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Tiempos de autobombo

Tiempos de autobombo

Santiago Maratea, de ‘youtuber’ a celebridad nacional al gestionar una colecta para el club Independiente

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

14 de Mayo de 2023 | 09:03
Edición impresa

Los tiempos que corren se pueden bautizar como la era de la ansiedad, de la velocidad, de la alienación, de la indiferencia, de la globalización, de la soberbia tecnológica, etcétera. Y también como la era del autobombo. Una época en que se imponen la literatura del yo, el narcisismo, la primera persona del singular por sobre la del plural, la indiferencia ante el otro (el prójimo), la auto celebración, las selfies. Incluso la victimización ante cualquier motivo que contradiga deseos y la confusión de deseos con derechos son síntomas de ese fenómeno. La era del autobombo instala un yo sin tú. Vale la pena recordar una vez más al filósofo existencialista austríaco israelí Martín Buber (1878-1965), quien decía que la palabra “yo” solo adquiría sentido ante la presencia de un “tú”, pues de lo contrario nada significa. Y que al pronunciarla nos convertimos en el tú del otro, del prójimo, quien se percibe a sí mismo con el vocablo “yo”. Por lo tanto, concluía Buber, yo-tú es una sola palabra, según él la palabra primordial, en la que se asientan tanto la relación y como toda la experiencia humana.

La cultura del autobombo destruye la palabra primordial, la desgaja, la desarma, la quiebra. El diseñador de modas y prestigioso perfumista francés Serge Lutens dice al respecto que se pasó de la cultura del “saber hacer” a la del “hacer saber”. Para cultores de esta conducta poco importa el valor, la trascendencia, el sentido, el basamento moral o la huella que su actividad dejará en el mundo para mejorarlo. La cuestión esencial es ser visto, tener seguidores, “fans”, estar en los medios, ser nombrado, generar impactos efímeros y banales pero visibles y audibles. Es el tiempo de los “influencers”, de los “youtubers”. Estas se han convertido en raras e insólitas profesiones nacidas al calor de Internet y de las redes sociales. Consisten en ser famoso, no importa el motivo.

ACTUAR CON EGOÍSMO

No se trata, en realidad, de algo enteramente nuevo. El 31 de agosto de 1997 la revista de negocios “Fast Company” (hoy existe también en versión digital) publicaba un artículo de Tom Peters, célebre gurú del marketing, en el que incitaba a sus lectores a convertirse ellos mismos en marcas. El nuevo mundo es el mundo de las marcas, anunciaba Peters en ese artículo titulado precisamente “Una marca llamada tú”, y en lugar de llevar distintivos ajenos (como los que se lucen hoy en remeras, sacos, tazas, lapiceras, relojes, vaqueros y hasta tatuajes) es hora de lucir el propio. Es más, de convertirse uno mismo en etiqueta. Sin metáforas, el gurú aconsejaba: “Preguntate por qué querés ser famoso”. Y señalaba que, fuera cual fuese el motivo, este y el contenido son menos importantes, que el chisporroteo. No hay límites, apuntaba, para el modo en que puedes crear y reforzar tu perfil. Todo vale. Es así como lo hacen las grandes marcas y solo se trata de imitarlas. Desarrollar, insistía Peters, el poder de la influencia. Se estaba adelantando a la era de los “influencers” y los “youtubers”, los estaba anunciando. “Sé que puede sonar como egoísmo”, escribía. “Pero esto requiere que actúes egoístamente: que crezcas, que te promociones, que el mercado te recompense”.

Algunos años más tarde, en 2005, el filósofo francés Giles Lipovetsky publicaba un ensayo que ya es clásico: “La era del vacío”. Describía el tiempo y la cultura que entonces se había instalado y que hoy adquiere características endémicas. El consumismo desbocado, el individualismo feroz, la adicción a lo nuevo por lo nuevo mismo, la obsesión por el cuerpo, la indiferencia ante los temas colectivos y sociales, el hedonismo, la pasión por lo efímero y descartable (incluidas las personas), la seducción por lo banal y superficial. Algo que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) bautizaría como “tiempos líquidos”.

En ese vacío y esa liquidez las personas transitan como zombis una existencia carente de sentido. Carencia que no es gratuita. Su precio es la angustia existencial, una angustia que ningún psicofármaco puede remediar, aunque se los consuma masivamente como golosinas. En ese vacío flotan preguntas que abruman ya sea desde la consciencia o desde el inconsciente. ¿Para qué vivo? ¿Quién soy? ¿Existo? Las respuestas nunca están afuera de cada individuo, sino en lo más profundo de sí, un espacio al que se teme bajar. Para evitarlo hay quienes hacen lo que fuere, desde las conductas, hasta las vestimentas o la martirización de sus cuerpos a través de piercings, tatuajes, dietas o cirugías. La cuestión es llamar la atención, ser visto, que la mirada ajena diga que uno existe. Otros buscan respuestas en la adhesión masiva a ídolos que incluyen desde políticos hasta cantantes, deportistas, performers o, simplemente, influencers. La masividad y los fanatismos son anestésicos para el dolor de la consciencia y para diluir la responsabilidad sobre la propia vida.

CONVERTIRSE EN PRODUCTO

En ese campo fértil florecen influencers, “youtubers” y una amplia fauna de famosos. Se auto celebran y buscan afanosamente la celebración ajena. En un artículo sobre el tema del autobombo que la periodista Karelia Vázquez escribió para el diario español El País en febrero de 2022 Steven P. Vallas, profesor de Sociología del Trabajo en la Northeastern University de Boston, reflexionaba así: “Aunque podría pensarse que construir una marca personal es inevitable en el capitalismo tardío, se trata de un argumento que pone el éxito por encima de la autenticidad a un costo muy elevado. Me pregunto, ¿por qué utilizar el discurso del branding (marcas)? Veo un problema cuando nos consideramos a nosotros mismos como productos cuyo valor debe expandirse como sea por nuestro propio bien”. A su vez el académico canadiense en ciencias políticas David Zweig celebra en su libro “The Power of Anonymous Work in an Age of Relentless Self-Promotion (el poder del trabajo anónimo en la era de la autopromoción implacable)” a quienes se resisten al autobombo y la autocelebración de sus actividades. Zweig estudia a personas que basan su éxito en la vida en una ética de trabajo, valores morales y rechazo al autobombo, y dice: “De hecho, la ausencia de autobombo ha sido parte de su éxito. No estoy sugiriendo que haya que esconder los méritos, pero buscar el reconocimiento a toda costa tampoco es el mejor camino para la realización”.

A la hora del autobombo y de las selfies como modo de vida y conducta más allá de la simple foto, el fenómeno abarca no solo a figuras del espectáculo, la moda, la canción, la literatura, los medios, el deporte o la simple nada (en muchísimos casos), sino también a científicos y políticos. En 2019 un estudio de la prestigiosa revista “Nature” mostraba que muchos de los más renombrados científicos del mundo, incluidos premios Nobel, son cultores del autobombo, se citan a sí mismos permanentemente e incluso cuentan con equipos encargados de hacerlo. Cuando Santi Maratea alardea de la mansión que se alquila en Bariloche para sus vacaciones (como resultado de sus acciones filantrópicas) y admite que para salvar al club Independiente de sus deudas él cobra un 5% de los aportes de los hinchas, simplemente confirma que en la era del autobombo uno mismo puede ser una marca sin que importe el contenido. En era del vacío el fin justifica los medios.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

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