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Racismo real: la corona muestra la hilacha

La discriminación es el tema de agenda y lleva a reflexionar sobre los monarcas que en esto no dan ni dieron el ejemplo

Racismo real: la corona muestra la hilacha

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

21 de Junio de 2020 | 05:38
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Si hay dos personajes en la familia real de Inglaterra políticamente incorrectos y con una ilimitada incontinencia verbal, esos son el príncipe Felipe de Edimburgo, marido de la reina Isabel II, y María Cristina de Kent, de origen alemán pero princesa británica por matrimonio ya que está casada con el príncipe Michel de Kent, primo de la reina.

Felipe es un caballero, lo sabemos. A sus 99 años ha posado hace unos días, gallardo como siempre, en los jardines de Windsor. Pero tiene su lado oscuro: no ha podido evitar, a lo largo de su vida, sentirse un poco superior a los demás y, sobre todo, sentir que pertenece a una raza justificadamente dominante. Y lo peor es que no lo ha ocultado y, si sus exabruptos se le han perdonado, es porque los ha dicho con humor. En una reunión de la Commonwealth, por ejemplo, el príncipe de Edimburgo le preguntó a un hombre negro “¿De qué exótico lugar del mundo procede usted?” a lo que su interlocutor, que en realidad era Lord Taylor de Warwick, le contesto “De Birmingham”. Cayó en la misma trampa de estereotipar a alguien por su color de piel. Como aquellos que hoy llaman “afroamericanos” a ciudadanos estadounidenses que lo único que tienen de “afro” es algún ancestro perdido pero que son tan nacidos y criados en Estados Unidos como su presidente.

Felipe de Edimburgo no ha podido evitar sentir que pertenece a una raza dominante

 

En otra oportunidad preguntó a voz en cuello a un joven estudiante inglés que había estado en Nueva Guinea, como había hecho para no haber sido comido por ninguna tribu. Y la peor, que pudo haber causado un problema diplomático, fue cuando le preguntó al presidente de Nigeria si estaba listo para irse a la cama al verlo con el traje tradicional de su país en una cena de estado. No sabemos si los años lo han domado o si la procesión fue por dentro pero cuando Meghan Markle entró en la familia, al casarse con el príncipe Harry, Felipe le dio una calurosa bienvenida y nada hizo por mostrar su disgusto.

De eso se encargó la otra protagonista de esta nota: la princesa Michael de Kent. María Cristina es, según dicen, antipática, soberbia y manipuladora, y ya había demostrado ser decididamente racista cuando en un restaurante les dijo a un grupo de comensales negros que mejor que se “volvieran a las colonias”. De modo que el gesto que tuvo en el palacio de Buckingham el 20 de diciembre de 2017 no sorprendió a nadie y, aunque luego se disculpó, nadie creyó en su ingenuidad.

Resulta que, como todos los años para Navidad, la reina Isabel organizó una gala a la que invitó a toda su familia. Pero ese año habría en la mesa un nuevo integrante: la prometida de Harry. Meghan Markle se llamaba y era una preciosa y joven actriz estadounidense cuya madre era negra. ¿Qué hizo la Kent? Lució en la solapa de su abrigo un enorme broche Blackamoor, cuyo diseño muestra el busto de un moro renegrido con oro y piedras preciosas en su turbante y vestimenta. Las joyas Blackamoore se pusieron muy de moda a principios del siglo XX. Incluso Grace Kelly tenía alguna en su colección y la infanta Elena de España las ha lucido hace no tanto tiempo. A pesar de no estar relacionadas ni inspiradas en la esclavitud, su diseño ha sido considerado racista y discriminatorio en los últimos años y han dejado de usarse. La princesa no podía desconocer esta cuestión y podría haber evitado justo ese broche en la noche en que Meghan era presentada en sociedad.

Es verdad que siempre decimos que no se pueden juzgar los hechos del pasado con la vara del presente pero hay personajes cuyos actos son nefastos en toda época. Incluso algunos ni siquiera admiten polémica y solo generan odio. Estamos hablando específicamente de Leopoldo II, rey de los Belgas, uno de los hombres más crueles de la historia moderna de las monarquías.

Leopoldo era hijo de uno de los grandes protagonistas del siglo XIX: Leopoldo de Sajonia Coburgo Gotha, el famoso tío de la reina Victoria que “le hizo gancho” con otro de sus sobrinos. El gran Leopoldo pudo haber sido príncipe consorte de Inglaterra, rey de Grecia y, finalmente, se convirtió en el primer rey de Bélgica. Tal era su poder que fue conocido como el “Néstor de Europa”, al compararlo con el héroe de la mitología griega.

Su hijo no heredó ni su gallardía ni su buen hacer.

En el ámbito privado maltrató a su esposa, la reina María Enriqueta, a tal punto que la joven, escribió a los pocos meses de casada: “Soy una mujer profundamente infeliz. Dios es mi único punto de apoyo. Mi pobre madre empieza a darse cuenta de lo que hizo al concertar mi matrimonio. Ella sólo buscaba mi felicidad, pero ahora ve que lo que ha resultado es justo lo opuesto. Si Dios escucha mis oraciones, no permaneceré viva mucho tiempo”.

La pobre María Enriqueta tuvo que aguantar a su marido por unos años hasta que, luego de haber tenido una niña en común, llegó el tan ansiado heredero varón. La reina se quedó en palacio lo justo como para encaminar la educación del niño y en cuanto pudo, huyó de Bruselas para irse al campo y dedicarse a sus caballos, seres que la apasionaban mucho más que los hombres en general y su marido en particular. Quiso el destino que ese niño tan importante para la dinastía, muriera de una neumonía a los diez años de modo que a Leopoldo no le quedó otra que ir a buscar a María Teresa y poner manos a la obra. Onda le pusieron pero con muy mal resultado: las dos veces que la reina quedó embarazada, nacieron niñas. María Enriqueta volvió a irse, harta de la tortura psicológica (y tal vez física) a la que la sometía su marido.

En el ámbito institucional, Leopoldo no fue mucho más amable. Si bien al principio de su reinado fue conocido como “el constructor” por haber embellecido a Bruselas con grandes monumentos y de haber dado un gran impulso al arte, pronto se enfocó en negocios mucho más rentables.

María Cristina les dijo a unos comensales negros que se “volvieran a las colonias”

 

Leopoldo había sido muy crítico con las vejaciones que habían sufrido los esclavos en las colonias de África y había creado una asociación para lograr acuerdos con los caciques y regular el trabajo en las minas del Congo. Jugó sus cartas hasta lograr que el gobierno belga se desentendiera de sus responsabilidades en esas tierras y declarara al Congo estado libre. Claro… no tan libre. En realidad le entregó a Leopoldo la administración de la economía del país africano pero a título personal. O sea, le regaló el Congo. De más está decir que el “rey empresario” olvidó todos los tratados, arrasó con mano de obra esclava todas las riquezas de la región y fue el artífice de la masacre de, por lo menos, 8 millones de personas. Y se hizo inmensamente rico.

Lamentablemente Leopoldo es solo un ejemplo de los múltiples abusos sufridos por dirigentes que se creen superiores por su color de piel. Y aunque se han ganado batallas, el racismo siempre parece estar al acecho. Afortunadamente esta nueva generación de monarcas europeos ha dado muestras de valorar la vida de todos los hombres por igual. Es de esperar que sea una actitud genuina y que en el futuro sean más activos en la lucha contra el racismo, más allá del discurso.

 

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La Reina Isabel II y su marido Felipe de Edimburgo

María Cristina y Michel de Kent

Leopoldo II junto a su hija Clementina, esposa de Napoleon V. Bonaparte

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