que temen al mal humor de los hijos y creen que frustrarlos cuando es necesario lejos de prepararlos para las contingencias de la vida y el ejercicio de la responsabilidad les producirá traumas eternos). Luego se replica en instituciones donde el alumno es visto ante todo como cliente y se observa también en gobiernos y autoridades educativas que ven en el estudiantado un potencial electorado.

Sin duda la “Escuela Narciso” tenía sus puntos problemáticos, como el entrenamiento en una obediencia ciega o, en muchas ocasiones, la negación al estímulo del pensamiento crítico. Pero llegado el caso, y cuando existe un auténtico compromiso con la función y su propósito, resulta siempre más fácil regresar de la rigidez y generar flexibilidad que retornar de la ausencia y la complacencia tóxica. Esto vale tanto para la crianza como para la educación.

EL EJERCICIO DE PENSAR

“La escuela es un lugar para aprender a pensar”, define categóricamente Inger Enkvist, prestigiosa educadora que asesoró al gobierno sueco durante años y que es también profesora universitaria emérita en lengua española. Y pensar es pensar sobre algo. Allí se eleva la importancia de la escuela y de la concepción educativa de una sociedad y de sus dirigentes. De cómo y en qué se aprenda a pensar en la escuela se forjará una visión común e integradora de la diversidad inherente a toda comunidad. Ese cómo y en qué será fundamental como faro que guíe a la sociedad en la navegación hacia un propósito. Por esto la educación es mucho más que transmisión de conocimientos utilitaristas y que adiestramiento en habilidades que solo se usarán para propósitos personales.

Se aprende a pensar pensando, del mismo modo en que se aprende a caminar cayéndose, se aprende a nadar en el agua, se aprende a andar en bicicleta dándose porrazos. Es decir, con la experiencia del ejercicio y con los dolores, esfuerzos y sufrimientos que puede acarrear esa experiencia. Aunque en el proceso educativo haya momentos lúdicos, la educación no es un juego, ni debe ser “divertida” a riesgo de perder al alumno. “Quien sabe cosas, no las sabe por ciencia infusa, sino porque ha dedicado horas y esfuerzo a aprenderlas” afirma el educador español Ricardo Moreno Castillo, a quien se deben trabajos fundamentales para reponer a la educación y a la crianza en lugares perdidos, como son “Panfleto antipedagógico”, “De la buena y de la mala educación” y “la conjura de los ignorantes”. Agrega Moreno Castillo: “La creatividad está muy bien, pero ha de estar controlada por el conocimiento. No se puede escribir bien si no sabes distinguir el sujeto del verbo, ni un adverbio de un adjetivo, en definitiva si no has estudiado los fundamentos de una ciencia llamada gramática. Esto vale para cualquier oficio, sea el de escritor, artesano, científico, médico o ingeniero”.

La educación pierde el rumbo y el pimpollo corre el riesgo de no llegar a flor cuando el hogar, primer eslabón de la cadena, pretende tercerizar su función indelegable eludiendo su responsabilidad, cuando la sociedad hogar-escuela se rompe, cuando la escuela deviene en comedor o parque de diversiones según el caso, cuando gobiernos y funcionarios educativos la vacían de sentido, de visión y de presupuesto, cuando los intereses sindicales desplazan a los pedagógicos, y cuando la sociedad no la tiene entre sus principales temas de preocupación. Si se toma un promedio de diferentes encuestas sobre las principales preocupaciones de los argentinos en este momento, la educación nunca sube del quinto puesto y nunca supera el 5% de los encuestados. Todo un diagnóstico y todo un pronóstico en el inicio de otro ciclo escolar.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

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