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Cada vez más personas, tanto deportistas profesionales como aficionados, eligen continuar con sus rutinas de ejercicio aún con molestias o lesiones. Dos profesores analizan los riesgos, de la disciplina a la obsesión
Freepik
Hay una frase repetida en gimnasios, canchas y pistas de atletismo: “el dolor es parte del camino”. Una sentencia que parece legitimar la práctica de mover el cuerpo aunque este envíe señales de alarma. El fenómeno no se limita a deportistas de élite: se replica con fuerza en la población general, impulsada por rutinas sacadas de Instagram, desafíos virales y una cultura que glorifica la superación sin medir consecuencias.
El dolor aparece, en muchos casos, como una marca de sacrificio. Una suerte de medalla invisible que certifica esfuerzo, constancia y voluntad. “Sin dolor no hay resultados”, dicen algunos entrenadores de vieja escuela. Pero esa consigna, que podría leerse como metáfora, se vuelve literal cuando se entrena con molestias o lesiones sin dar lugar al descanso ni a la recuperación.
Alfredo Basualdo, profesor en Educación Física graduado en la Universidad Nacional de La Plata, lo explica con claridad: “En el caso de los deportistas, las lesiones siempre están ligadas a cuestiones estrictamente de la práctica deportiva. Un deportista se lesiona en la práctica, mientras que la población general se lesiona más por la mala técnica, la sobrecarga o incluso por sobreentrenamiento”.
La diferencia, sin embargo, no elimina un punto en común: el dolor no suele ser leído como una alerta, sino como un obstáculo a esquivar para no interrumpir la rutina.
En el deporte de alto nivel, los entrenamientos se organizan en fases muy claras: preparación, competencia y recuperación. En cada una, el cuerpo se lleva a un límite diferente. Basualdo lo detalla: “Si aparece una lesión y no es muy grave, se la trata y se busca continuar con el objetivo. El dolor ahí se tiene que esconder para que no afecte el rendimiento. Y su recuperación, obviamente, será en fase post-competencia”.
Ese mandato —continuar aunque duela— está directamente asociado al motor competitivo. Una molestia menor en la previa de un torneo puede transformarse en un problema crónico si no se detiene a tiempo. Sin embargo, la lógica del alto rendimiento no siempre permite frenar: hay calendarios, compromisos y expectativas que empujan a seguir. Los deportistas profesionales cargan con contratos, clubes y sponsors, pero también los amateurs, aunque sin todo ese sostén económico, sienten la presión de “dar lo máximo” cada fin de semana.
Lucas Pisani, también profesor en Educación Física graduado en la UNLP, aporta otro matiz: “El dolor es una alerta. El cuerpo está diciendo que algo no funciona bien. Y si el deportista lo lleva al máximo, obviamente no puede responder al 100%. Ahí lo físico y lo mental se unen: la persona juega igual, hace oído sordo, y sigue”.
El ejemplo se repite en canchas de fútbol barrial, torneos de básquet amateur o competencias de running. Una fascitis plantar, una tendinitis en el hombro, una sobrecarga en la zona lumbar: dolencias comunes que rara vez detienen la marcha cuando la competencia se asoma en el calendario.
“Un deportista se lesiona en la práctica, mientras que la población general se lesiona más por mala técnica, sobrecarga o por exceso de entrenamiento”
Alfredo Basualdo,
profesor en Educación Física
Si en el alto rendimiento hay razones competitivas, en la población general muchas veces las causas están ligadas a la estética y a la influencia de las redes sociales. Basualdo lo describe con preocupación: “La tendencia subió mucho más desde que hay ‘instagramers’ con trucos sencillos de hipertrofia o desafíos imposibles: 400 sentadillas, 300 dominadas, mil flexiones. Esa lógica desconoce totalmente la importancia de una planificación. Se pone énfasis en llegar al fallo máximo y el resultado son lesiones que no se tratan”.
La cultura del desafío inmediato instala la idea de que la fuerza de voluntad es más importante que la técnica o la recuperación. Y ese mandato cala hondo: los profesores suelen descubrir que muchos alumnos ocultan lesiones o dolencias por miedo a frenar el proceso. “Es común que durante las sesiones se descubra gente con desviaciones en la espalda o desbalances musculares que nunca dijeron, y siguen entrenando igual”, agrega Basualdo.
En este universo aparecen quienes hacen del gimnasio un espacio de autoexigencia extrema. Personas que entrenan seis o siete días por semana, que no se permiten faltar a una clase aunque estén contracturados, que toman la actividad física no como un modo de cuidar la salud, sino como una obsesión que no admite pausas.
Pisani señala que no todo dolor es igual. “El dolor no es un limitante, sino un efecto. Yo trato de adaptar el entrenamiento para que no se exacerbe y que, de a poco, se vaya solucionando. Obviamente hay un componente psicológico: cuando es crónico, la persona ya está acostumbrada y lo percibe de una manera que no siempre es real”.
Esa naturalización del dolor puede ser tan peligrosa como la propia lesión. Un futbolista amateur con fascitis plantar que sigue jugando cada fin de semana, un corredor con molestias lumbares que no reduce kilómetros, o un aficionado que insiste con cargas altas pese a un hombro inflamado son ejemplos de cómo el cuerpo aprende a convivir con la incomodidad hasta convertirla en hábito.
Pisani advierte que la sociedad actual también contribuye: “Vivimos en una epidemia de posturas. Pasamos mucho tiempo en posiciones fijas y eso genera compensaciones. Cuando intentamos movernos de otra manera, aparecen dolores y molestias”. En otras palabras: el sedentarismo y las malas posturas diarias preparan el terreno para que cualquier intento de actividad física se convierta en una fuente de lesiones.
“El dolor es una alerta. El cuerpo está diciendo que algo no funciona bien. Y si el deportista lo lleva al máximo, obviamente no puede responder al 100%
Lucas Pisani,
profesor en Educación Física
La frontera es difusa. La disciplina se valora: levantarse temprano, cumplir rutinas, sostener la constancia. Pero cuando esas conductas se transforman en una negación del propio cuerpo, el riesgo aparece. Para Basualdo, la clave es el acompañamiento profesional: “Una buena planificación, atención al descanso y escucha del cuerpo marcan la diferencia entre entrenar con criterio o dejarse arrastrar por modas que terminan en lesión”.
Pisani, en la misma línea, insiste en el diálogo con cada persona: “Yo pido que siempre me digan cómo se sienten antes de entrenar. El dolor no lo tomo como algo negativo, sino como un aviso. Y si continúa, derivo al especialista. Porque no se trata de taparlo, sino de entenderlo”.
Detrás de cada alumno que llega con una molestia hay una decisión que puede inclinarse hacia la salud o hacia la obsesión. El desafío de los profesionales de la educación física es lograr que esas personas comprendan que el dolor no es sinónimo de progreso, sino un llamado de atención que exige ser atendido.
El dolor es un mensaje. Puede ser leve o intenso, pasajero o crónico, pero siempre dice algo.
La obsesión deportiva —esa pulsión de entrenar sin descanso, de no frenar ni siquiera con el cuerpo en contra— lo transforma en un enemigo al que hay que vencer. La paradoja es evidente: aquello que se busca construir —fuerza, salud, rendimiento— puede desmoronarse por ignorar la señal más básica que el cuerpo envía.
Al final, la pregunta no es si se puede entrenar con dolor, sino si vale la pena hacerlo. Y la respuesta, aunque parezca simple, no siempre es escuchada: entrenar es también aprender a frenar.
1.- Escuchar al cuerpo
El dolor es una señal de alerta, no un trofeo de esfuerzo.
2.- Evitar rutinas virales sin control
Los desafíos de redes sociales priorizan cantidad sobre técnica, además de que analizan el contexto.
3.- Incorporar pausas activas y movilidad
El sedentarismo y las malas posturas generan dolores crónicos.
4.- Consultar con especialistas
Un kinesiólogo o médico debe intervenir si el dolor se mantiene.
5.- Planificar con criterio
No entrenar sólo por estética; la salud integral es el objetivo.
6.- Registrar como se siente cada día
Un breve chequeo antes de entrenar ayuda a adaptar la carga y prevenir.
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