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Siempre la misma guerra

Siempre la misma guerra

Un hombre camina frente a un edificio destruido después de un ataque con misiles rusos en la ciudad de Vasylkiv, cerca de Kiev, el 27 de febrero de 2022. / AFP

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

6 de Marzo de 2022 | 08:15
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Si se toman en cuenta varias fuentes confiables, como ACNUR (agencia de las Naciones Unidas para los refugiados), el Banco Mundial, el Council on Foreign Relations, el Polynational War Memorial (organismo internacional dedicado a honrar la memoria de todos los muertos en guerras desde 1945 en adelante) o Global Security (organismo internacional de seguimiento de las guerras), se puede calcular que en este momento hay unas 65 guerras en todo el planeta. Se clasifican como Grandes Guerras (más de 10 mil muertos por año), Guerras y conflictos (entre mil y 10 mil muertos anuales), Pequeños Conflictos (de 100 a mil muertos por año) o Escaramuzas (menos de 100 muertos anuales). No es una situación excepcional. Algunos contendientes cambian, otros se mantienen en enfrentamientos interminables, pero lo cierto es que desde la aparición de la especie humana sobre el planeta el mundo vive en guerra. Y conviene aclarar que es el mundo y no el planeta el escenario bélico, porque, como señalaba la filósofa alemana Hannah Arendt, el planeta es el espacio de todo lo viviente, esa pequeña bola que gira alrededor del sol en la inmensidad del Universo, mientras el mundo es lo que el ser humano ha construido en ese planeta, la cultura y las interrelaciones consecuentes. El planeta es de todos, el mundo es solo humano. Las guerras se dan en el mundo y afectan al planeta.

El 4 de octubre de 2001, el periodista florentino Tiziano Terziani (1938-2004) le escribía a su colega Oriana Fallaci (1929-2006) una carta en la que decía: “Desde que el mundo es mundo no ha habido una guerra que pusiera fin a todas las guerras. Tampoco esta lo hará”. Se refería a las brutales y estériles represalias desatadas por el gobierno de George Bush tras el ataque a las Torres Gemelas un mes antes. Como todas las guerras, también esa solo tuvo perdedores, destruyó un país (en este caso Irak, usado como excusa), arrasó con vidas y con todo lo que significara vida y solo benefició, como siempre ocurre, a la industria militar, la gran vencedora de todas las guerras.

GUERRA A LA RAZÓN

Terziani era un exquisito y sensible humanista que, además de periodista, fue abogado y un hondo conocedor de la cultura asiática, ya que durante 20 años trabajó como corresponsal en ese continente de la revista alemana Der Spiegel, cubrió la guerra de Vietnam y otras conflagraciones e hizo una profunda inmersión personal en el budismo zen, que adoptó para su vida y su visión pacifista. La carta mencionada es una de las siete que componen “Carta contra la guerra”, libro conmovedor y portador de una sabiduría tan lúcida como desesperada. En estos días estremece comprobar la vigencia de las ideas que Terziani expresa en esas páginas con su estilo depurado y certero.

Tampoco la guerra de Ucrania, cualquiera sea su final, terminará con todas las guerras. Y más allá de las vidas que se cobre, de los futuros, sueños y esperanzas que destruya, será el altar en el que, una vez más, se sacrifique a la racionalidad. Volverá a exhibir una absurda paradoja. El único ser al que le ha sido concedido el don de la razón lejos de usarla la desprecia.

Cada vez que los medios (y ahora también internet y las redes) publicitan una guerra hasta convertirla en el tema central de cada día (solo hasta que sea desplazado por otra cuestión cargada de suficiente morbo) nos horrorizamos, buscamos explicaciones y desarrollamos las más variadas y también las más insólitas y, después, a menos que las batallas ocurran en nuestro territorio o afecten directamente a familiares o amigos, nos vamos a dormir. Hoy es Ucrania, pero mientras el Atila ruso preparaba la invasión, y aun desde mucho antes, había guerras, conflictos y escaramuzas y morían miles de personas en Yemen, Siria, Mali, Gaza, Libia, India, Pakistán, Kurdistan, Somalía solo por nombrar unos pocos escenarios bélicos. Todos esos países están en este planeta, en la Tierra. Y ni perdimos el sueño por la sangre que allí corre y a menudo ni nos enteramos de eso. Porque también los espectadores, los consumidores de medios, los usuarios de internet y redes son víctimas de las guerras a través de la manipulación de la información. La verdad muere en las guerras. Pero aquellos que las declaran jamás combaten ni mueren en ellas.

GUERRA Y SOMBRA

Cuando termine la de Ucrania vendrá otra guerra. Y nuevamente habrá explicaciones coyunturales, más o menos elaboradas, más o menos sesudas, que serán olvidadas a corto o mediano plazo y que la historia recogerá bajo cristales de diferente color, según quien la escriba. Pero más allá de la geopolítica hay cuestiones aplicables a la guerra como fenómeno en sí que merecen atenderse.

“Creemos que nuestro mundo es naturalmente bueno y que fue de algún modo contaminado por el mal”, escribe el psicoanalista M. Scott Peck (1935-2006) en su libro “El mal y la mentira”. Y continúa: “La bondad es más misteriosa que la maldad y pensando seriamente en ello deberíamos cambiar nuestras creencias y admitir que el nuestro es un mundo naturalmente malo que, de algún modo, suele ser misteriosamente contaminado por el bien”. Peck alude a lo que Carl Jung denominaba la Sombra, esa bolsa de la mente en la que ocultamos aquello que negamos o rechazamos de nosotros mismos y que solemos atribuir a otros. Son los demonios, decía el gran psicólogo y pensador suizo, que echamos por la puerta y entran por la ventana. Son, también, el combustible de la proyección, ese fenómeno por el cual vemos en aquellos a quienes construimos como adversarios o enemigos lo que no queremos ver en nosotros. En un breve ensayo titulado “Redimiendo nuestros diablos y demonios” el psicólogo humanista Stephen Diamond lo explica así: “Históricamente los demonios han servido de chivo expiatorio y de receptáculo de todo tipo de impulsos y emociones amenazadoras e inaceptables”. Así se inventan enemigos, es decir receptáculos de la propia sombra, y así se desatan guerras en todos los rincones de lo humano: en las familias, en los barrios, en la política, en las tribunas, en la calle, en las parejas, entre hermanos, entre religiones, entre amigos y entre países. Basta conque uno se considere portador del bien para que necesite encontrar un depositario del mal y, a continuación, salga a combatirlo. En el orden social hay mensajes que se instalan en el inconsciente colectivo de una nación y sus habitantes instándolos a creerse representantes del bien. Un fenómeno ancestral que se inició cuando la humanidad era solo un grupo de tribus dispersas. Al estudiarlo ya en 1906 el sociólogo William Graham Summer instaló la categoría de “nosotros” y “ellos” en su libro “Folkways”, pero advirtió que en la práctica es “nosotros contra ellos”. Y escribía: “Los miembros del grupo llamado ´nosotros´ están en una relación de paz, orden, ley y trabajo que los une entre sí. Su relación con los ajenos y extranjeros es de guerra y saqueo a menos que haya acuerdos que los eviten”. Y que esos acuerdos, cabría agregar, se sostengan sobre la base de la razón. Todavía la humanidad, en su evolución, parece estar lejos de ese punto.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

 

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