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Un tiempo para la necesidad

Un tiempo para la necesidad

Un indicador de felicidad es el tiempo de calidad que pasamos con quienes nos importan / Zinkevych - Freepik

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

26 de Diciembre de 2021 | 08:41
Edición impresa

El rito se cumple inevitablemente cada año en esta época. Nos deseamos y nos desean felices fiestas. Nos deseamos y nos desean lo mejor. Deseamos y nos desean el cumplimiento de todos los sueños. Y dicho esto nos lanzamos a la aventura del nuevo año. ¿Seríamos felices si todo lo deseado, lo soñado y lo ilusionado se cumpliera durante los próximos doce meses? Tal Ben-Shahar, israelí nacionalizado estadounidense, doctor en filosofía y psicología por la Universidad de Harvard, se especializó en investigaciones sobre liderazgo y sobre felicidad y viene trabajando intensamente desde hace 25 años en lo que podrían ser las respuestas a esta pregunta. Ben-Shahar creó la categoría “falacia de la felicidad” para señalar que los logros no son, en el largo plazo, sinónimo de felicidad ni mucho menos.

“La falacia de la llegada es la ilusión de que en cuanto logremos algo, en cuanto alcancemos nuestra meta o lleguemos a nuestro destino, alcanzaremos la felicidad duradera”, explica. Las personas afectadas por esta falacia parten de un estado de insatisfacción, de sentirse incompletos, y se dicen que una vez lograda tal o cual meta, alcanzada esa o aquella posesión, serán felices. “Pero después alcanzan sus objetivos y, aunque quizá se sienten realizados brevemente, el sentimiento no les dura”, indica Ben-Shahar. “Entonces, vuelven a sentirse infelices, pero, además de ser desdichados, ya no tienen esperanzas, porque antes vivían con la ilusión (la falsa esperanza) de que serían felices tras cumplir sus metas”.

CUANDO NADA ALCANZA

Jamie Gruman, profesor e investigador académico de la Universidad de Guelph, en Canadá, también se ha dedicado a estudiar este tema. Y concluye: “Solemos ser bastante buenos para saber qué cosas nos harán sentir felices e infelices, pero no somos muy buenos para predecir la intensidad ni la duración del efecto de los sucesos, y eso puede provocar que nos sintamos decepcionados después de lo ocurrido u obtenido”. Gruman llama “focalismo” al acto de poner toda la atención, el empeño y la voluntad en un logro único, que se considera portador de la felicidad faltante. Y suele ocurrir, dice, que una vez conseguido sea muy distinto de lo que se esperaba, “y que ni siquiera les guste”.

Ni un ascenso, ni una bañadera llena de dólares, ni un auto ni una casa nueva, ni un premio ni tantas de esas metas “focalizadas” (para usar el término de Gruman) garantizan la felicidad. No es una novedad, pero sigue existiendo mucha gente, demasiada quizás, que solo lo comprende una vez que lo experimenta. Ben-Shahar ha comprobado a través de sus estudios algo que tampoco es del todo novedoso, pero que requiere un recordatorio constante, sobre todo en tiempos de vínculos superficiales, de ansiedades, de utilitarismo y de apetencias banales. “El indicador número uno de la felicidad, dice, es el tiempo de calidad que pasamos con las personas que nos importan y a las que les importamos. En otras palabras: las relaciones”. El gran psicoterapeuta existencial Irvin Yalom (además notable novelista, autor de “El día que Nietzsche lloró”, “El enigma Spinoza” y “Un año con Schopenhauer”) suele decirlo de una manera terminante: son nuestros vínculos, el modo en que los establecemos y vivimos, los que nos sanan o nos enferman según el caso. Y, de alguna manera, se podría decir que los vínculos encierran el siempre esquivo secreto de la felicidad.

¿Seríamos felices si todo lo deseado, lo soñado y lo ilusionado se cumpliera?

 

Es posible agregar, sobre todo en estas fechas, que en buena medida nuestras insatisfacciones, esas que nos llevan a hacer largas listas de propósitos para el año que comienza, y a ilusionarnos conque al cabo de doce meses seremos felices, están basadas en que ponemos los deseos por delante de las necesidades. Y no son la misma cosa ni mucho menos. Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), nombre esencial de la literatura española, autor de “El buscón”, “Poderoso caballero es Don Dinero” o “El marido fantasma”, entre tantas obras fundamentales, lo tenía claro: “Lo mucho se vuelve poco con sólo desear otro poco más”, escribió. Y mucho antes que él Epicteto de Frigia (55-135 después de Cristo), padre de la escuela filosófica estoica, advertía que “el deseo y la felicidad no pueden vivir juntos”.

La función del deseo es desear, y por lo tanto jamás se siente saciado. Cambia permanentemente de objeto, y una vez que lo alcanza va por otro, porque no lo ansiaba por el valor de aquel, o por aquello por lo que podría ser útil al deseante, sino que simplemente se trataba de alcanzarlo. El deseo es gran generador de vacío existencial, mantiene ese barril sin fondo que se abre cuando en la vida de las personas se ha extraviado el sentido y la noción de trascendencia. El deseo se presenta como analgésico para la angustia y la insatisfacción, con la promesa de que estás desaparecerán cuando alcancemos lo que él nos promete.

ATENDER LAS NECESIDADES

Otra cosa es la necesidad. Se trata de algo que no puede no ser atendido. Las necesidades más básicas se refieren a lo que nos mantiene vivos. El aire, el agua, el alimento, el abrigo, el refugio frente a los fenómenos naturales. Luego, en escala ascendente, como ya lo había estudiado y presentado Abraham Maslow (1908-1970), otro nombre fundamental de la psicoterapia humanística, están las de pertenencia, de protección, de reconocimiento, de amor, de realización (esta es la necesidad de poner en el mundo aquellos dones por los cuales cada uno de nosotros es un ser único). Si las necesidades básicas no son atendidas, no hay supervivencia que permita enfocarse en las otras. Pero la mera supervivencia no es una meta que genere felicidad en la existencia humana. Por lo tanto, al enfocarnos en la siguiente escala de necesidades avanzamos también en la exploración del sentido de nuestra vida, de la de cada uno, que es única. Cuando una necesidad es atendida se calma, y esa calma se traduce en paz y armonía interior. Esta es una diferencia esencial con el deseo, que no proporciona pausa, ni quietud. La necesidad atendida nos da la serenidad y el punto desde el cual contemplar nuestra vida en perspectiva.

El ritual de cierre de un año y la apertura del siguiente debería conectarnos, además de la gratitud por volver a experimentar esa vivencia más allá de las dificultades y los pesares, con una revisión, puesta al día, reconocimiento y atención de nuestras necesidades. Antes de lo que deseamos, está lo que necesitamos. Y luego cuál será nuestra tarea en relación con esas necesidades. Porque el año que empieza no es un tiempo de magia, las cosas no se hacen solas, no se trata de desear y esperar, sino de focalizar y actuar. Es que, como suele ocurrir, dentro de doce meses, de maneras claras o misteriosas, conscientes o inconscientes, cosecharemos nuestra siembra.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

 

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