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SERGIO SINAY
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Es posible que Michael Phelps y Julio Pedraza no se conozcan y que, por lo tanto, no tengan la menor idea de la existencia uno del otro. Phelps es estadounidense, tiene 33 años, y se trata del hombre que más medallas ganó en la historia de los juegos olímpicos. Nada menos que 28, todas en natación. Julio Pedraza es argentino, tiene 70 años, cría ovejas y vive a 30 kilómetros de la localidad de Manuel Choique, poblada por algo menos de 300 personas, en el sudeste de Río Negro.
Lejanos en edad, alejados geográficamente, con perfiles y posiciones sociales y económicas diametralmente opuestas (Phelps ganó un millón de dólares solamente en Pekín en 2008, mientras Pedraza vive de lo que dan las ovejas, siempre y cuando la naturaleza y el clima no se ensañen con ellas y con él), estos dos hombres comparten, sin embargo, una preocupación común. La búsqueda de una respuesta a la pregunta por el sentido de sus vidas. Uno de ellos parece haberla encontrado. El otro está en el proceso y no le resulta fácil.
Michael Phelps se retiró oficialmente de su disciplina deportiva en los juegos de Río de Janeiro, en 2016, donde ganó cinco medallas de oro y una de plata. Lo hizo rodeado de fama, admiración y dinero, como había estado durante su carrera. Lo que siguió fue oscuridad, depresión, desaliento. Quedó cara a cara con el vacío existencial. Había confundido lo que hacía con lo que es, y cuando dejó de hacerlo sintió que dejó de ser. Contó en una entrevista reciente, concedida a la cadena CNN, que pasaba los días encerrado en su habitación, sin comer y sin dormir, también sin ganas de vivir y pensando en el suicidio. Dos personas lo ayudaron a emerger de ese pozo. Una terapeuta y su esposa, Nicole Johnson. Cada una a su manera, y desde funciones diferentes, trabajaron para reconectarlo con la energía vital.
Hoy Phelps sabe que la depresión retrocedió, pero que no se alejó definitivamente, aunque hay algo gracias a lo cual la mantiene a una distancia cada vez mayor. Está ayudando a otros deportistas que, detrás de la pantalla de humo del éxito, los aplausos y de las grandes sumas conque los sponsors les compran prácticamente la vida además del nombre, se hunden en oscuros abismos de sinsentido y coquetean con la autodestrucción. Dice que puede entender los grandes gritos de desesperación que ellos emiten, y que nadie escucha, y está procurando acercarse, desde su experiencia, a ayudarlos y a acompañarlos en el encuentro de una razón para vivir que vaya más allá de la fama efímera y engañosa. Además de esto creó la Fundación Michael Phelps, que promueve el desarrollo de la natación y trabaja por una vida saludable. “Hoy me doy cuenta de que salvar una vida, o ayudar a salvarla, es más importante que ganar una medalla”, confesó en la entrevista mencionada.
A miles de kilómetros geográficos y mediáticos de Phelps, Julio Pedraza recibió a la periodista Micaela Urdinez, de La Nación, en una casa que él y su esposa, Rosinda, levantaron con sus propias manos, y a la que se llega por un camino de tierra que, en invierno, se cubre de hielo y de nieve y se hace intransitable. Durante años, y aun en esas condiciones, lo recorrió a caballo para llevar cada día a sus hijos a la escuela, en Manuel Choique. Pero acaso no hayan sido las inclemencias del tiempo ni las dificultades topográficas los desafíos más duros que enfrentó en su vida. Cuando era un hombre joven, Pedraza cayó en el alcoholismo. “Empecé de a un traguito y después otro, como lo hacen los jóvenes de hoy”, recordó. “Y después ya no pude parar”. Fueron varios años así y, como él reconoce, estuvo a punto de perder a su familia. La vida en la casa era un infierno abonado por gritos y golpes. Rosinda dice que ella quería criar bien a sus hijos, pero que aquello se hacía imposible.
“Salvar una vida, o ayudar a salvarla, es más importante que ganar una medalla”
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A los 35 años Pedraza tuvo un rapto de lucidez. Comprendió que todo estaba a punto de acabarse y que quedaría extraviado, quizás para siempre, en el ancho mar de la soledad y de la impotencia. Muerto en vida. Cuenta que decidió dejar de tomar y ordenar su vida. Pero no borró de su memoria aquella sombría y destructiva experiencia. Se convirtió en pastor evangélico, construyó una pequeña iglesia junto a su casa para las personas de la zona, y se dedica especialmente a trabajar con jóvenes para impedir que, como le ocurrió a él, se hundan en la adicción. “A través de mi testimonio puedo ayudar a otros”. Puede ayudar, como Phelps, porque estuvo en las entrañas del monstruo del que se propone rescatar a otros. Sabe de lo que habla. Lo sabe en carne propia. No creó una fundación, pero en proporción lo suyo tiene la misma potencia y trascendencia. “Cuando nos casamos con Rosinda éramos bien pobres, rememora, y hoy no somos ricos, pero estamos mejor”.
Ni la pobreza de Pedraza ni la riqueza de Phelps fueron determinantes para que ambos convergieran en un logro que es el gran desafío existencial para todo ser humano. Descubrir el sentido de su vida. No se trata de darle o construirle un sentido a la propia vida. Como señaló repetidamente el gran médico y pensador austriaco Víktor Frankl (1905-1997), ese sentido ya está incluido en la existencia que cada uno va a transitar. Y se nos otorga el tiempo de esa vida para encontrarlo. Hacerlo es una cuestión de responsabilidad personal. Podemos dilapidar ese tiempo en superficialidades, banalidades, obsesión por lo material, persecución de poder y de placer, confundiendo diversión con felicidad e ignorando la presencia del prójimo. O podemos vivir con valores expresados en acciones y conductas, dedicando nuestras tareas (tanto las rentadas como las que no lo son) a dejar el mundo un poco mejor de como lo encontramos, además de construir relaciones de respeto con el prójimo. En todas estas fuentes suele abrevar el sentido. Y también, como lo muestran los casos de Phelps y Pedraza, en el sufrimiento. Claro que para dar con él es fundamental mantener despierta y activa la conciencia, a la que el propio Frankl consideraba nuestro órgano de sentido, así como los pulmones son el órgano de la respiración, el hígado el del metabolismo o el riñón el de la filtración. Mantenerla despierta o despertarla si se encuentra dormida, ahogada por una atmósfera tóxica o acallada por falsas voces externas. Suele ocurrir que, en caso contrario, intervengan dolorosos despertadores disparados por la vida.
El sentido de una vida no aparece de una vez y para siempre. Va emergiendo en lo que Frankl llamaba momentos de sentido. Por eso es necesario vivir con la conciencia despierta. Esos momentos son a veces breves epifanías. Y es bueno saber reconocerlas. Decía Frankl que una vida revela su sentido cuando aprendemos a vivir para algo y vivir para alguien. Ese alguien no debe ser necesariamente una única persona. Alguien es el otro, en sus múltiples manifestaciones. Y algo es un propósito que vaya más allá de uno mismo. En esa misma dirección, el poeta y filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882) expresaba que una vida es exitosa “cuando alguien respiró mejor porque tú exististe”. Sin conocerse (acaso nunca lo hagan), a tanta distancia de todo tipo, Michael Phelps y Julio Pedraza confirman esas propuestas.
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