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Dante y el infierno mundial

Dante y el infierno mundial

Qatar vive la previa de la Copa del Mundo / AFP

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

13 de Noviembre de 2022 | 08:14
Edición impresa

Hubiera cumplido 101 años el pasado 5 de noviembre. Pero murió a los 57 años, el 14 de abril de 1978. Nació en Las Varillas, Córdoba, se inició como periodista en el diario “La Voz”, de San Justo, cuando era adolescente y había abandonado sus estudios en sexto grado para ayudar a su familia. Soñaba con escribir en “El Gráfico” y lo logró a los 21 años, recomendado por un legendario wing de Racing y de la selección nacional: Enrique “el Chueco” García. Fue redactor de esa revista inigualable, con la que muchos aprendieron a leer, otros tantos a ver el fútbol y, quizás, algunos a escribir. Así de extraordinarios eran los textos de varios periodistas que la habitaron, entre otros Osvaldo Ardizzone, Ernesto Lazzati o Pepe Peña. Dante Panzeri, de él se trata, la abandonó luego de veinte años de trabajar en ella, los últimos tres como director. Hombre de principios morales inoxidables, que certificaba con su conducta, de una cultura sólida que forjó como autodidacta, y de una escritura siempre inspirada e iluminadora que hacía de cada palabra una gema, Panzeri renunció a “El Gráfico” cuando, por intereses políticos, le quisieron imponer la publicación de una nota con la que no estaba de acuerdo. Pero no renunció a sus convicciones ni al ejercicio de la profesión que amaba y honraba. Su estilo combativo, didáctico, de vasta riqueza idiomática y sólidos argumentos, se desplegó, hasta su muerte, en diversos medios, entre ellos este diario.

EL JUEGO DEVALUADO

Es oportuno convocar a Dante Panzeri a una semana del inicio de uno de los mundiales más cuestionables de la historia del fútbol. En 1967 ese entrañable y justificado cascarrabias publicó “Fútbol, dinámica de lo impensado”, un clásico insuperado y posiblemente insuperable para entender las razones de este fenómeno deportivo y social que trasciende épocas, idiomas, fronteras e ideologías. Con una lucidez que encandila, una profundidad abismal y una escritura exquisita Panzeri ilumina hasta los últimos intersticios de este juego que nació oficialmente en Inglaterra el 26 de octubre de 1863 a partir de una escisión producida en la Asociación que regía al rugby. “El fútbol es el más hermoso juego que haya concebido el hombre, escribe Panzeri en su libro, y como concepción de juego es la más perfecta introducción al hombre en la lección de la vida cooperativista”.

El libro es un canto a la creatividad humana, es una celebración del pensamiento estratégico (capaz de ver en perspectiva, más allá de las narices), y del táctico (que apela a recursos a veces insospechados para resolver en lo inmediato), es un homenaje a las potencialidades físicas y psíquicas que, en distintas proporciones, se combinan de una manera única e irrepetible en cada ser humano. Todo eso puesto de manifiesto en esa ceremonia ritual que condensa en 90 minutos el drama y la tragedia, la esperanza y el dolor, la agonía y la resurrección. Una ceremonia en la que, para bien o para mal, para mejor o para peor, ningún protagonista es prescindible y en la que cada uno es parte de un todo mayor que la suma de las partes, aun cuando una de estas resulte más destacable que otras. Cada línea del libro de Panzeri demuele la charlatanería tóxica que, hoy más que nunca (en la medida en que aumentan los charlatanes), envenena la atmósfera futbolística. Y rescata los fundamentos intrínsecos, cada día más ignorados por legos y por pretendidos “especialistas”, de este juego. Al hacerlo permite comprender por qué convoca como convoca y por qué es el más democrático de los deportes, el que menos exige de sus practicantes (no hay requisitos de altura, de peso, de posición económica, de orígenes, de cultura, de edad y hoy ni siquiera de sexos) y el que más les devuelve.

De cara al inicio del mundial de Qatar y en la atmósfera viciada de patrioterismo de ocasión, de oportunismo de todo tipo (político incluido) y de las publicidades desvergonzada y patéticamente interesadas con que las marcas intentan pescar consumidores afiebrados por la ansiedad ante el evento, resuenan las palabras con las que Panzeri denuncia “la abundante dialéctica comercializante del fútbol como industria del espectáculo”. Los miles de millones de dólares que se mueven en torno de un mundial y nada tienen que ver con el juego en sí y mucho con diferentes negocios lícitos e ilícitos (televisión, alcohol, electrónica, turismo, hotelería, gastronomía, indumentaria deportiva, cable, prostitución, narcotráfico, etcétera) confirman esas palabras.

LA GRAN CORPORACIÓN

Desarraigado de sus orígenes y de su esencia el fútbol es hoy ante todo un negocio en el que el fin justifica los medios. Y el fin son las ganancias económicas, la rentabilidad. Que el país en el que se juega este mundial tenga un pésimo récord en materia de derechos humanos, que haya sido refugio y fuente económica de grupos terroristas, que las mujeres estén reducidas a un servilismo arcaico les ha importado poco a los países participantes y a quienes van a concurrir para “alentar” y lo harán a precios obscenamente desmesurados en un mundo en el que, en pleno siglo veintiuno, el hambre, la pobreza y la desigualdad son lacras extendidas ante la indiferencia mayoritaria. Que hasta 2020 hayan muerto unos 6.500 trabajadores migrantes llegados desde Nepal, Sri Lanka, India, Bangladesh y Pakistán para construir los estadios (datos de una investigación del diario inglés “The Guardian”), poco importa, el show debe seguir. Debe realizarse, aunque organizaciones internacionales dedicadas al derecho laboral calculen que, desde el comienzo de las obras, en 2010, murieron 12 trabajadores por semana. “Existe una falta real de transparencia en torno a estas muertes”, advirtió Amnistía Internacional.

La FIFA, federación que rige el negocio futbolístico en todo el planeta, es una corporación hermética, con leyes propias que en muchos casos están por encima de las leyes nacionales. Su funcionamiento es oscuro, pero sus fines no lo son: sumar poder económico y político sin límites, valiéndose del juego que nació en 1863, y atrayendo por todos los medios posibles, con colaboración y complicidad de gobiernos, marcas, medios y personajes públicos, a miles de millones de consumidores del producto que aun conserva el nombre de fútbol. Porque, aunque se pretendan hinchas o espectadores, en realidad se trata simplemente de consumidores, y, como tales, fácilmente manipulables. “La barbarie y lo desagradable del fútbol, escribía Panzeri en su libro cada día más vigente, tiene su fuente en el hecho de que el público aún no sabe para qué y por qué se juega al fútbol. Por eso es permeable a creer que en un partido de fútbol juega ‘el país’ o ‘la patria’”. La manipulación lleva a que personas que son indiferentes al padecer ajeno y que no logran concretar objetivos comunes y trascendentes se envuelvan en la bandera cada cuatro años atacados por una súbita (y fugaz) fiebre épica al grito de “¡Vamos Argentina!”.

Panzeri fue un solitario e inquebrantable opositor a la realización del Mundial de 1978 en Argentina. En el país martirizado por la dictadura había otras prioridades, decía. Fue desoído y denostado. Murió tres semanas antes del comienzo del torneo. Si hoy viviera, a una semana de Qatar 2022, acaso volvería a morir.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

 

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