En el año desaparecieron 465 personas en la Región y hay 45 que todavía no encontraron

Las fotos pueden ser a color o blanco y negro, con el gesto despreocupado que tiene la capturada en un momento cualquiera, o el adusto de la de carnet. Importa poco, mientras sea actual y nítida, porque detrás de cada foto que se usa para buscar a una persona hay una historia y un complejo mecanismo que se pone en marcha para encontrarla.

Hasta el 24 de agosto se abrieron en nuestra Región 465 búsquedas de paradero, con un promedio de casi dos casos por día y unos 60 al mes. La enorme mayoría se cerraron en “no más de 5 días” porque fueron fugas de hogar o problemas familiares, reconocen fuentes oficiales, sin pasar por alto que al cierre de esta semana quedaban abiertos 45 expedientes.

“Cada historia es distinta”, repite un especialista en este tipo de investigaciones, y, aunque admite que en un altísimo porcentaje se adivina de antemano que el que se fue no quiere que lo encuentren, dice que hay que aplicar en todas el mismo protocolo.

EL GABINETE QUE SE CREO CON EL CASO LOPEZ

En La Plata funciona desde hace casi once años un Gabinete de Búsqueda de Personas que fue pionero en la Provincia y arrancó con un hecho dramático para todo el país: la desaparición de Jorge Julio López, el 18 de septiembre de 2006, en Los Hornos, que no se aclaró nunca.

Hoy trabajan en ese grupo 12 policías, que aplican el mismo protocolo ante cada denuncia que giran las comisarías. En este punto no está de más aclarar que ya no se exige que hayan pasado al menos 24 horas para denunciar la desaparición de cualquier persona, no importa su edad.

Las redes sociales juegan un rol cada vez más activo en la búsqueda de las personas desaparecidas. Red Solidaria cuenta con un mecanismo de alerta por Whatsapp, al cuál pueden sumarse voluntarios: +54 9 114163-1595

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De las 465 causas que se abrieron en lo que va del año, 268 fueron para buscar a un menor y 181 por extravíos, desapariciones o fugas de un mayor. El 53% de los llamados “causantes” fueron mujeres.

“Buscar a un chico puede resultar más fácil que a un adulto, porque éstos pueden tener una vida oculta, que los familiares desconocen por completo”, reflexionó un pesquisa. Es que, una vez recepcionada la denuncia y descartada la posibilidad de que la persona esté detenida, internada o en la morgue, los investigadores intentan reconstruir los movimientos del desaparecido con los datos que les aporta el círculo de allegados.

El paso siguiente es ponerse en contacto con el Sistema Federal de Búsqueda de Personas (SIFEBU), para compartir la información con otras fuerzas de seguridad y extender el operativo más allá de los límites de la Región.

“La prioridad siempre son los menores”, aclara un jefe policial. Mientras parte del equipo indaga entre los familiares directos para detectar si la persona que falta pudo irse por su voluntad (a causa de una pelea, conflicto o huyendo de eso), otros salen a recorrer la zona de donde se fue o donde podría estar.

Dicen los que saben que el trabajo más efectivo es el “puerta a puerta”, con la foto de quien buscan en la mano y dispuestos a escuchar a todo aquel que tenga algo para contar.

En ese trabajo de campo rastrean también entre las cámaras de seguridad, las de monitoreo y las privadas, aunque estas últimas suelen ser las más efectivas ya que las públicas están apostadas a una altura que no ayuda a la nitidez de las imágenes que requiere este tipo de pesquisa.

No menos importante es la intervención de los expertos de Cibercrimen y la Dirección de Análisis de las Comunicaciones (DAC), que -oficio judicial mediante- hacen su búsqueda a través de los celulares y redes sociales.

Cada teléfono móvil tiene un identificador único conocido con la sigla IMEI, que significa International Mobile Equipment Identity, y que permite rastrearlo cada vez que se activa, aún si le cambian el chip. Algo parecido sucede con las computadoras y las cuentas de la mayoría de las redes sociales. No importa dónde se abra un perfil de Facebook, Twitter o Instagram. Siempre se lo puede localizar por el IP (Internet Protocol o Protocolo de Internet) de la computadora o el wi-fi.

Lo único que atenta contra la efectividad de este método es el tiempo que demoran las empresas de telefonía o internet en comunicar la información que se les pide.

Otros métodos para rastrear a una persona son las tarjetas SUBE, de débito y de crédito. Entre otros organismos, “se contacta a la ANSES para saber si cobra algún tipo de beneficio y, en ese caso, se pone especial atención a los movimientos de esa cuenta”.

Eso pasó hace casi dos años con Rut Avila Zambrana, una chica que entonces tenía 19 y a la que se le perdió el rastro durante un mes, después de que salió de su casa de La Granja, supuestamente para ir a cursar la carrera de Ingeniería. Se hicieron marchas que movilizaron a toda la Universidad de La Plata y se barajaron muchas hipótesis, hasta que los policías la esperaron en el mismo cajero donde un mes antes había ido a cobrar su Plan Progresar y la pusieron al tanto de lo que pasaba.

La historia terminó con Rut reencontrándose con los padres, a quienes les explicó que buscaba una independencia económica y una vida más libre, sólo que nunca encontró el modo de decírselos.

“MAS ESFUERZO QUE PARA INVESTIGAR UN ROBO”

“El tema es muy sensible indudablemente, porque potencialmente puede estar en riesgo la vida o la integridad física de un menor o un mayor”, reconoce el fiscal Alvaro Garganta, pero “el actual sistema de abordaje donde se investigan todos los casos que se denuncian sin ningún tipo de discriminación ni protocolo de selección, tampoco es viable”.

No está de más aclarar que ante cada búsqueda de persona se le da intervención a la fiscalía en turno, que debe investigar, en simultáneo, los robos, crímenes y delitos sexuales o de cualquier tipo que ocurran en esos 15 días.

Garganta está convencido de que “se dedican muchísimos de los escasos recursos que manejamos para la seguridad, cuando la estadística indica que en más del 90 % de los casos no existió delito alguno”.

Los policías consultados en estricto off coinciden con la apreciación del fiscal: “La mayoría de los chicos se van por un problema familiar y los adultos por una cuestión de pareja o para escapar de algún delito”, dicen, al tiempo que confirman que “cuando hay algo raro se detecta rápido”.

Ponen como ejemplo lo que pasó con Maruja Chacón (50) y su hija Shirley Barrientos (15), que desaparecieron el 28 de enero pasado y fueron encontradas el 7 de febrero, enterradas en una casa de Punta Lara. Pero, insisten, esos casos representan “menos del 1 por ciento del total”.

“El esfuerzo que se lleva una causa de averiguación de paradero -y no son pocas- es superior en promedio a los que se dedican a los robos sin autor, siendo que la mayoría de las veces puede predecirse que es un problema ajeno al sistema penal”, profundiza Garganta.

A criterio del fiscal, esto es así porque “al no haber protocolos de actuación claros, la fiscalía y la Policía, preventivamente y por el potencial peligro, trabajan todo por igual, en desmedro de otro casos claramente penales”.

El funcionario es partidario de aplicar en la Provincia un sistema parecido al que rige en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con la intervención de “servicios asistenciales locales y zonales, para hacer la prevención primaria”.

Garganta se quejó también del “criterio histórico de los institutos de menores” que “entienden por régimen abierto dejar la puerta sin llave, por lo que recurrentemente se fugan menores” que no superan los 13 años.

Si los chicos no regresan las autoridades recurren a la Policía, que tiene que salir a buscarlos “una y otra vez”, reconocen en la fuerza. Recuerdan que han tomado intervención por docentes preocupados por un alumno que deja de asistir a clases, o por un padre que debe buscar a su ex pareja para que le firme un permiso que lo habilite a sacar a los hijos del país.

“Hay de todo, pero ante todos los casos tenemos que actuar igual, porque es posible que lo que empieza como una fuga de hogar derive en algo peor”, dice un investigador.

En medio de todas estas historias, de las estadísticas, los protocolos y las anécdotas, sobrevuela la angustia de los familiares del que falta.