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Séptimo Día |FUNDADOR DE UNA RELIGIÓN A LA QUE LLAMÓ “GÁNICA”

El que abrió las ventanas para que entrara aire fresco

Federico Peralta Ramos y una vigencia que no cede. Fue uno de los principales referentes de la creativa década del 60. Hoy lo rescatan artistas e intelectuales. Sus sorprendentes apariciones en los programas de Tato Bores

El que abrió las ventanas para que entrara aire fresco

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

26 de Mayo de 2019 | 08:16
Edición impresa

“Eso es lo que yo hice siempre en la Argentina: abrí las ventanas para que entrara un poco de aire fresco. Ahora el aire fresco ha invadido el país, todo el mundo tiene ganas de hacer más cosas, manifestarse, se acabó el miedo al papelón. Durante mucho tiempo una forma de argentinizar una idea era no concretarla. Pero ahora eso se terminó, ya nadie quiere postergar sus sueños”.

Así se expresaba Federico Peralta Ramos (1939-1992), una de las principales figuras de la brillante década del 60, acaso el mayor excéntrico que pudo dejar huellas en la lisura del país. De la mano de Tato Bores, hoy reactualizado por la TV y con quien trabajó en sus programas, así como a partir del juicio de intelectuales, críticos y artistas como Josefina Robirosa, Marta Gaínza Eduardo Parise y Pedro Roth, de promotores de arte como Ruth Benzacar e Ignacio Gutiérrez Zaldívar, la figura de Peralta Ramos recobra vigencia.

Su curiosa tarjeta de presentación escrita por él mismo, su curriculum vitae, resultaba elocuente: “Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir, canté sin saber cantar. La torpeza repetida se transforma en mi estilo...No sé a qué me dedico. Me basta ser en el mundo”. En realidad, alguna de esas tareas las hacía muy bien, pero era un tipo humilde en serio y, además, sensible a pesar de su extravagancia.

Cargó un apellido de alcurnia, que lo ayudó y perjudicó (aunque más de lo último). Su tatarabuelo, Patricio Peralta Ramos, fue fundador de Mar del Plata. Su padre fue entre el 50 y el 70 uno de los arquitectos más famosos del país. Junto a Sánchez Elia y Agostini formaron un estudio de arquitectura que modernizó a la línea de edificios de Bancos. Eran de muros cerrados, hasta que los diseñaron con grandes vidriadas al frente.

Federico trabajó un tiempo con ellos y se anotó en Arquitectura de la UBA. Dio alguna materia teórica con acierto, hasta que le tocó una de tipo técnico. Le hicieron dibujar la estructura de un edificio en el examen. El profesor le preguntó si le parecía que la viga que había dibujado resistiría el peso del edificio. Federico miró el plano unos segundos, alzó la vista y le preguntó al profesor: “¿Y si la pintamos de azul...?”. Lo bocharon sin contemplaciones y allí abandonó la carrera.

Sin saberlo o sabiéndolo –porque era culto,bien leído- adoptó sin beneficio de inventario la máxima de Oscar Wilde: el arte es más real que la vida. Una de sus resignadas y divertidas frases de batalla fue “serás lo que te tocó ser y dejate de joder”. La crítica de arte y escritora María Gaínza escribió en Página 12: “Una suerte de Marcel Duchamp porteño, Federico hizo del gesto artístico su marca registrada. Intuitivo hasta la médula, presintió las posibilidades de un arte conceptual bien antes de que éste tomara forma, y no se cansó de señalar que el arte, tarde o temprano, se disolvería en la vida social”.

“Serás lo que te tocó ser y dejate de joder”, era una de sus frases de cabecera

 

Y añadió: “La versatilidad lo destacaba dentro de un ambiente propenso a las etiquetas: cantor, pintor, showman, pensador urbano de café (no un filósofo erudito y lejano sino alguien más pedestre, pero con una aguda intuición). Más que un artista atado a su paleta, era alguien que parecía comprender el mundo en todos sus misterios y, en una Buenos Aires de cerebros de aldea, se irguió como ciudadano espiritual del universo”.

Sí, claro que era porteño Federico Peralta Ramos. Habitante de La Biela, del Florida Garden , de Africa, del sagrado Di Tella: “El que se va de Buenos Aires se atrasa, porque es la ciudad del futuro”. Y también era noctámbulo de profesión: “Yo soy una estrella porque salgo de noche”.

En esos tiempos venía mucho también a la casa de unos amigos en City Bell. Entraba con su vozarrón a mano y exclamaba: “Ahh...qué maravilla es el Sur...”. Alguien una vez intentó amablemente corregirlo o, si se quiere, ubicarlo un poco mejor en el planeta, diciéndole que, en realidad, la Patagonia era el sur argentino, no City Bell. Entonces ponía los ojos como en blanco y aclaraba: “¡Para mí, el Sur empieza debajo de la calle Rivadavia...!”.

Ser un Peralta Ramos no lo ayudó, aún cuando nunca le molestó serlo. No lo ayudó porque no lo reconocían como artista o intelectual: “Mis obras no son chistes. En otro lugar me tendrían respeto, pero acá me tildan de loquito”, se quejó alguna vez. Cuando ganó la beca Guggenheim en 1968 lo tomaron más en serio.

Había propuesto construir un huevo gigante, de unos 300 metros de extensión, tan grande como un superpetrolero y hacerlo flotar en el puerto de Nueva York. Junto al premio ganó miles de dólares que le enviaron desde Estados Unidos. Esa suma la invirtió sorpresivamente en una cena en el hotel Alvear para centenares de amigos, entre los cuales incluyó a algunos mendigos de Buenos Aires.

Desde Guggenheim lo recriminaron, le pidieron que devolviera el dinero. Peralta Ramos les contestó que Leonardo había pintado la Ultima Cena y que él la había comido con sus amigo: “Una organización de un país que ha llegado a la Luna, que tenga la limitación de no comprender y valorizar la invención y la gran creación que ha sido la forma en que yo gasté el dinero de la beca, me sumerge en un mundo de desconcierto y asombro”. A partir de esa carta, Guggenheim nunca más exigió a los becados que detallaran qué habían hecho con el dinero del premio y la carta de Peralta Ramos cuelga enmarcada en las oficinas de la fundación.

De a ratos, escribía poemas. Metafísicos. Hay uno que se llama “Lejos”, cuyo destino no será el olvido: “Una vez me quise ir muy lejos / y llegué tan lejos/ que después no sabía cómo hacer para volver./ Claro que no me acordaba de cómo / había venido. / Y llegar tan lejos es bárbaro / porque en lejos / todo es mucho más liviano,/ la gente funciona, / los pájaros.../ bueno, los pájaros son igual/ que en cualquier lado./ Y cuando cae la tarde,/ lejos se mezcla de lejos...”.

La década del 60 se eclipsaba. El país le dolió también. “El país, a medida que fue perdiendo tela, fue de Guido Di Tella a Minguito Tinguitella”. sostuvo. También quiso justificarse, es lógico: “Yo soy un pionero, un precursor de ideas. ¿No te diste cuenta que soy un adelantado? Galileo estaba adelantado 400 años y sus contemporáneos creyeron que estaba loco. ¿Sabías que yo mismo tengo fama de loco?”.

También dejó una referencia de tipo turístico: “He inventado un monumento para mí. La Costa Atlántica, que va desde Quilmes hasta Río Gallegos. Es el monumento para Federico Manuel Peralta Ramos. Entonces, cuando la gente se meta al mar para bañarse, se bañará en el monumento. Es una de las proposiciones que pienso hacer para los habitantes de mi país y para los habitantes de este sistema solar. Porque yo, por ejemplo, me animaría a comunicarme con los habitantes de otros planetas, con ruidos y con ondas que yo emano”.

TATO BORES Y FEDERICO

“Tato: hay una generación de gente joven que no me conoce, por eso ahora me dedico al rock...”, era el inicio de los parlamentos que hacía Peralta Ramos en el programa de Tato Bores. Y así empezaba su intervención frente a las cámaras todos los domingos, antes de iniciar sus inolvidables charlas surrealistas. En una de ellas, titulada “Monólogo en el Subte”, Federico se sentó debajo de una mesa y disertó desde allá. Todo era inesperado y Tato Bores secundaba esos monólogos con su mirada entre atónita y divertida.

Federico compuso canciones inolvidables, como “Soy un pedazo de atmósfera” o esa suerte de cumbia que llamó “Tengo un algo adentro que se llama el coso”. Cualquiera que lo desee puede encontrarla en google y allí recobrar la letra desmañada del cantautor: “ Tengo un algo adentro que se llama el coso/ brrrrrrrrrrrr...(imita el ruido de un oso)/ es peligroso meterse a pensar en el coso/ El coso es una cosa invisible, inaudible e intangible/ que nosotros tenemos adentro/ que a medida que vamos viviendo y sufriendo/ el coso se va agrandando/ y las conversaciones ya no son de cuerpo a cuerpo/ sino de coso a coso/ brrrrrrr..../ es peligroso meterse a pensar en el coso”.

Una de las actividades que Federico inició y que dejó a medio hacer fue la de haber fundado una religión, que denominó “Gánica”, cuyos principales postulados fueron los siguientes: “Hacer siempre lo que uno tiene ganas; creer en el gran despelote universal; No mandar; No endiosar nada; Regalar dinero; Dejar a Dios tranquilo”. En este campo de las ideas religiosas tuvo una que, por lo pronto, puede ser calificada de inaugural: “Al final, Dios no es ningún pelotudo”.

“Soy un boomerang que no quiso volver porque se encontró con Dios”, sostenía Federico

 

La religiosidad de Federico también se reflejó en varias de sus frases: “Soy como el boomerang que no quiso volver porque se encontró con Dios”.

Legó, asimismo, una serie de máximas que pueden ser desoídas perfectamente, pero que no dejan de suscitar atención. El era un noctámbulo y, entonces, sabía de lo que hablaba cuando afirmó que “la noche es un continuo sacadero de conclusiones”.

Como sabía bien lo que pensaban de él, antes de morirse –tan joven aún, Federico, tan lleno de talento adolescente e inconcluso- se despidió con esta suerte de auto referencia: “¿Loco yo? Eso dicen los burgueses, que tienen plafond bajo. Según mi psicólogo, yo soy un tipo psicodiferente”.

Tenía razón cuando decía “hay una generación que no me conoce”. Que ahora serían ya dos generaciones. Pero el ejemplo de libertad creativa, de humor límpido y de ruptura con la monotonía que dejó Federico Peralta Ramos se transmite por venas invisibles –como ocurrió con los escritos antes encriptados de Macedonio Fernández, a quien admiraba- hacia las nuevas generaciones del arte. No en vano empiezan a recordarlo.

 

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