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Esperando otra vez a Godot

Esperando otra vez a Godot

Esperando a Godot. Un texto que puede compararse con el presente

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

13 de Junio de 2021 | 08:17
Edición impresa

A finales de la década del 40 el dramaturgo irlandés Samuel Beckett (1906-1989) terminó de escribir su obra “Esperando a Godot”. La pieza se estrenaría en 1953 en París y se convertiría en un clásico que, desde entonces, no se dejó de representar a lo ancho y a lo largo del mundo en diferentes idiomas. Hacía poco que había finalizado la Segunda Guerra, la mayor carnicería de la historia y, sin duda, el escenario de las peores atrocidades nunca imaginadas. En un mundo aún humeante, que no cesaba de preguntarse cómo había sido posible aquella pesadilla, Beckett se convertía en pilar del teatro del absurdo y en uno de los escritores y pensadores más reconocidos y respetados del siglo.

En un presente de avances científicos y tecnológicos no hemos dejado de esperar a Godot

 

En síntesis, la obra tiene como protagonistas principales a Estragón y Vladimir, instalados a la vera de un camino solitario. Allí Estragón trata de quitarse el zapato mientras su compañero reflexiona sobre la importancia de descalzarse cotidianamente. Luego Vladimir relata la historia de los ladrones que fueron crucificados junto a Jesús y, finalmente, pese a la insistencia de Estragón en continuar la marcha, él insiste en permanecer allí para esperar a Godot. Mientras esa espera se prolonga indefinidamente y Godot no llega, los personajes mantienen diálogos cada vez más delirantes y de aparente sinsentido, al tiempo que imaginan diferentes actividades igualmente absurdas, como probar ahorcarse colgándose de un árbol, algo que finalmente no hacen por el riesgo de que, si funciona, uno de ellos quedará solo en la espera. Se sumarán luego dos nuevas criaturas, Pozzo y Lucky, ligadas por un vínculo de maltrato, sumisión y dependencia del segundo al primero. Vladimir confunde a Pozzo con Godot y provoca la furia de aquel. A continuación aparece un mensajero de Godot, quien les informa que este no podrá venir hoy pero quizás lo hará mañana. Estragón y Vladimir se proponen encontrar un lugar para pernoctar, pero no pueden moverse de donde están.

UNA EXPERIENCIA EXISTENCIAL

Al día siguiente Vladimir no recuerda nada, ni siquiera el hecho de que esperan a Godot, y tampoco pueden levantarse, mientras Pozzo es víctima de un ataque de nervios. Se suceden situaciones y diálogos siempre absurdos, regresa el mensajero de Godot para anunciar que este tampoco vendrá hoy. Intentan agredir al enviado, que además no los recuerda del día anterior, y tras la huida de este deciden buscar una soga lo suficientemente fuerte y colgarse de un árbol para terminar con aquella interminable espera, a menos que llegue Godot. Pero no pueden moverse del lugar, pese a sus intentos. Y allí cae el telón.

Se ha discutido mucho, y se sigue discutiendo, acerca de quién o qué representa Godot y qué se propuso expresar Beckett con su inquietante creación. Godot podría ser Dios negándose a aparecer en un mundo desangelado, según algunas interpretaciones. De acuerdo con otras no hay tal Godot, como no hay sentido en la existencia humana. También se ha visto en esta pieza la brutalidad, la sumisión y la dependencia en que parecieran basarse las relaciones humanas en medio del apagón moral de la modernidad. Ningún espectador o lector sale indemne tras haberse asomado a “Esperando a Godot”. La experiencia conmueve emocionalmente, toca zonas oscuras del inconsciente y desafía a repensar el modo en que vivimos y para qué lo hacemos. Esto ubica a Beckett como un artista existencialista.

Aunque desde la segunda mitad del siglo veinte en adelante aquel mundo semi destruido de la posguerra revirtió en un presente de espectaculares avances científicos y tecnológicos y de significativos reacomodamientos económicos y geopolíticos, de muchas maneras y por muchos motivos, la humanidad no ha dejado de esperar a Godot. Más aun en la medida en que tanto de eso que luce como progreso, evolución y desarrollo va acompañado por expresiones cada vez más pronunciadas de vacío moral y existencial en lo colectivo y en lo personal.

“El debate está siendo sustituido en gran medida por las publicaciones científicas”

 

En este mismo momento, y desde hace casi un largo año y medio, esperamos nuevamente a Godot. Alguna vez este se configuró como una supuesta “nueva normalidad”, que algunos imaginaron luminosa y transformadora. Otra vez toma forma de pócima mágica antivirus. En ciertas ocasiones se anuncia como una improbable nueva conciencia ecológica y moral que no termina de traducirse en actos y conductas. También suele disfrazarse de gobernantes que toman medidas para preservar la vida y la salud y terminan aniquilando la salud y la economía a costa de miles de vidas. O los mensajeros de Godot surgen como expertos que, mientras manotean en la oscuridad reunidos en comités en los que no encuentran respuestas, afirman tener la solución a lo inesperado, imprevisible e incontrolable. Solo que, lejos de coincidir en esas explicaciones y soluciones, cada uno de ellos tiene la propia, la cual no solamente suele ser diferente de todas las otras, sino inclusive opuesta. Y, en definitiva, terminan por minar la confianza (o incluso la fe) en la ciencia, una de las grandes conquistas del Iluminismo, esa corriente que, desde el siglo dieciocho, puso a la razón por delante de la superstición.

LA GRAN NEGATIVA

Pero hoy la espera esencial es humilde y sencilla. Godot se llama vacuna. Y ni siquiera hay certezas sobre ella, sea cual fuere. Mientras algunos grandes pulpos de la industria farmacéutica hacen sus negocios al calor de las vacunas, de cuyas patentes se apropian aun cuando hayan sido costeadas con dinero público, y mientras muchos “expertos” buscan fama o posicionamiento político o económico, resuenan los ecos de un manifiesto publicado en octubre de 2020 en París por un grupo de científicos que aún creen honestamente en sus disciplinas. Se tituló “Por un retorno al debate científico y a la inteligencia colectiva”. Allí señalaban: “Los ciudadanos esperan informaciones fiables que fundamenten medidas eficaces y razonables para salir de la crisis. El problema es que existen decenas de miles de artículos, donde cada uno puede encontrar algo que confirme sus puntos de vista”. Ya no se accede a comprobaciones científicas, indicaban, sino a expresiones de los intereses de laboratorios, de gobiernos o de publicaciones especializadas, que se arrogan el poder de veto o de bendición. Lo decían de esta manera: “El debate está siendo sustituido en gran medida por las publicaciones científicas, que ofrecen la etiqueta de estar ´revisadas por pares´. En realidad, es un proceso interno de cada revista, dirigido por su editor, y el investigador tiene que someterse a las indicaciones de unos referentes anónimos, recibidas por correo electrónico, para conseguir el imprimatur”.

“La ciencia en su conjunto ha entrado en una importante crisis existencial”

 

Ya no es el investigador quien crea el valor, sino el editor que decide la publicación, advertían con razón. Y lo peor es que, por boca de ganso, autoridades sanitarias y gobernantes terminan validando lo que “autorizan” esas revistas, como quien religiosamente asume un dogma y no lo pone a prueba. “Bajo el efecto de este proceso de validación aleatorio, limitado, conservador, no verificable y permeable a conflictos de interés, la ciencia en su conjunto ha entrado en una importante crisis existencial”, remataba el manifiesto.

Y este es, por fin, el escenario en el que Godot, sea quien resulte ser, se niega a llegar.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es "La aceptación en un tiempo de intolerancia"

 

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