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"L'addio": los fantasmas del fascismo

Mirando a su familia en el presente, Toia Bonino indaga en un pasado familiar silenciado: su abuelo fue secretario del Partido Fascista Italiano y escribió un libro sobre Mussolini. Se estrenó en el Cine Gaumont

"L'addio": los fantasmas del fascismo
Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

16 de Mayo de 2025 | 01:06

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Toia Bonino presentía un silencio en su familia: del pasado del nonno Antonio poco se decía. Pero siete negativos de vidrio lo muestran abrazado a Benito Mussolini: además de ser secretario del Partido Fascista Italiano, Antonio había escrito el libro “Mussolini mi ha Detto”.

Con esos silencios fundantes de su familia, Bonino hace cine en “L’addio”, estrenada el jueves en el porteño Cine Gaumont tras su paso por el Bafici. “No es un ensayo sobre el fascismo como ideología o forma de gobierno”, avisa la sinopsis del filme. “Es la historia de los hombres de la familia contada por una mujer que cría dos hijos para quienes ser varón quizás ya no represente un destino ni un mandato de superioridad”.

“L’addio” nació, cuenta Bonino en diálogo con EL DIA, hace al menos 10 años. “Un verano subí al altillo de la casa de mis papás, que es un espacio grande y con mucho polvo y mi papá había muerto hacía, no sé, 4 o 5 años, y encontré ahí las películas en súper 8 que había filmado. Me puse a arreglar el proyector, que era de mi papá, y con mi hijo más grande empezamos a ver las películas”.

Las imágenes de la vida familiar revelaban a esa figura del abuelo de la infancia de la directora. “Me llevaron a buscar el libro, a ver qué querría decir el libro que había escrito”, cuenta. Una manera de empezar a indagar en ese pasado familiar velado. En paralelo, Bonino comenzó a filmar, como hacía su padre, a su familia en el presente, y a escribir un diario de las cosas que veía en esas películas súper 8, “sin mucha idea de por qué estaba haciendo eso. Durante mucho tiempo sostuve esa ambigüedad: ¿el diario iba a ser el guión para una película o si iba a ser un libro, o nada? Pero era algo que seguía siendo”.

Al final cineasta, el diario de la realizadora de “Orione” y “La sangre en el ojo” fue convirtiéndose en película, de a poco. Una película sobre el silencio y la dificultad de hablar de ciertas cosas.

Por eso, Bonino no quería una primera persona que iluminara verdades, “es algo un poco solemne, no me gusta para nada”. Los textos que se entremezclan entre las imágenes familiares están en tercera persona, la voz que habla “no es mi voz”, y “apareció la necesidad de otros”, para una reconstrucción más coral de ese pasado. “De hecho, si bien la película es muy personal, fue muy importante la colaboración de Nicolás Testoni, que es el guionista y de Gustavo Galuppo, que fue el montajista y también guionista. Fue abrir el juego de esa historia, vincularla con situaciones coyunturales más amplias, y no solo del pasado. Sin eso, me parecía que era algo que se quedaba en lo íntimo, en filmar a mis hijos de chiquitos porque eran mis hijos, y no en una película”.

- Una de las razones de la película es la pregunta sobre cómo criar varones en este presente, en diálogo con ese pasado fascista que sobrevuela como un fantasma. ¿Esa primera persona, que descartaste, también se podría pensar como una voz narrativa masculina, llena de certeza?

- Me encanta pensarlo de ese modo. Por ahí es un poco ampliar una posición masculina en determinado lugar, pero algo de eso hay, sobre todo algo de la solemnidad y de la certeza, de la importancia y del exceso de la autorreferencialidad para hablar de uno de una manera grandilocuente. Algo de eso que planteás me resuena, aunque por ahí necesita algunas precisiones, pero sí, ese lugar de certeza no me interesa.

- Hablando de autorreferencialidad, hay una especie de tendencia, sobre todo en el cine independiente, de hacer cine con materiales encontrados, familiares, íntimos. Más allá de que los acercamientos después son distintos, ¿por qué pensás que se da esta tendencia?

- Hay un poco un revisitar cosas que en algún momento fueron descartadas por no pertenecer a determinado estándar, ¿no? Hay una cosa más contemporánea de poder revisitar esos lugares sin tantas pretensiones, o exigencias, considerarlos como un material disponible para pensar. Porque cada imagen cobra un sentido en relación a otras imágenes que tiene cerca, y de ese modo, contrastándolas con imágenes de hoy, significan algo nuevo, que por ahí no estaba previamente condensado en ellas. Y en ese sentido, me gusta poner en el mismo rango materiales de procedencias muy distintas, esa cosa del collage, esas imágenes que en su diferencia conviven y se potencian más que jerárquicamente unas sobre otras. Entonces hay imágenes muy hogareñas, imágenes hermosas de historia del cine, material de archivo histórico: me parece que hay una potencia en esos contrastes.

- Has mencionado varias veces cómo la película dialoga con el presente. Por un lado está la reverberación que tiene ese pasado en el presente de tu familia, pero además está el eco de ese pasado de fascismos en este presente: cuando yo era chico el pasado era algo que estaba mal, hoy ese consenso parece haberse diluido.

- Repensar el fascismo y los estragos del fascismo tiene hoy otro sentido sentido: de hecho, la película fue estrenada en un festival de República Checa (Ji.hlava International Documentary Film Festival), donde ganó dos premios y me pidieron que escribiera unas palabras. Justamente en esas palabras que yo escribí les decía que esperaba que puedan soñar sueños alejados de la pesadilla fascista, que hoy se ha vuelto tan pregnante y tan presente. En “L’addio” hay una momento donde mi tía cuenta que en Italia, en un momento, todos eran fascistas, y aparecen unos jóvenes italianos entrenando, jugando juegos, tirando unas cuerdas… Y pensaba en esa ingenuidad, en esa juventud, en esos ideales que rápidamente son captados por determinados discursos, con el destrozo que causan esos discursos, ¿no? Con la agresión y la violencia que hay atrás de esos totalitarismos.

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