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Revista Domingo |LITERATURA JAPONESA ACTUAL

El caso Murakami en el mundo

POR ALEJANDRO FONTENLA (*)

12 de Diciembre de 2010 | 00:00
Cuando apareció la última novela de Haruki Murakami las librerías de Tokio permanecieron abiertas toda la noche, con la expectativa de superar los 2.500.000 ejemplares vendidos de las dos anteriores. A partir del éxito resonante de su obra más famosa, Norwegian Wood (Tokio blues en la versión española), Murakami se transformó en uno de los escritores más leídos en el mundo.

No se trata de un caso aislado, en tanto la literatura japonesa de posguerra había dado muchas figuras descollantes, como Yukio Mishima, Yasunari Kawabata y Kenzaburu Oé, estos dos últimos premiados por la Academia Sueca en 1968 y 1994.

Profundamente marcados por las consecuencias de la guerra, el derrumbe de un emperador y los desastres de Hiroshima y Nagasaki, estos escritores promovían una restauración de los valores del Japón esencial, una tradición que incluía el honor a ultranza, la épica, el culto a la actividad física rigurosa y el suicido ritual.

Murakami lidera una nueva generación cuyos integrantes, Kazuo Ishiguro (Nunca me abandones), Banana Yashimoto (Sueño profundo) y Kyoichi Katayama (Un grito de amor desde el centro del mundo), entre otros, lograron encaramarse en el tope de ventas en el mundo entero. Despegados del peso heroico de la tradición, y sin duda deudores del intercambio cultural con Occidente, este grupo de autores volvió la mirada hacia la vida cotidiana recreando historias habituales dotadas de una extraña fascinación y un fondo sutil de trascendencia.

RAZONES DE UN EXITO

¿En qué radica el éxito impresionante de Haruki Murakami? En Tokio blues, un ejecutivo maduro, pasajero de un vuelo que arriba al aeropuerto de Hamburgo, escucha de improviso "Madera Noruega", la canción de los Beatles, y a partir de allí reconstruye su adolescencia. Caminatas con una novia de perfil enigmático, hacer el amor escuchando discos de los Beatles o los Bee Gees, anécdotas de la vida universitaria caracterizadas por una tibia rebeldía apolítica, un deambular solitario y una suave pero firme intransigencia ante los gestos más notorios del sistema. Historias frecuentes, narradas en un lenguaje simple y desenvuelto. Murakami construye las situaciones con absoluta naturalidad, como si todo fuera lo más común -que de algún modo lo es-, y sin embargo al final de cada escena queda flotando un fondo de extrañeza y un halo poético que las hace únicas.

Con todo, la "naturalidad" de Murakami es engañosa. Porque si bien el marco referencial de sus relatos es el habitual, a él se incorporan a cada tramo pequeños hechos asombrosos que rompen toda previsibilidad. Y si la reposición narrativa de la adolescencia supone inicialmente la nostalgia del paraíso perdido, esa misma adolescencia termina siendo un lodazal resbaladizo del que cuesta salir, un pozo oscuro en el que algunos quedan atrapados para siempre.

Murakami es el típico caso del escritor disfrutado por los lectores, respetado por la crítica general, y sin embargo despreciado por los intelectuales duros, que consideran a su obra "literatura pop", y llegaron a calificar a Norwegian wood como la "Love story japonesa", lo cual para ellos supone el peor de los insultos. También, como era de esperarse, es ignorado por los círculos académicos, a excepción de la universidad de Princeton, que lo contrató para traducir al japonés a grandes escritores americanos, entre ellos Raymond Carver, Scott Fitzgerald y J. D. Salinger.

POLEMICAS TRIVIALES

Sobre su obra se entablaron, a fin de descalificarla, algunas polémicas bastante triviales. Se le atribuye, por ejemplo, un occidentalismo que reniega del Japón verdadero. Y ciertamente en sus libros no hay árboles bonsái, ni kamikazes ni ikebana, así como en el Alcorán, el libro árabe por excelencia, no hay camellos, como enseñó Borges hace tanto tiempo. Es una imputación falsa y anacrónica. Porque la globalización de temas y recursos narrativos terminó de derribar las fronteras, si es que éstas, en literatura, alguna vez existieron. Además el interés por la cultura japonesa, en tanto "país exótico", es un mero lugar común. El "embeleso con la luz que viene de oriente" y su esperanza de purificación y revelaciones trascendentales ya perdió sorpresa. En Occidente ya estamos familiarizados con los nirvanas narcóticos, el yoga, el sushi, el animé y las artes marciales, así como el siglo XIX había incorporado la geisha, el samurai, las flores de cerezo, los abanicos, las lacas y el papel de arroz.

También se alzaron críticas desde sectores fundamentalistas, atribuyendo al escritor japonés frivolidad, individualismo e idealismo filosófico. Para refutarlas baste decir que al recibir en 2009 la última edición del Premio Jerusalén, el más importante de Europa, Haruki Murakami condenó públicamente los ataques israelíes a la indefensa ciudad de Gaza, que causaban por esos días la muerte de un millar de civiles, entre ellos ancianos y niños.

El notable suceso internacional de Haruki Murakami no se explica por el "interés por lo exótico", sino por su extraordinario arte de novelista. Por articular con soltura ficción y realidad, imaginación y sueño, creando una materia narrativa distinta y fascinante, que busca además el sentido profundo de las situaciones humanas. "Porque a la verdad -tomando sus palabras- es difícil describirla acertadamente en su forma original; entonces, contando elaboradas mentiras, el novelista puede llevar la verdad a un nuevo lugar e iluminarla con una nueva luz".

Y finalmente por expresar, de un modo que conmueve por igual a lectores de Oriente y Occidente, la soledad, el ansia de amor y comunicación, y por momentos el "pavor al vacío que anida -para utilizar una expresión de George Steiner-, en el inquieto corazón de la modernidad".


(*) Escritor. Profesor en Letras

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